Muchas anécdotas han sobresalido cuando historiadores cuentan la vida de Manuel Francisco dos Santos, Garrincha. Nadie como él para convertir al fútbol en alegría. Era un espectáculo. Por él solo se llenaban los estadios, y el público con murmullos y aplausos pedía que le den el balón a Mané, para que por unos segundos repita la función.

La poliomielitis, a temprana edad, lo dejó parcialmente tullido. Una operación de emergencia lo recuperó, pero quedaron secuelas para siempre; una pierna 6 centímetros más corta que la otra, con la particularidad de que las dos extremidades eran encorvadas para la izquierda. Y si algo le faltaba, también sufría de escoliosis. Por eso llamaba la atención su habilidad para dominar la pelota de caucho en los partidos con sus amigos de su pueblo natal, Pau Grande, un caserío entre montañas y mucha vegetación, a dos horas de Río de Janeiro.

Su hermano mayor, con quien compartía pichangas sobre un lodazal, con una pelota improvisada, veía que Mané se hizo un experto en evitar los hoyos, con base en dribles y detenciones súbitas. Pronto se convirtió en avezado en el arte de controlar el balón entre brincos y piruetas. Un día de 1945, con apenas 12 años, los amigos del barrio se fueron a jugar a un pueblo cercano llamado Sitio Esperanza. El entrenador del equipo rival, sorprendido por los regates de Mané, averiguó quién era y le recomendó probarse en algún club en Río de Janeiro.

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En 1947 fue al Fluminense, que era el equipo de sus amores. El encargado de las categorías inferiores aseguró que no tenía futuro. Igual suerte vivió en el Vasco da Gama. Regresó a su pueblo a trabajar en una fábrica de ropa de algodón. Su ilusión era patear la pelota de cuero y se registró en el Esporte Clube Pau Grande, fundado por el dueño de la fábrica. Este, asombrado de como Mané siempre usaba la raya derecha, sin querer saber de ningún otro puesto, le preguntó al hermano mayor cómo lo hacía. Y le explicó: “Mané siempre jugó en la orilla del río Inhomirin, apostando que nunca la pelota se le iba a ir al agua.

Con 18 años lo llevaron a probar al Botafogo, donde lo condicionaron: “si eres capaz de llevártelo una sola vez a este defensa, te quedas”. Cuando terminó la jornada escuchó: ¡Ese chico destrozó con sus movimientos extraños al mejor defensor que hay en Brasil, Nilton Santos! Garrincha no regresó a su pueblo, debutó en el equipo rayado en el Maracaná, en 1951. Una semana después de la prueba, cuando terminó el partido los aficionados maravillados, no se cansaron de vitorear su nombre.

Los técnicos rivales terminaban afónicos gritándole al marcador de punta: “¡mira el balón y no sus piernas! Pero era imposible. La velocidad de Garrincha en el giro y su arranque hacían que sus custodios lo persigan a toda marcha, pero el único que frenaba era él. En ese momento todos se daban cuenta que la pelota había quedado detenida dos o tres metros atrás. Era un ángel caído del cielo, pero con las piernas torcidas. La sección deportiva de diario O Globo, tituló: ‘¿Garrincha, un ángel o un diablo?’

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El artículo terminó así: “Puede ser un ángel por las divinidades que hace, pero es un diablo cuando luego de hacer un túnel al rival, esquiva una patada y se detiene para sonreír y sigue su marcha”. No pasó mucho tiempo para que lo convoquen a la selección de Brasil. Su debut fue en 1955. Sus rivales revelaron que Garrincha, en el partido, conversaba incoherencias con ellos. Pingo, volante del Santos, dijo que Garrincha lo sorprendió porque después de celebrar un gol de tiro libre, detuvo su andar y le dijo: “¿Hola, cuántas hermanas tienes?” Y luego siguió caminando a su posición.

