En medio de un caos social, entre amenazas y el fantasma de la muerte asechando las mentes ya por sí atormentadas de las víctimas de un sistema judicial y social fallido, se ha adjuntado como un pequeño duende fastidioso la discriminación por razón de género, como si no fuera ya bastante tedioso hablar con los trogloditas que piensan que la “limpieza social” es el camino acertado para combatir la “delincuencia” que, a decir verdad, creo firmemente que pretenden con sus comentarios limpiar sus frustraciones.

En estos días, por redes trascendió un bochornoso acto barbárico, en el cual dos personas que se definen (por su autodeterminación legalmente reconocida) como mujeres trans fueron prohibidas y expulsadas de los predios (privados, según la persona del video, que no entiendo con base en qué asegura sus dichos) porque a mirar de este sujeto debían tener autorización, aunque estoy más que seguro que lo que a mirar de este sujeto debían actuar como él creía, vestir como él pensaba, hablar como debe hablar un “machito”, o quien sabe qué cosas más.

Y lo que lo vuelve aún más relevante es que lo expulsa de un lugar histórico donde miles de personas se han tomado fotos, y de la silenciosa (no por la meditación sino por la complicidad) iglesia, que es la casa de Dios, de ese Dios que admite a todo mundo, como lo mencionó el papa Francisco:

“La gente homosexual tiene derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Nadie debería ser expulsado o sentirse miserable por ello”, sin embargo, parece que tienen derecho de admisión.

Y seguramente, mi estimado lector, algunos ya no quieren seguir leyendo, porque les incomoda, porque les fastidia o porque sencillamente está de acuerdo con lo que pasó; sin embargo, deme una oportunidad para poder explicarle técnicamente por qué este evento es un acto medieval.

En 1997, el 25 de noviembre para ser exactos, en el caso n.º 111-97-TC del extinto Tribunal Constitucional, para serle aún más preciso, declaró que es inconstitucional la penalización de la homosexualidad, como resultado de una lucha social por la criminalización de 100 personas en Cuenca, por ser homosexuales.

Han pasado ya 24 años de constante evolución, casi natural de la ley, se han logrado significativos avances en la materia, hemos podido entender que quizás el amor o su definición no debe encajar, y que su verdad no le da el derecho a obligar a otras personas libres a creer en lo que usted cree, o discriminarlas o criminalizarlas por esto.

Algo que nos falta como seres humanos es empatía, pensar que aquella persona que usted la queda mirando de pies a cabeza y la señala con el dedo es hijo de alguien, es amigo, es profesional, siente igual que usted, sangra igual que usted, le duele los insultos al igual que a usted, tiene los mismos derechos que usted, porque, querido amigo lector, en el lugar adonde lleguemos al final de este camino seremos tan iguales como aquel que hoy lo sacaron a patadas de la iglesia por no encajar, en la definición de un troglodita. (O)