“Qué pena saber lo que has perdido”... Así empieza un meloso vals peruano que solíamos escuchar en tardes de bohemia en casa de Víctor Quevedo, un gran puntero zurdo de Norteamérica en los años 60, cuyos dirigentes le cortaron la carrera al negarse a venderlo a Emelec. Los eléctricos querían llevarlo junto con su socio, el inteligente armador nortino Manuel Chamo Flores, quien tuvo más suerte y se vistió de azul en época del inolvidable maestro Fernando Paternoster.

Estaba viendo por televisión a un diezmado Uruguay enfrentar en el Centenario a Paraguay, una selección que busca salvarse de su incómoda posición en la tabla de posiciones de la eliminatoria apelando a la conducción del “rey del cero a cero”, Gustavo Alfaro, cuando empezó el calentamiento de los actores del partido que me importaba: Brasil-Ecuador. Mi interés no radicaba en la perspectiva de observar un buen juego, sino en saber qué podía hacer la Tri ante ese desteñido equipo auriverde que ha armado el técnico Dorival Júnior con lo poco que tiene el fútbol de un país que un día encantó al planeta entero y ganó cinco veces la Copa del Mundo.

Hago aquí una digresión. En el 2003, cuando Hernán Darío Gómez dirigía a Ecuador, la Selección cayó de visita ante Brasil 1-0, por la eliminatoria. A su retorno, el siempre locuaz bailarín de vallenatos aceptó una entrevista que duró diez segundos. Cuando le preguntaron por qué no intentó nada en el área contraria, el colombiano respondió con un disparate histórico: “Perder 1-0 con los pentacampeones del mundo equivale a una victoria”.

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Los miembros del ‘círculo rosa’ de la Federación Ecuatoriana de Fútbol aplaudieron, como era su costumbre y su compromiso. No sé si Sebastián Beccacece piense igual, pero aquel Brasil de la era Bolillo, ni el del pasado viernes en Curitiba, tienen nada que ver con los pentacampeones del mundo, al menos que alguien imagine que Danilo, Marquinhos, Guilherme Arana, Bruno Guimaraes, Luis Enrique son lo mismo que Bellini, Djalma Santos, Nilton Santos, Zito, Garrincha, Pelé y Zagalo. O Amarildo, Zózimo, Roberto Carlos, Cafú, Júnior, Rivelino, Gerson, Jairzinho, Clodoaldo, Falcao, Zico, Sócrates, Ronaldo, y una constelación de astros que maravillaron al planeta.

Esos cracks nos hubieran clavado al menos diez goles. Eran de otro mundo; los de hoy son terrenales. O ni siquiera eso: son subterráneos. Están hechos de latón y rellenos de publicidad engañosa y por eso no pueden levantar el vuelo.

Este Brasil del viernes anterior es una muestra del hoyo profundo en que ha caído el balompié de ese país. Ni siquiera Vinícius Jr. o Rodrygo mostraron su verdadero nivel. El delantero de Real Madrid parece estar hecho, desde lo anímico, para jugar en el Bernabéu. Su apatía con la divisa de su selección es tan visible que su propio público lo repudió. Nunca pudo superar la marca de Alan Franco, el mejor jugador de Ecuador.

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Rodrygo fue una sombra del excelente volante madridista. Igual que Vinícius, no siente la camiseta. Ellos y sus compañeros fueron silbados al final del partido. Mientras la FIFA siga aumentando el número de países que participan en la fase final de la Copa del Mundo, Brasil puede estar tranquilo. Solo necesita ser sexto para ir directamente a la Copa 2026 y con esta ruma de mediocres seguro le alcanza.

¿Y Ecuador? La misma receta de siempre. Primero, convocatorias digitadas que han relevado el grado de obediencia que la FEF exige a los técnicos. Beccacece llegó, dirigió dos prácticas y eligió un tercer arquero al que nunca vio atajar. El suceso puede convertirse en una anécdota universal: el argentino no convocó al portero titular sino al suplente. ¿Cuándo lo vio en acción? Coincido con mi colega Eduardo Tucho Velásquez, prestigioso periodista manabita: Parece haber “gato encerrado”.

