“Uruguay es tan chico que para tirar un córner te tenés que ir a otro país”, decía Marcos Lubelski, empresario futbolístico rosarino residente en Montevideo, quien sentía verdadero cariño por la patria de Artigas. Por alguna extraña razón, esa miniatura demográfica que, toda entera, cabe seis veces en San Pablo, cinco en Buenos Aires y tres en Bogotá, fue la máxima potencia futbolística mundial en las décadas del ’10, el ’20 y el ’30 del siglo pasado.