En días pasados, Lenín Moreno viajó a Miami para participar como orador principal en el Foro de los Presidentes, un evento que probablemente hubiese pasado desapercibido para los ecuatorianos por el poco impacto que dicha iniciativa internacional genera. Sin embargo, a solo días de terminar su mandato, Moreno sorprendió a todos en su intervención cuando señaló que, después de que una persona le dijo “ojalá tuviéramos un mejor presidente”, él contestó “ojalá tuviera yo un mejor pueblo también”. Más allá de lo inapropiado y poco decoroso de las declaraciones de Moreno, hay una serie de reflexiones que pueden sustraerse de la opinión del mandatario y que, ciertamente, podrían ayudar a establecer si, en efecto, el presidente mereció “un mejor pueblo” durante su mandato.

En primer lugar, sorprende la opinión de un Moreno que, después de 14 años de permanencia en la función pública, debería conocer, mejor que nadie, las virtudes y los defectos del pueblo ecuatoriano. En ese sentido, las “costumbres de los ecuatorianos”, como diría Hurtado, la idiosincrasia o sus particularidades no han sufrido estos últimos años variaciones sustanciales que de forma alguna sirvan para explicar las declaraciones del presidente: el mismo pueblo que lo respaldó para obtener un porcentaje histórico de aprobación como vicepresidente y que posteriormente lo apoyó de forma incondicional hasta alcanzar la Presidencia es, prácticamente, el mismo que en la actualidad rechaza la tibieza, las malas decisiones y la mediocridad de un Gobierno que en ningún momento estuvo a la altura de las circunstancias.

Adicionalmente, se debe señalar que en nuestro país poco se discute sobre la histórica deuda que existe con un pueblo que durante décadas ha transitado en la desatención y el olvido de sus gobernantes. Y es que resulta injusto referirse, con el desparpajo con el que lo ha hecho Moreno, a los defectos o las limitaciones de nuestro pueblo sin antes advertir las enormes carencias e injusticias a las cuales este se ha visto sujeto durante casi toda nuestra historia republicana. El reconocimiento de todas aquellas necesidades básicas insatisfechas, como lo son, por citar algunos ejemplos, la falta de educación pública de nivel, la elevada tasa de desnutrición infantil o la ausencia de un sistema sanitario eficiente, son algunas de las causas que pueden servir para explicar las actitudes de una sociedad frustrada y desilusionada.

El presidente Lenín Moreno será recordado por muchos —me incluyo— por su importante labor en el restablecimiento democrático del país y su alejamiento de la consigna totalitaria de su predecesor. No obstante, queda claro que no será recordado como un estadista, es decir, como un líder capaz de crear un impacto significativo en la sociedad, de trascender positivamente con sus ideas en la opinión pública y de cambiar aquellas actitudes o comportamientos negativos de sus ciudadanos.

La queja de Moreno probablemente pasará a la historia como una simple anécdota. Pero mal haría el presidente en ignorar que, al final del día, quien verdaderamente tiene un legítimo derecho al lamento no es él, sino el pueblo. (O)