¿Qué entra en un siglo…? Todo. Cuatro generaciones, el devenir de la vida, sucesos relevantes, modas, inventos, creaciones artísticas, catástrofes, guerras, nuevas formas de vivir, de comunicarse… Por ello, quizás, el vocablo siglo destila tanta autoridad, es tan abarcativo y proporciona el prestigio de la durabilidad. Entre el 16 de septiembre de 1921 y hoy, Diario EL UNIVERSO no faltó un día a clase: cumplió un siglo haciendo periodismo independiente, lanzando una edición impresa durante 36.513 días. Una proeza. En todo ese tiempo hubo huelgas, escasez de papel y de tinta, problemas de distribución, disturbios políticos y sociales, dificultades económicas, inundaciones, cortes de luz, plagas y calamidades diversas, pero EL UNIVERSO siempre salió a la calle, planchado y almidonado, con sus noticias frescas, listas para el consumo de sus ávidos lectores. ¿No es maravilloso…? Hoy no es un día más en la vida del Ecuador, una de sus instituciones más prominentes alcanza la centuria. Cien años informando a sus ciudadanos, radiografiando el acontecer nacional e internacional, transformándose en un confiable registro de la historia, reflejada día por día, actividad por actividad.

Cuando alguien desee saber qué sucedió hace cien años sobre un tema determinado, qué se dijo entonces, cómo era el tono al respecto, solo deberá ir a la hemeroteca y pedir EL UNIVERSO de ese momento. No hay mejor forma de saberlo. Ha sido la crónica de la vida ecuatoriana. En política, economía, sociales, deportes, espectáculos… Y en 31 de esos cien años hemos estado acompañando al Diario desde las páginas deportivas. Un orgullo.

En abril de 1990, cuando nos aprestábamos a viajar al Mundial de Italia, mi amigo entrañable y compañero inseparable en la redacción de El Gráfico, Julio César Pasquato (Juvenal), recibió una oferta de Otón Chávez Pazmiño, por entonces al frente de la sección Deportes de EL UNIVERSO. Lo invitaba a escribir un par de columnas antes del gran torneo que se celebraría en la patria de Miguel Ángel. Julio no lo podía hacer y me consultó: “¿Las querés escribir vos…?”. Dije que sí y le respondió a Otón si le parecía bien Barraza en lugar de Juvenal. Otón aceptó y mandé ese par de crónicas. Le gustaron a él y también a don Carlos Pérez Perasso. Ahí mismo me propusieron escribir para el periódico una columna diaria desde el Mundial. Envié 38 escritos. Era una mezcla de análisis de partidos, crónicas de viaje, notas de color y, como siempre, mechando un poco de humor y pintura costumbrista. La fórmula funcionó y me invitaron a seguir. Fueron cambiando compañeros y jefes de sección, y así, sin reparar en marcas ni logros, llegué a 31 años escribiendo para EL UNIVERSO. Era por dos notas, fueron dos mil trescientas. Es un honor, sin duda, pero mucho más una alegría. Gracias también a esa columnita semanal -luego se hicieron dos-, conocí un país maravilloso, generoso, que aprendí a amar: Ecuador. Y una ciudad que siento mía: Guayaquil. He viajado decenas de veces y nunca me sentí extranjero en ella. La he visto crecer y embellecerse como he visto evolucionar al fútbol ecuatoriano hasta convertirse en una fuerza importante del continente.

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Conocí a don Carlos Pérez Perasso, a quien, con orgullo, puedo definir como un amigo. Nunca fue “el dueño”, “el director”, “el jefe”, siempre “don Carlos”. Un hombre de una serenidad monacal, admirable; lúcido pensador, gran empresario, austero, modesto. Hablaba bajito y nunca le escuché decir “yo tengo”, “yo hice”, “yo dije”. Hasta en su simpatía por Emelec era sobrio. Gustaba de ir al Capwell y compartir una suite común con sus amigos de siempre, Otón entre ellos. Escuchaba más de lo que hablaba (un rasgo de la inteligencia), pero en frases cortas dejaba sentencias. “Jorge, no escribas difícil que la gente no te entienda”, me sugirió con agudeza periodística. La extraordinaria autoridad que emanaba de su persona nacía justamente de su sencillez, de su frugalidad en todo, en el vestir, en el hablar, en su falta total de ampulosidad y ostentación. Ya para entonces, durante mis periódicas visitas a Guayaquil, escuchaba a amigos afirmar que EL UNIVERSO ponía y sacaba presidentes, que Carlos Pérez Perasso tramaba campañas desestabilizadoras, que hundía a fulano y entronizaba a mengano y pergeñaba diabólicas conjuras políticas… Fábulas populares. Por extensión conocí a sus hijos. Don Carlos era él y sus cachorros, siempre cerca. Era yo llegar a Guayaquil y don Carlos invitarme a almorzar. Al fallecimiento del patriarca, el vínculo continuó siendo tan amistoso como siempre, especialmente con Carlitos y César. Don Carlos hizo a sus descendientes en la fragua de la simpleza, del respeto, del amor al país. Durante treinta y un años he escrito en EL UNIVERSO en la mayor de las libertades. Nunca se me sugirió un tema, jamás nadie me dijo “Barcelona esto… Emelec aquello…”. En ningún medio he sentido tanta libertad y he gozado de semejante libre albedrío para exponer mis ideas. Nadie me tocó una coma o me cambió una palabra. Siete mundiales cubrí para EL UNIVERSO, once copas América y torneos diversos. Ha sido un honor. El acuerdo económico para la cobertura de un Mundial nunca demoró más de cinco minutos.

La primera columna de Jorge Barraza en EL UNIVERSO (izq.), con motivo del Mundial de Italia 1990. Foto: Archivo

Todo se ha ido dando en un marco de respeto y amistad tal que hasta cuesta describirlo. EL UNIVERSO es un templo del periodismo ecuatoriano. El Ecuador debería enorgullecerse de él. Son esos bastiones de la República que nunca debieran perderse, forman parte del inventario popular. Para este cronista de cosas simples como el deporte, es un orgullo escribir en esta casa, pertenecer a ella, compartir sus valores. Con Juvenal, maestro de la revista El Gráfico, compartíamos complicidades. Nos entendíamos de memoria. Nos daban para producir un especial por los 80 años de Boca Juniors, hacer la historia de la selección de Argentina o cualquier proyecto editorial y nos decíamos mutuamente: “Nos vamos tocando en pared hasta el fondo del arco”. En estos treinta y un años de columnas deportivas, siento a EL UNIVERSO igual que a Juvenal: nos hemos llevado la pelota hasta la red adversaria jugando, divirtiéndonos. Ha sido un compañero excepcional y me alegro de jugar con él. Por muchos años más. (D)