Cada vez hay más dinero en el fútbol, más clubes ricos en situación de contratar, pero menos jugadores de clase AA; o, para ser más precisos, menos figuras. Hace unas semanas nos preguntábamos: fuera de Messi, ¿hay un mejor del mundo…? Mbappé, Haaland, Bellingham, Vinícius, De Bruyne… ¿Da para calificar a alguno como MEJOR DEL MUNDO…? Huuuuummmmm… Muy buenos, sí, pero no los vemos en tal condición. Al menos no todavía. Le preguntaron a Ronaldinho si estaba bien que Messi ganara el Balón de Oro y el The Best, y dijo que sí. “Es simple: aún es el mejor del mundo”. A los otros, por juego o por títulos, les falta algo. Y justamente Haaland y Mbappé son el paradigma de esa afirmación: Haaland ganó el triplete, aunque como jugador no llena el ojo; Mbappé muestra una potencia descomunal, pero ganó apenas la liga francesa. Ninguno combinó ambas facetas. Ahora el madridismo, como es su histórica costumbre, pugna hasta la exasperación para entronizar como número uno a Jude Bellingham, un excelente volante con técnica y gol; que puede llegar a la cima, desde luego, pero le falta. Y tampoco es que el juego de Jude nos arranque una exclamación frente al televisor. La esperanza con él es su extrema juventud: recién tiene 20 años, y puede seguir creciendo hasta apoderarse del trono. Ojalá, el fútbol siempre necesita luminarias.

Pero ahora que Messi y Cristiano Ronaldo empiezan a dar las hurras, no recordamos otra época con tan pocas estrellas. No hablemos de Pelé o Maradona, tampoco de un Cruyff, un Platini, un Zidane, un Ronaldo Nazario, un Ronaldinho…

La tremenda escasez de super-cracks hace que el ignoto club César Vallejo, de Perú, le ofrezca 129.000 dólares mensuales y un contrato de dos años a Paolo Guerrero, de 40 eneros y con menguadísima movilidad. Fue un grande Paolo, y le queda el cartel; sin embargo, la oferta parece exagerada, descabellada. Por el mismo motivo, el Chelsea pagó 146 millones de dólares por Moisés Caicedo, un volante de marca sin creación y es el récord del fútbol inglés en el rubro transacciones. El pase más alto de todos los tiempos, desde Alf Common a la fecha. Common fue declarado una leyenda del fútbol inglés porque en 1905 se transformó en el primer futbolista británico cuyo traspaso costó 1.000 libras esterlinas. Fue del Middlesbrough al Sunderland. Por semejante cifra, la transferencia fue considerada un escándalo. La prensa, entonces, habló de “carne y sangre a la venta”. No obstante, Common hacía goles. Caicedo, en el Chelsea, lleva 27 partidos con 0 gol y 0 asistencia. Pero vale lo que vale por las cifras estratosféricas que se manejan y la pobreza de figuras. Una combinación que le permitió al West Ham obtener 117 millones de euros por Declan Rice, correcto mediocampista con carácter y lucha.

Publicidad

El fútbol se ha colectivizado a tal punto que oculta la individualidad. Falta la chispa, la genialidad, la proeza individual que hizo del fútbol una pasión. Y los entrenadores tienen buena parte de culpa. El grito más escuchado en divisiones inferiores es “¡A un toque, a un toque…!”. ¿Qué sucede…? El chico hace lo que el profesor le indica y ni la para: la pasa de primera; la consecuencia es que nadie gambetea, o sea, se pierde belleza y eficacia, porque una gambeta limpia el camino, equivale a diez pases, a veces más. “Desde hace dos décadas, el fútbol está migrando de ser un juego de habilidad a una competencia atlética. Por eso, futbolistas con una técnica apenas buena llegan a ser descollantes. El lema del olimpismo ‘más rápido, más fuerte, más alto’ nunca había tenido preponderancia en el fútbol como hoy”, nos dice Ricardo Rozo, agudo observador colombiano.

