Una foto de 1976 ó 1977 muestra a Mario Kempes pasando raudamente y con imponencia, en su estilo, entre Johan Cruyff y Johan Neeskens en un Valencia-Barcelona. Los dos holandeses del Barsa se ven impotentes para pararlo. Refleja a la perfección el juego, la pujanza y el carácter del Matador, que no preguntaba el nombre de quiénes estaban enfrente, pasaba nomás. Seguro habrá seguido una ovación, luego sonrisas. Era lo que generaba cada acción del fenomenal delantero cordobés, quien por estos días dejó Estados Unidos para pasar una semana en la tierra que más lo ama: Valencia.

El Valencia CF celebró este lunes su centenario, y la figura central de los festejos fue Marito, ídolo máximo y orgullo del club levantino. Miles de hinchas marcharon por las calles de la ciudad, encabezados por viejas glorias y fue Kempes quien portó en primer lugar la bandera blanca con el escudo del club. Él fue la imagen del jubileo. Los más veteranos volvieron sus ojos vidriosos recordando un tiempo llamado “la era de Kempes”, porque más que los goles y los títulos, el zurdo proyectó al equipo más allá de España, lo internacionalizó con su figura planetaria y con el título de la Recopa de 1980. Que para alzarla debió eliminar al Barcelona, al Nantes y al Arsenal. Kempes venía de ser campeón, goleador y figura cumbre del Mundial ’78, lo que inflamó el pecho del valencianismo: ese fenómeno era suyo.

“No diga gol, diga Kempes”, lanzó algún relator español, y la frase quedó inmortalizada, como suele pasar. En esos años, entre 1976 y 1984, el Valencia tuvo a maltraer al Real Madrid y al Barcelona con el Matador como bandera. Conquistó la Copa del Rey de 1979 venciendo al club de Di Stéfano 2 a 0 con, curiosamente, dos derechazos de Kempes. Pero toda la gloria el cariño posterior no se vislumbraron aquel 17 de agosto cuando debutó en el estadio Luis Casanova (hoy Mestalla).

Publicidad

Bernardino Pérez Elizarán, conocido en toda España como Pasieguito, era un personaje que vivía para el Valencia, fue jugador, técnico, director deportivo, hincha. Recibía la revista El Gráfico y veía las portadas de Kempes y las notas que hablaban maravillas del jugador de Instituto primero (1973) y de Rosario Central después (1974 y 1975). No lo había visto jugar, la televisión no traía los partidos, como ahora; tampoco se usaban los videos. Pero le llamó la atención tanto elogio y convenció al presidente José Ramos Costa de que debían ir a ver a ese jugador de 21 años. Pasieguito se quedó un mes en Rosario viéndolo jugar y entrenar. Lo confirmó: era todo cierto. Llamó al titular del club y le dijo: “Hay que ficharlo ya”. Las negociaciones fueron novelescas. Valencia ofrecía 500.000 dólares, una fortuna para la época, pero la directiva de Central se negaba a muerte a transferir semejante joya, que auguraba tiempos de esplendor. Se llamó a una asamblea de socios y, ante la amenaza del padre de Kempes de que su hijo no jugaría más si no lo transferían, por 1.119 votos a 228 y con tristeza se aprobó el traspaso.

Entre el esfuerzo económico y el revuelo por el pase, el estreno del goleador se esperó con ansias. Fue por el Trofeo Naranja ante el CSKA de Moscú. “Mi debut fue francamente desastroso -cuenta Mario en su libro El Matador-. Yo estaba recién llegado y el técnico paraguayo Heriberto Herrera nos sometía a entrenamientos intensísimos. La misma mañana del partido entrenamos otra vez fuerte. A la noche estaba fusilado. No sólo jugué horrible sino que los dos únicos balones que toqué los mandé a las nubes. Para completar, empatamos 2 a 2 y hubo que ir a penales. Fallé el mío tirándolo por arriba del travesaño. Perdimos 4 a 2. ¡Todo mal!”

Lo que debía ser una fiesta para presentar la nueva estrella se tornó una jornada sombría, con silbidos a raudales. Los hinchas veteranos cuentan que, cerca del palco, había incluso quien le gritaba “burro” al presidente Ramos Costa. Y este fulminaba con la mirada a Pasieguito cómo diciéndole “¿qué me trajiste…?”. La grada del Valencia es tildada de exigente. Cuando la gente pita a algún jugador y alguien se sorprende viene la respuesta: “Aquí silbaron a Kempes ¿no van a silbar a estos…?”

Publicidad

Los más jóvenes suelen preguntar cómo era tal jugador, “¿Qué tal era Kempes…?” Era un 11 tirado atrás, un sujeto alto (1,85), fuerte de físico, aunque más de la cabeza, un tanque que, con espacios, hacía estragos. Encaraba y pasaba. Muy bueno en el uno contra uno, de potente disparo de zurda, bueno en la gambeta. No obstante, más allá de sus grandes virtudes, era un jugador que hacía emocionar, parecía heroico todo lo que hacía, sus arranques briosos, cómo dejaba atrás los rivales a todo vapor, con esa fuerza y determinación que eran su marca, los goles de guapo. Y cuanto más bravo el rival, más bravo Kempes. Se crecía ante Boca, River, el Real Madrid, el Barsa…

“A Kempes cuesta encontrarle su sitio en el olimpo del futbol. Está como en zona de nadie entre los legendarios de este deporte”, dice el periodista valenciano Conrado Valle. “Para muchos, su lugar está en un escalón intermedio entre los Pelé, Di Stéfano, Cruyff, Maradona y el resto de grandes de la historia de este deporte. Su alma gemela en este sentido pudiera ser Eusebio, aunque los acérrimos de Marito siempre podrán decir que, a diferencia del portugués, su ídolo ganó un Mundial. Alguno de sus fanáticos incluso iría más allá y diría que fue Kempes quien hizo ganar a Argentina su primer Mundial, como Maradona su segundo”.

Publicidad

Toda esa furia que emanaba de su juego quedaba en el césped. Afuera era manso y sencillo, campechano, con la modestia que reflejan sus habituales comentarios en las transmisiones de ESPN. Menotti cuenta una anécdota que lo describe; después de su epopéyica actuación con Argentina en 1978, se encontró con el técnico en pleno campo de juego: “Recuerdo que en medio de la locura de los festejos me dijo: ‘Gracias por llamarme, César. Esto se lo debo a usted’. No podía creer que él me estuviera agradeciendo a mí”.

El Valencia Club de Fútbol elaboró un video con grandes momentos de Kempes en Mestalla. Se ven goles electrizantes, gambetas lucidas y la euforia de los hinchas. Finaliza con una foto icónica, el Matador con los brazos en alto con el fondo de las tribunas y una frase que sintetiza todo: “Tu leyenda, nuestra historia”.

Mario también ofrenda su corazón en su libro, que hoy será presentado en Valencia. “A medida que pasan los años y los títulos se hacen rogar, en el imaginario colectivo valenciano soy como un vino que se vuelve cada vez mejor. Una pena. Daría lo que fuera para que mi queridísimo club viviera otra realidad, inclusive mi ilustre reputación”. (O)