¿Les conté del día en que le pateé a una monja? ¿No les conté? Bueno, les cuento: Yo no tenía edad para ir al colegio, pero a tanta insistencia mis padres decidieron matricularme en primer grado. Mi mamá me hizo un uniforme idéntico a aquel elegante vestido de color azul marino y fino casimir que usaban mis hermanas, pero el mío era de ‘tela Victoria’, ni tan azul, ni tan elegante. Las monjitas Bethlemitas, que creo que sí eran de Popayán, me recibieron con cariño y a mí me encantaba ir al colegio. Me sentía importantísima. Lo único malo era que para la jornada de la mañana mamá no nos daba dinero para ‘la colación’, porque tenía la idea de que luego no comíamos la comida de verdad. A la tarde yo no iba al colegio, porque como era muy chica, todavía hacía una larga siesta.

Moría por las golosinas que se compraban mis compañeras, pero yo no podía comprarlas. Un día, no sé cómo ni de dónde, tuve en mis manos seis reales (sesenta centavos de sucre). Ignoro si sería plata mal habida, pero la tenía y volé a comprarme una pera. Cuando le di el primer mordisco sonó la campana que anunciaba el fin del recreo. Yo me puse a la fila para entrar al aula y seguía comiendo mi deliciosa pera. (No abran esos ojos, entrábamos en fila, en orden, era un colegio de monjas, no la Asamblea Nacional).

La madre Berthilde me ordenó que botara la pera porque el recreo había terminado. Yo no le hice el menor caso, ella intentó quitármela, forcejeamos y viéndome perdida le di una patada en la canilla. La monja enrojeció, yo me percaté de mi error y asustadísima me tiré a patalear en el piso. Ese fue mi último día de colegio, ‘inmadurez emocional’ rezaba el veredicto. Volví a jugar sola, a llorar a diario y a envidiar las historias escolares de mis hermanas. El aburrimiento y la soledad fueron mi cárcel. El uniforme azul de ‘tela Victoria’, ni tan azul ni tan elegante, se quedó solo y colgado hasta el año siguiente en que ya no me alcanzó.

No hubo ruego que sirviera, papá y mamá no perdonaron mi falta. Fue imposible lograr la amnistía.

Me pregunto, ¿qué pasaría si un evento de esta naturaleza ocurriría en estos tiempos raros? La niña no se quedaría sin hambre ni un solo recreo, la plata mal habida abundaría en sus manos, no tendría la más mínima culpa de haberla tomado de un bolsillo ajeno. ¿Por qué no? Eso es lo que se estila ¿no?; el informe de ‘inmadurez emocional’ seguramente desaparecía o simplemente, a cambio de alguna pequeña recompensa, la desorientada monjita del departamento de orientación, lo cambiaba por ‘inmadurez involuntaria’. ¿Por qué no? Es el absurdo lo que impera ¿no?; los padres de la niña, con una actitud similar a la de los ‘Padres de la patria’, (perdón, alumnos, por el lugar común) la habrían perdonado, seguramente premiado con un uniforme idéntico a aquel elegante vestido de color azul marino y fino casimir que usaban sus hermanas. ¿Por qué no? Si ahora la majadería se premia, la grosería se celebra y el cinismo se aplaude ¿no?

Triste precedente el que deja la Asamblea Nacional al aprobar la amnistía para quienes atacaron Quito. Triste ejemplo para los jóvenes. Muy triste. (O)