Al genio con la pelota en los pies lo comenzaron a identificar como un hombre sin muchos recursos intelectuales, poco preparado, pero su pueblo lo amaba. Garrincha podía estar desconectado del mundo, pero genialmente conectado con su habilidad que no estaba sometida a reglas por la inspiración que tenía en los pies.

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Cuando fue convocado para competir en el Mundial 1958 hubo gran resistencia interna en la selección. La dirigencia de Brasil, tras el fracaso traumático en el Maracanazo de 1950 y la vergonzosa eliminación en cuartos de final con Hungría, en el Mundial Suiza 1954, con trifulca incluida, exigió que los seleccionados fueron evaluados por psicólogos. Las pruebas dieron resultados escalofriantes para la dirigencia del fútbol brasileño. Los datos fueron reservados, pero trascendió que Pelé, con apenas 17 años, era catalogado como un adolescente, inmaduro y carente de espíritu de lucha, Y que Garrincha sufría el síndrome del “perro callejero”, o sea no le importaban las consecuencias de sus actos. Un sello decía: “NO ELEGIBLE”.

Al conocer esos informes, Nilton Santos y Didí, compañeros de Garrincha en Botafogo, enérgicamente le advirtieron a la Confederación Brasileña de Deportes, que si hacían caso a ese estudio psicológico, todos irían a una huelga. El DT Vicente Feola los convocó alegando que Garrincha y Pelé serían suplentes.

EL UNIVERSO promocionó el arribo de Botafogo a Guayaquil.

Llegó el Mundial en Suecia y en la delantera estaban Joel y Altafini en vez de Garrincha y Pelé, pero el equipo no convencía. En el tercer partido Feola decidió que la delantera fuera Garrincha, Didí, Vavá, Pelé y Zagallo. Desde ese día ese ataque se hizo mítico. En Suecia Garrincha fue el mejor puntero derecho y el mejor jugador en Chile 1962. En los dos mundiales fue campeón.

El 16 de enero de 1963, Guayaquil se dio el lujo de ver el enfrentamiento entre Barcelona y Botafogo. Esa noche Garrincha brindó el espectáculo de fútbol más sensacional que se haya visto por nuestras tierras. Vicente Lecaro declaró que le recomendaba a Luciano Macías: “Marcarlo más de cerca”. El Pollo le contestaba: “Está jodido compadre, lo miro y se me hace humo”.

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Garrincha y Amarildo, socios del gol en el Botafogo.

Con el pasar del tiempo la fama de Garrincha creció tanto que las mujeres no lo dejaban tranquilo. La más famosa fue la cantante de moda Elza Soares. Garrincha se dedicó a la bebida, al tabaco y a ir a lugares llenos de hermosas mujeres que lo complacían en madrugadas de sexo descontrolado. Tuvo catorce hijos, uno de ellos de nacionalidad sueca, Ulf Lindberg. Su madre era una camarera sueca del hotel donde se hospedaba Brasil.

Garrincha, burlando a los zagueros y el portero Ansaldo de Barcelona.

Retirado se lo encontraba refugiado en las cantinas. Estaba sumergido en el alcohol. Sobrevivía gracias a la generosidad de los vecinos. Ganaba algo cuando lo contrataban para el desfile de carnaval. En el último que participó, lo ubicaron en la plataforma del camión sostenido por dos personas. Hasta que un 20 de enero de 1983, a la edad de 49 años, lo hallaron en el piso con un fuerte hematoma en el ojo. La autopsia determinó cirrosis y pancreatitis. Lo enterraron en su pueblo natal. En su lápida consta su pensamiento: “Yo no vivo, la vida, la vida me vive a mí”. La Alegría do Povo descansa en paz junto a su padre, que por coincidencia también falleció por cirrosis hepática.

Jorge Valdano escribió: “Garrincha jugaba como hablaba Cantinflas. Sus gambetas hacían sonreír, parecía un chiste contra la solemnidad”. (O)