Hurgando en mi archivo de miles de fotografías del deporte guayaquileño antiguo hallé una a la que había perdido el rastro y que me provocó una bella impresión salpicada de una dulce nostalgia. En el blanco y negro de la época, con el uniforme azul y rojo que alguna vez el Barcelona de España obsequió a su tocayo de Guayaquil, lucen sus rostros de pibecitos recién salidos del cascarón, Clímaco Cañarte y Chalo Salcedo.

El fondo de la foto es imperdible, como señala mi confraterno vicentino Humberto Montalván: el cerro que está atrás del desaparecido Reed Park. Anexo al diamante que se inauguró en 1946, había una cancha con apenas una mancha de césped y allí entrenaba Barcelona. El Capwell no daba para más porque se jugaban entre tres y seis partidos por semana. Y la cancha aguantaba siempre. Nunca estuvo mal, ni cuando llovía. Hoy hay que tratarlas con la finura de una amante francesa. Solo soportan un partido. Cuestión de los tiempos.

Los muchachos de mi barrio éramos clientes de La Atarazana. No había televisión, Nintendo ni juegos electrónicos. Nuestra cancha era la calle y la pelota un juguete infaltable como las cometas, las bolas, los confites Límber y los trompos. Fuimos bendecidos por Dios. Alguna tarde, a escondidas, nos íbamos a La Atarazana, hoy repleta de casas y hospitales. Nos echábamos partidos que hubieran podido compararse con los mejores clásicos del Astillero.

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A veces, alguien traía el chisme: está entrenando Barcelona. Nadie nos ganó nunca en eso de trepar cercas. Al instante estábamos sentados al borde del rectángulo viendo las voladas de Romo y Delgado, los trancazos del Pibe Sánchez y Benítez, los arabescos geniales del Pájaro Cantos, las palomitas de Chuchuca, la solvencia de Pelusa Vargas y las cabrias y cañonazos de Clímaco.

Fue en ese tiempo que conocí a quien fuera luego uno de los jugadores más inteligentes y completos de todos los tiempos, Clímaco Cañarte Arboleda, a quien vi en toda su campaña, salvo uno que otro partido en que el estuve ausente por no tener las ayoras de la entrada, o por enfermedad.

En los tiempos que corren los bien remunerados técnicos extranjeros no promueven a los jóvenes, con las debidas excepciones. Prefieren arreglarse con veteranos llenos de mañas o con extranjeros, casi siempre compatriotas varados al pie del Obelisco bonaerense. Basta recordar a Salvador Capitano y su amigo Marcelo Bocha Benítez, pasado de peso y de años, que cortaron la carrera de José Mora en Barcelona. ¿Se acuerdan?

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Desde que don Julio César Cueva Valarezo fundara la Liga Deportiva Independiente, las ligas de novatos fueron las grandes proveedoras de cracks. Uno daba una vuelta por las silvestres canchas del Jockey Club, La Atarazana o el American Park para descubrir al menos una docena de futuros cracks guayaquileños, no importados. Uno de los más famosos equipos de ese tiempo fue el Inglaterra, de donde nacieron Pablo Ansaldo, Gonzalo Chalo Salcedo, Jaime Carmelo Galarza y Clímaco Cañarte, para mencionar unos pocos.

Tenía apenas 16 años y ya estaba en Barcelona, el Ídolo del Astillero, el derribador de gigantes, el doble vencedor del Millonarios de Di Stéfano, Rossi, Pedernera, Julio Cozzi y tantas estrellas. Su hermano Simón, el gran goleador, había debutado un año antes. A mediados de 1952 lo enviaron a la punta izquierda para ocupar el puesto del milagreño Guido Andrade, uno de los forjadores de la idolatría. Hasta que llegó el 6 de octubre de 1952. Barcelona jugaba contra Panamá. Simón se lesionó y el inolvidable Paco Villar, vocal de turno en los años del viejo estadio Capwell, anunció: “En Barrrrrrrcelona, sale Simón Cañarte e ingresa Clímaco Cañarte”.

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Le pregunté una vez a mi querido amigo Clímaco sobre lo que sintió al pisar el césped del Capwell por primera vez. Me respondió: “No tuve nervios, solo la responsabilidad de ocupar el puesto del maravilloso Guido Andrade y la de jugar al lado de Pelusa Vargas. Además, tenía que ponerle centros a la cabeza de Chuchuca y eso era palabras mayores”.

Un mes y días después le dieron la responsabilidad de debutar ante el afamado Huracán de Buenos Aires, que visitaba el Capwell. Fue el 4 de diciembre de 1952. Sus 16 años contra la experiencia de quien iba a ser su marcador, el gigantón y recio Rodolfo Bediales, y la clase de José Nazionale, el peruano Valeriano López y Eduardo Ricagni. Barcelona se reforzó con El Portón de América Ángel Perucca y sus compatriotas Rodolfo Contreras y Vicente Gallina. Los delanteros de Barcelona fueron Contreras, Gallina, Chuchuca, Vargas y Cañarte.

En adelante fue insustituible y llegó a ser el mejor alero zurdo del país. Lo raro es que era derecho, pero eso no le impidió triunfar en un puesto que no era el suyo. En 1954 fue seleccionado de Ecuador al Juventudes de América en Caracas. Formó allí como alero derecho con Leonardo Palacios, Chalo Salcedo, Gem Rivadeneira y Víctor Quevedo. Fue autor del primer gol de ese torneo marcado a Chile y bueno para un empate.

Era enormemente veloz, protegía el balón y era complicado arrebatárselo, estaba dotado de una inteligencia prodigiosa. El esférico era un juguete en sus botines y agregaba a esas virtudes un disparo megatónico. Con 19 años recién cumplidos, fue seleccionado al Sudamericano de Chile y apareció por primera vez con la Tri el 27 de febrero de 1955. Jugó 23 partidos por Ecuador en los diez años en que vistió la divisa del país.

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Estuvo en todas las grandes jornadas de Barcelona entre 1952 y 1966 en que colgó los botines para graduarse de ingeniero civil, salvo un breve periodo en que jugó por LDU de Guayaquil obligado por su condición de estudiante. En ese periodo formó una delantera de las mejores que se recuerde: Cañarte, Helio Cruz, Reyes Cassis, Calderón y Tiriza. En 1964 el técnico barcelonés José María Rodríguez advirtió que Clímaco podía aportar más como volante de armado que como puntero izquierdo y lo colocó en esa función con espléndidos resultados.

En 1965, en la selección a la que despojaron del cupo al Mundial 1966, hizo una pareja inolvidable en el medio campo con Jorge Bolaños, respaldados en la contención por Cucho Gómez.

Fue seis veces campeón con Barcelona, cuatro en la Asoguayas y dos títulos nacionales. “En cualquier alineación ideal, de cualquier tiempo, constará Clímaco Cañarte, por su buen estilo, rapidez y sencillez para jugar al fútbol”, indica el libro El fútbol ecuatoriano y su Selección, escrito por Mauro Velázquez. En fin, un grande de todos los tiempos que hace poco apagó 80 velitas. (O)

Era enormemente veloz, protegía el balón y era complicado arrebatárselo, estaba dotado de una inteligencia prodigiosa. El esférico era un juguete en sus botines y tenía un disparo megatónico.