Cada año, el 20 de junio conmemoramos el Día Mundial del Refugiado. Y una vez más lo hacemos en un contexto mundial en el que la cifra de personas forzadas a huir de sus hogares, de abandonar a sus seres queridos, sigue creciendo. Hace un mes, Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, anunció que ya hay más de cien millones de personas refugiadas o solicitantes de la condición de refugiado en el mundo. Situaciones de desplazamiento forzado, como las de Ucrania, Afganistán o Siria, los repuntes de violencia en varios países, como la República Democrática del Congo, y los persistentes estragos del cambio climático alimentan estos números y las grandes necesidades que enfrentan todas estas personas. Detrás de estos alarmantes números hay historias reales de personas que sufren, aman, sueñan y luchan por sobrevivir y rehacer sus vidas en un nuevo lugar.

Sin importar quiénes sean, las personas forzadas a huir merecen un trato digno sin ser discriminadas.

El Ecuador conoce bien este contexto. A día de hoy, luego de la llegada de personas venezolanas y los esfuerzos de registro de población en movilidad humana, se estima que el país es hogar de más de medio millón de personas que no tuvieron más opción que irse de sus países. Esto representa un aumento estimado del 800 % con respecto al 2017, cuando se tenían registradas unas 57.500 personas con necesidades de protección.

Estas son personas como Omar, refugiado colombiano defensor de los derechos humanos que sobrevivió a un ataque en su país y que ahora vive en Esmeraldas, donde se esfuerza por que las personas con discapacidad sean respetadas. O como Yeraldine, solicitante de asilo venezolana, mujer lesbiana que se ha juntado a la lucha por los derechos de las personas LGBTIQ+ en Quito. O como Zohra, refugiada adolescente afgana que plasma sus sueños de un mundo mejor en coloridos murales. Todos ellos están detrás de esas cifras que siguen creciendo; y cada año, en este día, queremos que sus voces sean escuchadas.

Ante esta situación, el país de la Mitad del Mundo continúa erigiéndose como un ejemplo de solidaridad en América Latina hacia las personas forzadas a huir, siendo uno de los países de la región que ha reconocido a más personas como refugiadas. Históricamente, el Ecuador ha reconocido a unas 72.000 personas refugiadas, en su mayoría colombianas, y a nivel global es el tercero que más personas venezolanas alberga. El último ejemplo de este espíritu solidario que caracteriza al Ecuador es el recientemente anunciado proceso de registro y regularización para personas en movilidad humana, a través del cual se espera que miles de personas puedan obtener un estatus regular en el país. Sin duda, este proceso traerá grandes beneficios al Ecuador, al poder ahora aprovechar una fuerza laboral joven, con educación superior y con mucha voluntad de contribuir. Este potencial para dinamizar la economía y aportar a la recuperación tras la pandemia es enorme.

Para facilitar esta integración socioeconómica, Acnur cuenta con diez oficinas repartidas por todo el país, con personal dedicado a brindar protección y facilitar la inclusión de las personas refugiadas y sus comunidades de acogida. Hasta mayo de 2022, Acnur, junto con sus socios, han brindado apoyo a unas 100.000 personas, con asistencia psicosocial, orientación legal, albergue de emergencia, asistencia en efectivo, acompañamiento a mujeres sobrevivientes de violencia basada en género y a niños, niñas y adolescentes no acompañados, entre otros tipos de asistencia. Además, nos hemos esforzado junto con socios estratégicos por brindar formación para acceso a empleo y emprendimiento, con más de 1.600 personas entrenadas y más de 193 postulaciones a vacantes en el sector privado.

Este año, en el Día Mundial del Refugiado, con el objetivo de potenciar las voces de las personas que se han visto obligadas a huir, Acnur lleva a cabo una serie de actividades culturales para continuar visibilizando la importante contribución que hacen y las muchas buenas prácticas para acogerlas. Entre otras actividades, realizamos una exposición de obras sobre desplazamiento forzado en la sede de la Cancillería ecuatoriana, presentamos una película de realidad virtual en colaboración con la Unión Europea y organizamos un festival donde participan artistas ecuatorianos y refugiados.

Todo ello lo hacemos también para recordarle al mundo que existe un principio fundamental que surgió a raíz de la Segunda Guerra Mundial: si tu país de origen no puede protegerte, tienes el derecho de buscar esta protección en otro.

Sin importar quiénes sean, las personas forzadas a huir merecen un trato digno sin ser discriminadas. Cualquier persona puede buscar protección, no importa en qué crea ni a quién ame. Buscar protección es un derecho humano.

Porque, sin importar de dónde provengan, es importante acoger a las personas que no tienen otra opción más que huir para salvar sus vidas, y que puedan gozar de sus derechos humanos. Muchas personas huyen caminando, otras arriesgan sus vidas en barcos o botes y otras lo hacen en avión. Frente a esa adversidad, tienen en común que, a pesar de los riesgos del camino, huir era mejor opción que quedarse.

Otro principio fundamental, que también data de este momento histórico culminado en los años 40 y que ha sido plasmado en varios instrumentos internacionales de derechos humanos, es que toda persona que busca protección tiene el derecho a no ser devuelta al país del que huye.

Porque, sin importar cuándo hayan sido forzadas a huir, las personas desplazadas tienen derecho a solicitar asilo y recibir protección. Con independencia del tipo de amenaza —ya sean guerras, situaciones de violencia generalizada, violaciones de derechos humanos o persecución— toda persona tiene el derecho a ser protegida y a vivir en un entorno seguro que proteja sus derechos humanos.

En el Día Mundial del Refugiado, que se celebra el 20 d ejunio, potenciamos la voz de personas como Joseph Prado, un joven venezolano que lleva cuatro años en Machala endulzándoles la vida a sus vecinos con la morochicha, una bebida de su país, y apoyando a otras personas con un empleo para vender el producto.

Todos y todas innovando, inspirando y prosperando junto con los y las ecuatorianos.

Porque los miles de personas que, como Joseph, tuvieron que dejarlo todo antes de hacer de Ecuador su nuevo hogar no dejan de impresionarnos con su continua capacidad de innovación y superación. Algo que, sin duda, ayuda a prosperar al conjunto del Ecuador. Sigamos abriendo las puertas y nuestros corazones a quienes quieren contribuir a hacer de este un país mejor. (O)