“Si quieres entender algo, intenta cambiarlo”, afirmaba Kurt Lewin, psicólogo y filósofo alemán, quien se radicó en Estados Unidos, donde fue profesor universitario en Stanford, Cornell y el Massachusetts Institute of Technology. Aportes relevantes de Lewin incluyen teorías sobre la personalidad, el análisis del campo de fuerzas, los procesos de cambio y la solución de conflictos.

Lewin proponía tres fases para el desarrollo de los procesos de cambio: descongelamiento, donde se eliminan las viejas formas de hacer las cosas; cambio/implantación de las nuevas formas; y recongelamiento/solidificación de estas. Su ecuación B = f(P,E) ilustra que el comportamiento (B) ocurre en función de la historia, motivación, personalidad, habilidades, creencias de la persona (P) y el contexto (E) que la rodea.

Quienes gobiernan intentan disminuir las diferencias entre lo real de una situación y aquello que pretenden cambiar, lo cual no es fácil porque siempre aparecen fuerzas de resistencia. Mi primera intervención en un proceso de cambio fue con una red internacional, cuya cultura (sistema de creencias, valores, prácticas) compartía. Pero tendría que tropezarme antes de reconocer que no era suficiente mi entusiasmo, éxitos anteriores o estudios previos para alcanzar los objetivos. Sufriría la resistencia a los cambios propuestos, acompañando a las organizaciones involucradas a atravesarlos, mientras intentaba, a su vez, entenderlos y lograrlos.

Un primer aprendizaje fue que el tiempo que toma un cambio se relaciona con la complejidad de aquello que se pretenda cambiar y con el lugar que ocupa la base de poder para obtenerlo. No es lo mismo adquirir un nuevo conocimiento que modificar una creencia, una actitud, o adoptar un comportamiento diferente. Tampoco es igual utilizar una ley o decreto para su cumplimiento que hacerlo por la vía de la persuasión, argumentación y por consenso. Así, cuando se valoran aciertos y fracasos en los 100 días del gobierno del presidente Lasso, me pregunto cuánta experiencia en procesos de cambio tiene la gente que opina del tema.

Un segundo aprendizaje fue conocer más las discusiones contemporáneas sobre el papel de la política en estos procesos, porque si algo está claro, como observan pensadores contemporáneos, es que el rol del Estado resulta insuficiente como agente de redención social frente a las abrumadoras transformaciones políticas, sociales y tecnológicas actuales, a las que se suma la pandemia como hecho total. Nos advierten que el Estado no es ya la representación democrática de los individuos, sino un actor más en el escenario. Que en nuestra época la política se retira. Que el poder económico se ha globalizado, en tanto el poder de las instituciones políticas ha anclado en el territorio.

“Han cambiado los problemas a los que las políticas públicas se enfrentan, y ha cambiado también la manera de gestionarlos”, anota J. Subirats. Necesitamos entonces líderes arriesgados, de mente global, estrategas naturales, diría Ohmae, que abran las ventanas de oportunidades, a fuerza de determinación, eficiencia, optimismo e intercambios. (O)