Coincide con Lionel Scaloni, el magnífico entrenador de la selección argentina, quien hace unos días analizó el tema: “Hay un exceso de análisis, demasiado. Hoy día todo el mundo sabe cómo juega el rival, entre lo que ves, los videos, lo que te traen tus colaboradores. Hay tanta información que al final lo más importante, que es el futbolista, está teledirigido. Y en nuestro caso, no sé con otros equipos, corrés el riesgo de perder la esencia, de quitarle al jugador eso que es justo lo mejor que tiene. Si estás todo el rato diciéndole lo que debe hacer, corrés ese riesgo”.

En entrevista con el diario Marca, de España, el 26 de enero, profundizó sobre esa mecanización del juego, que quita brillo al protagonista: “Nosotros transmitimos lo justo, lo que creemos que tenemos que transmitirle, lo realmente importante, para no sobrepasarlo de información. Estamos perdiendo la esencia del fútbol, y no solo a nivel profesional, sino a nivel de los niños también. Mis hijos juegan en España y están sobrepasados de información. Reciben la pelota y ya les están diciendo lo que tienen que hacer. No hay regateadores porque si apenas reciben la pelota les dicen ‘¡Pasala!’. Imagínate si a Messi cuando tenía ocho años le hubieran estado diciendo todo el rato ‘¡Pasala!’ sus entrenadores; hoy no lo tendríamos. Es algo impresionante. Como el fútbol ha terminado siendo una cosa tan grande, todo el mundo lee, estudia, y cree que con eso ya puede dirigir. A un niño de 7 u 8 años le decís que trace la diagonal, que haga las coberturas... ¡Tiene siete años! Dejalo que juegue a la pelota, que se equivoque, y ya cuando tenga 14 o 15 le empezamos a corregir. Es un mensaje para el futuro. Esto es un deporte y lo lindo del fútbol no se tiene que perder”.

Publicidad

En otra charla abierta, en 2021, mientras dirigía al Leeds United, Marcelo Bielsa advirtió: “El grave problema del fútbol es que cada vez hay menos jugadores para la élite”. Efectivamente, hay más demanda que oferta, lo que infla los precios. “Mi posición es frenar la inflación en el fútbol, el costo exagerado de los honorarios y del valor de los jugadores, jugar menos, que el juego sea mejor, reducir el precio de las entradas para que los espectadores puedan ir a ver fútbol e invertir mucho en formación para que haya muchos más jugadores buenos”, dijo el rosarino. Y se incluyó entre quienes ganan demasiado: “El problema principal es que hay más partidos que los que se pueden absorber. Y la justificación para que haya tantos partidos y tanta competencia es que el fútbol es muy caro por lo que cuestan y ganan los jugadores y todos los implicados en el deporte”.

Hasta los años 60, el fútbol de alto nivel se circunscribía a Italia, España, Inglaterra, Argentina, Brasil y Uruguay. Seis países. Y casi no había pases. No iban extranjeros a la liga inglesa; solo España e Italia llevaban foráneos, unos pocos. Ahora hay cien mercados ansiosos de crecer y comprar, incluso ligas emergentes con mucho dinero y ansias de crecimiento y visibilidad, como la de Arabia Saudita, la de Emiratos Árabes, la de Catar, la MLS estadounidense, la de México, como siempre, y Brasil. Antiguamente el campeonato brasileño no tenía futbolistas de otros países, no hacían falta; ahora hay 111. Hasta Vietnam ficha extranjeros. Esto lleva a que los elementos destacados estén dispersos. De ahí la insistencia del Real Madrid, por ejemplo, por contar con un galáctico como Mbappé. De su tipo hay dos o tres para llevar. Él, Haaland, acaso De Bruyne o Lautaro Martínez. Y punto.

Publicidad

Millones se quejaron porque los premios recayeron en Messi, el único que nos da algo distinto, genial, artístico. (O)