El peligro existente es que voces interesadas insisten en que Damián Díaz es suficiente. Nadie puede desconocer el gran aporte que ha sido para el Barcelona, pero debemos reconocer que ya no es un jugador dinámico; el peso de los años le ha quitado velocidad, continuidad y resistencia. Y los que piensan que Gabriel Cortez puede ser la alternativa están muy equivocados. En los últimos años como canario, su participación ha sido esporádica, su contenido futbolístico no alcanza y su ritmo es cada vez más cadencioso.

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Lo que preocupa es que periodistas uruguayos que conocen más de cerca al técnico Diego López mencionan que su gran preferencia táctica se puede resumir en fortalecer el fútbol por los extremos, con dos volantes que cumplan una función protectora con licencia para llegar al área rival cuando las circunstancias sean claramente factibles. En Italia fue DT del Cagliari, del Bologna, en la serie B, y en el Palermo fue cesado en el 2017, tres meses después de su debut. Ese mismo año regresó a Cagliari, que al término del torneo no lo renovó.

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En el 2018 conquistó dos torneos con Peñarol: el Clausura y el Campeonato Uruguayo. El paso de López por la Universidad de Chile duró apenas cinco meses en el 2022 y en el 2023 se vinculó a Barcelona. Podemos confirmar que prefiere el sistema del 4-4-2 y, bajo ese criterio, la reciente adquisición de Djorkaeff Reasco le sigue funcionando en ese sistema. Seguramente convencerá a la directiva de que con Díaz y Cortez él se siente satisfecho.

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Desde mi punto de vista, sería un tremendo error. Barcelona requiere urgentemente buscar en el mercado un número 10 que venga a dar luces, ideas, marcar los tiempos y las pausas en el medio campo; caso contrario, Diego López se sumergirá en una nueva confusión, como la que sufrió buena parte del 2023.

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Hoy escucho nuevamente a periodistas que insisten en que el número 10 es una especie en extinción. Los entrenadores modernos –muchos son especialistas en lotizar el campo de juego y así confiscan el virtuosismo para dar prioridad al concepto del colectivismo– son los responsables de que la partitura no posea la música que transforme al fútbol en un espectáculo artístico.

César Luis Menotti asegura que los laboratoristas van por más. Son insaciables: “El doble cinco es producto del miedo, porque no es doble cinco: es más volante de marca y menos de juego”. Y van por más porque el principal propósito es ir sin pausa y con prisa para liquidar al número 10. Es fácil reconocer a quienes promueven la extinción del 10: argumentan que los sistemas tácticos exigen dinámica, velocidad, vértigo, y que las pausas, característica primordial del volante número 10, ya no son útiles para las exigentes transiciones que exige el fútbol que estos técnicos veneran.

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Leía al periodista argentino Matías Rodríguez, quien expresa que se requieren los “neoenganches o enganches fantasmas”. Son los especialistas en conducir al equipo sin posición fija y son más parecidos a un mediapunta, y que el 10 no está en extinción, sino en un proceso de evolución.

En esta época de la modernidad se escucha, se dice y se lee cualquier cosa. Y no es que menosprecie el fútbol simétrico que requiere aplicación de fórmulas, cuadriculaciones especiales para la aplicación táctica, pero no puedo estar de acuerdo. Aún algunos creemos firmemente en el fútbol libérrimo, sin tantas ataduras, que la creatividad siempre responde a lo espontáneo. Las tácticas y estrategias que siempre existieron.

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Debe conocer la dirigencia de Barcelona que los equipos amarillos donde brillaron extraordinarios números 10 fueron también tácticos, pero atildados bajo la batuta de Jorge Bolaños, Moacyr, Marcelo Trobbiani, Severino Vasconcelos, Víctor Ephanor o Marco Echeverry. Barcelona 2024 necesita urgentemente un número 10 que genere esa dinámica de lo impensado que tanto proclamaba Dante Panzeri. En el fútbol hay un principio irrebatible: los sistemas no afectan a la libertad de acción. Es lo que hace libre y hermoso al fútbol, y los indicados para hacerlo así son los 10. El resto es mecanizar, sistematizar o automatizar la creatividad. (O)