Con gran despliegue informativo, ayudas fotográficas con fondo de nuestra feraz y multicolorida naturaleza y grupos de indígenas con atavíos solemnes, moradores de áreas semipobladas de la rica precordillera, fue el lugar escogido para dar paso a un significativo anuncio presidencial, señalando que Ecuador se convertiría en “el primer país en Latinoamérica en tomar como política pública la transición ecológica, sinónimo de conocimiento, prosperidad, empleo, salud y fuente de una vida mejor”.

Daba la impresión de estar oyendo a un líder europeo en pleno apogeo de promoción doctrinaria, que sobrecogió de emoción a los presentes, televidentes y radioescuchas.

Es que transición ecológica es una expresión sublime, que lleva consigo implicaciones productivas, sociales y políticas, transformaciones tecnológicas, de enorme envergadura, que si no tiene la debida correspondencia en hechos concretos caería como tantas otras en el vacío. En lo económico es un cambio radical, aunque progresivo, hacia el descarte de los combustibles fósiles, sustituidos por energías limpias en que el país exhibe relevantes logros por el funcionamiento de las centrales hidroeléctricas, arrancando con ventaja la carrera por alcanzar la meta al 2030 de nación libre de contaminación carbónica.

En lo social y político, que es lo llamativo en el original planteamiento de un gobierno centroderechista, implica modificaciones fundamentales que no pueden limitarse a lo superficial, pues son de fondo tanto que algunos autores consideran que van más allá de una simple variación hacia un modelo económico diferente al actual, al que debe sobrepasar superando lo injusto y desequilibrado que ha beneficiado a las grandes corporaciones y creado bonanza a muy pocos. Pero agregar lo ecológico, palabra mayor en su real concepción, no admite medias tintas sino decisiones frontales en el ámbito productivo en un país agrícola ecuatorial, comenzando por rescatar los suelos degradados y sus cuencas hidrográficas en riesgo, lo cual encaja dentro del apoyo presidencial comprometido, a lo que se agrega el necesario auxilio a las colectividades afectadas por el cambio climático.

Ecuador tendría un área de preferente atención, la que se conoce como espacio climático seguro o zonas donde se desarrolla el 95 % de los sembríos, conjugando tres factores: lluvia, temperatura y aridez, para asegurar la provisión de alimentos a sus habitantes, que deberán adaptarse a una forma de vida diferente, donde la prioridad será la protección de la madre naturaleza, ya a punto de agotarse cansada de sostener una humanidad dispendiosa que propicia la injusticia.

Grande tarea para el reformado ministerio, ojalá con recursos suficientes para cumplirla, rebasando buenas intenciones y discursos, mientras otras naciones la han emprendido con asignaciones cuantiosas y sustento de la comunidad internacional, con leyes especiales como la española y un ministerio exclusivo para tan loable fin, equivalente a bienestar general, muy distante a la entregada a la atiborrada cartera del Ambiente y Agua, confirmando el aserto de muy poca institucionalidad para tan tremendo desafío. (O)