Verónica Berrones
QUITO.- Sin aliento, con el corazón acelerado salieron los espectadores que asistieron la noche del pasado miércoles al show de los hermanos Vivancos: siete españoles que cautivaron y dejaron anonadado al público capitalino. Era la primera vez que un espectáculo de ese tipo se presentaba en Quito y la curiosidad por conocer el arte flamenco alternativo invadió el Teatro de la Casa de la Cultura.

El público no tuvo que esperar mucho y luego de escuchar por 15 minutos al manaba Gustavo Herrera, el artista nacional que abrió el evento, llegó el momento esperado. Las luces del teatro se apagaron. La oscuridad invadió por unos segundos y se rompió solo cuando empezaron a correr los telones. Entonces, bajas luces azules iluminaron las largas figuras de blanco que casi tocaban el techo del escenario. Siete almas y un ambiente fantasmagórico inundó el ambiente al ritmo de una música flamenca, mezclada con un poco de ritmo árabe y egipcio. Los cuerpos empezaron a contonearse y la melodía sembraba en los oídos de los asistentes el misterio de lo que ocurría frente a sus narices.

Se inició el zapateado flamenco que marcó el paso durante la hora y media de presentación de Los Vivancos. Su primera aparición duró 12 minutos y mientras estuvieron danzando el público ni pestañeó. Los teléfonos móviles no salieron a las manos de sus dueños.

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Sin minutos de espera llegó la segunda presentación: Sangre. Una danza estilizada que consideran los artistas una oda a la belleza física, “lentamente corrompida por la oscuridad”. El zapateado acelerado volvió al oído de los presentes y la tensión subió.

Para cuando el reloj marcaba las 21:17 los 7 hermanos tenían al público cautivado. Nada se movía. No se escuchaba ni un solo sonido, salvo el taco de sus zapatos golpeando rápido contra el piso y las miradas de los presentes estampadas en el escenario, sobre sus pies y sus cuerpos. La música también hacía lo suyo. Los latidos del corazón en los presentes seguían al ritmo de los 7 hermanos que derrochaban energía, misterio, galantería y fuerza en cada uno de los movimientos y más si eran acrobáticos.

El dramatismo en el escenario fluyó con Némesis. Llegó un poco del arte circense. Y sobre el estómago de uno de los hermanos, otro colocó una tabla para sobre él seguir el zapateado al son de la agitada música que los acompañaba y como para que el público no se olvidara que existe esfuerzo físico en lo que realizan. Mientras unos salían a zapatear, otros acercaban reflectores a sus pies, sus rostros y cuerpos para que admiren lo que ocurría.

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Como premio a ese esfuerzo llegaron los aplausos ensordecedores y para compensar esa gratitud del público aparecieron en las manos varoniles las castañuelas que recordaron el origen español de Los Vivancos. A las 21:43 llegó la hora de mover la estructura metálica que permanecía a sus espaldas para asombrar con su flexibilidad. Entonces aparecieron los primeros signos de agotamiento, pero bastó un soplido profundo, la expulsión del aire que cazaba para seguir.

Siete minutos antes de las diez de la noche las luces volvieron a morir. La oscuridad se hizo presente y solo salió ahuyentada cuando aparecieron vestidos de negro con chalecos que les hacían lucir como gladiadores.

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Después, volvió la oscuridad y para cuando se hizo la luz no solo se iluminó el escenario sino los ojos de los admiradores, pero, sobre todo, de las admiradoras. La razón: salieron con el torso desnudo luciendo sus cuerpos esculturales. Cada músculo en su lugar. Los famosos cuadritos musculares no solo estaban en el estómago. Los laterales, los oblicuos, los bíceps y los tríceps sacaron más de un suspiro. Los gritos de las muchachas no pudieron contenerse y salieron pegados a los aplausos que se desbordaron cuando Los Vivancos bajaron del escenario. Cada uno recorrió las gradas para extenderles las manos a las chicas, quienes no esperaban que aquellos hombres esbeltos les regalaran de cerca una mirada.