Mientras los reflectores apuntan a las mesas del diálogo del rehén con su captor, en el hemiciclo del que pomposamente llaman el primer poder del Estado se avanza por otra vía hacia la demolición. La estrategia es que ambas vías confluyan cuando en cada una de ellas se haya hecho lo necesario y suficiente para erosionar lo poco que queda de la débil institucionalidad política. En el primero se sentó a todo un gobierno a debatir unos temas aislados –que inicialmente eran diez–, escogidos al buen tuntún por unos dirigentes demagogos y violentos. Ninguno de esos temas apunta a resolver los problemas de fondo de los pueblos indígenas. Ninguno le obliga al gobierno a tener una política social integral y de largo alcance. Su aprobación, en caso de que los diálogos llegaran a algo concreto, solamente convertiría a la política pública en un archipiélago de programas focalizados. El cuestionamiento al tratamiento fragmentado de lo social era uno de los pilares de la oposición de la izquierda al neoliberalismo, pero los tiempos cambian y ahora la mezcla de radicalismo, ignorancia y oportunismo pone el mundo al revés.

Los impulsores de la otra vía, la que se escenifica en el hemiciclo, aparentan alejarse de la política de la calle y privilegian unas disputas que por el momento aparecen únicamente referidas a problemas internos. Sin embargo, los pasos que van dando trascienden largamente el ámbito de esas cuatro paredes. El último de estos, la destitución de la segunda vicepresidenta de la Asamblea, es el preámbulo de la captación del Consejo de la Legislatura. A su vez, este conducirá a la intervención en otros organismos del Estado, comenzando por ese engendro que es el Consejo de Participación Ciudadana. Una vez logrados esos objetivos, podrán imponerle lo que les venga en gana a un gobierno de por sí débil (ingenuo, según su propia definición), que reduce la política al hombre del maletín.

Las dos vías, que en realidad son los dos brazos de una misma tenaza, ya confluyeron a finales de junio. En esos días, mientras el uno utilizaba la violencia, el otro intentaba manejar fraudulentamente una norma constitucional. El primero debió aplazar su empeño desestabilizador por el rechazo mayoritario de la ciudadanía, por la intervención de la Conferencia Episcopal y por la aceptación derrotista del gobierno. Se retiró temporalmente de las calles, pero se sabe triunfador y su regreso a ese escenario solo depende de que aparezca un pretexto por insignificante que sea. Cualquier asunto secundario en las mesas del diálogo será suficiente para volver a intentar la aplicación de las recetas de esa confesión de parte que es el libro Estallido.

El otro brazo de la tenaza no pudo concluir su parte por la posición institucional de los pocos legisladores que valoran la democracia y de otros que son más astutos en sus cálculos hacia el futuro. Un factor fundamental fue el fracaso del chantaje y de las amenazas para inclinar los votos hacia a la destitución del presidente de la República. Pero tampoco este brazo va a doblarse y aceptar su derrota. Si intentó alterar la votación por medio de fraude, quiere decir que ha llegado al punto en que no necesita guardar las formas. La tenaza apretará nuevamente. (O)