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Es que los llamados sorpresivos en la “era Egas” siempre traen cola: son el antecedente de un negocio. Así sucedió con José Hurtado, Kendry Páez y Kevin Rodríguez, entre los que me vienen a la memoria. Da la impresión de que Beccacece es el mismo Félix Sánchez Bas, pero rubio y con moñito. O Alfaro, pero sin los costosos ternos de su compatriota. Tres caballeros distinguidos por su obediencia, no por sus ideas para mejorar nuestro fútbol o hacer rendir más a la Tricolor.

Si no hubiera sido por la colita que luce el DT de Ecuador, al ver a la Tricolor en el primer tiempo habríamos pensado que estaban dirigiendo Alfaro o Sánchez Bas. Todo igual: tres defensores centrales; Alan Franco y Pervis Estupiñán pegados a la raya sin atreverse a subir; centrocampistas rechazadores, pero sin ideas ni atrevimiento para intentar una excursión hacia adelante; y dos ‘delanteros’ separados cada uno por 30 metros. Y quiero hacer notar algo que debe quedar asentado en el libro de las curiosidades: durante 45 minutos los atacantes nacionales no pisaron nunca el área de Brasil. Ni siquiera por turismo llegaron Enner Valencia y Kevin Rodríguez a esa zona.

Empezaban a jugarse los adicionales del primer tiempo cuando Rodríguez peleó un balón cerca del área brasileña y salió airoso. Vio desmarcado a Moisés Caicedo y le entregó una ocasión de oro para igualar la pizarra. La desperdició el volante del Chelsea tirando al cuerpo de Allyson en dos ocasiones. Como es costumbre desde que apareció en la Selección, Caicedo no aportó nada. No marca, solo pega. Cuando tiene el balón en sus botines mira hacia atrás y retrocede la pelota. No ejerce ningún liderazgo entre sus compañeros y carece de atrevimiento.

El gol de Rodrygo, a los 29 minutos, fue una muestra de lo poco que valen los centrocampistas nuestros. Era una asamblea de leñadores que miraban absortos cómo el brasileño bajó el balón sin que nadie lo presionara. Todos vigilaban, no marcaban, y Rodrygo tuvo tiempo para remecer las mallas de Hernán Galíndez en el único gol del partido.

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Brasil se dejó estar, mostró muy poca ambición en la segunda mitad y Ecuador salió, al fin, a tratar de proponer algo. Franco contenía al irregular Vinícius y se daba tiempo para subir. Lo mismo pretendía, pero sin mucha eficacia Estupiñán. Faltaba inteligencia creativa en el medio campo, una carencia irresoluble para cualquiera que dirija nuestra Selección. Se intentó con Kendry Páez, pero está probado que el joven guayaquileño no da la talla. Ecuador buscó más bien que no le hagan otro gol al incluir a Carlos Gruezo, infaltable en las convocatorias.

Y al fin se produjo un revulsivo con el ingreso de John Yeboah, el joven germanoecuatoriano que produjo los mejores momentos con su prodigalidad y atrevimiento. Pero fue muy poco el tiempo que estuvo en la cancha y careció de acompañamiento, pues al joven John Mercado, que juega en el AVS Futebol Sad de Portugal, también le faltaron minutos. La percepción generalizada es que Yeboah y Mercado deben se alineados juntos en el próximo partido, contra Perú en Quito, dado el pésimo rendimiento de Enner y Kevin en Curitiba.

Nos queda el desafío frente a los peruanos, que son colistas. Sin audacia no podremos vencer a los sureños que pasan por un mal momento, aunque estuvieron a punto de amargarle la noche a Colombia. (O)