Alrededor del mundo, el uso de la pirotecnia es sinónimo de celebración. Sin embargo, también es causante de contaminación del medioambiente y de accidentes que dejan amputaciones, quemaduras y afectación nerviosa –en especial a las personas con sensibilidad auditiva y a los actuales enfermos de COVID-19–.
Afortunadamente, también a nivel global, hay mayor concienciación para modificar esta costumbre y optar por otros elementos de celebración –como drones con luces– que no ocasionen la muerte de aves, estrés a las mascotas o lesiones y traumas en las personas.
Quemar el año viejo y dar la bienvenida al año nuevo genera algarabía en general, y muchas familias hacen una considerable inversión en explosivos, petardos y juegos pirotécnicos para elevar la mirada hacia el cielo y apreciar las centellas de colores. Modificar esa costumbre arraigada en nuestro entorno solo será posible con mayor empatía, partiendo por sopesar el riesgo que representa para la familia y las molestias que causa a otros.
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Médicos del hospital Roberto Gilbert esperan que en estos últimos días del año e inicios del 2022 no haya más niños afectados por accidentes con materiales explosivos que causan quemaduras y lesiones en especial a menores de edad, de entre 10 y 13 años, según las estadísticas que ellos manejan.
Pediatras que han trabajado en el área de emergencia hospitalaria refieren que en años anteriores han tenido casos muy lamentables, con heridas en miembros inferiores por guardar petardos en los bolsillos, amputación de dedos y manos, quemaduras del rostro y lesiones en ojos y oídos, las que también dejan secuelas psicológicas tanto en el paciente como en su familia. El 75 % de las afectaciones son en manos y dedos y entre el 25 % y 30 % comprometen la cara, ojos y oídos.
Quizás no se lo logre modificar de un año para otro la costumbre de celebrar con estruendos y juegos pirotécnicos, pero es necesario conversar sobre este tema con la familia y en los círculos cercanos. (O)