“El fútbol, como la vida y las personas, tiene que adaptarse a los tiempos que vivimos. El 40 % de los jóvenes entre 16 y 20 años ya no tiene interés por este deporte”. El diagnóstico, sombrío por cierto, lo vertió Florentino Pérez el 18 de abril pasado al momento de lanzar la Superliga Europea, una beba que nació muerta, pues apenas 48 horas ya la habían enterrado la UEFA, los medios, los hinchas y hasta los mismos clubes ingleses que figuraban como fundadores. Pero no funcionó, básicamente, porque era un esperpento jurídico: seguían afiliados a la UEFA, pero hacían un torneo aparte de esta. Como si Mbappé dijera “sigo perteneciendo al PSG, pero desde ahora voy a jugar un campeonato para el Chelsea y otro para el Bayern Munich”.