Ya es oficial: la Copa América 2024, que por orden rotativo le correspondía organizar a Ecuador, se realizará en Estados Unidos, igual que en 2016. “Vamos a pelear con todo por tener ese torneo, que no lo tenemos desde 1993″, señaló Francisco Egas, presidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, en mayo de 2021. Sin embargo, el 9 de noviembre de 2022 cortó de cuajo cualquier posibilidad. “No estamos en capacidad de organizar la Copa América”, declaró lacónicamente. No dio mayores detalles. No quedó claro si era la Federación o el país el que no calificaba.

Allí mismo comenzaron a circular en Twitter rumores de que la centenaria competición viajaría al extremo norte del continente. Ya había algo. Lo confirmó el viernes 27 un comunicado de Conmebol. Cuando la edición 48 haya terminado, tendremos un dato inquietante: de los últimos cuatro torneos, dos se habrán hecho fuera de casa. Y casa, para este certamen, es América del Sur. Es una creación sudamericana; nació en 1916. La Concacaf se fundó recién en 1960. Para entonces, nuestra Copa América ya se había disputado 27 veces. En 1993, básicamente para hacer entrar a México, Sudamérica se abrió a invitar a los de la parte septentrional. Allá tienen su propio torneo, la Copa Oro, pero siempre pujan por participar en la América, que posee infinitamente mayor prestigio, historia y tradición. Digamos que México lo hizo brillantemente: fue finalista en 1993 y 2001. Trajo su respetable fútbol, su numeroso periodismo, sus coloridos hinchas. Un aporte valioso, sin duda.

Planteamos una encuesta en Twitter sobre qué le parece al público futbolero la idea de mudar nuestra legendaria copa. “¿Estás de acuerdo…?”, fue la pregunta. La respuesta es sorprendente: un 39,1 % respondió “Sí, me gusta”, un 23,7 % dijo “Mejor, así hay 16 equipos”, un 7,6 % contestó “Acá no hay condiciones” (refiriéndose a la infraestructura deficitaria en América del Sur) y solo un 29,7 % se plantó en “No, es de América del Sur”. También hubo cientos de comentarios tuiteros resumidos en uno: “Está bien, América es una sola y deben jugar todos”. El arquitecto ecuatoriano Pepe Gamarra responde en la citada red social: “La Copa América SIEMPRE debe ser juntando equipos de TODA América. México y EE. UU. son selecciones competitivas. Me gusta ese formato. Eso sí, que no se juegue siempre en el norte del continente”.

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Ahí está el meollo de la cuestión. La mudanza de dos de las últimas cuatro ediciones a Estados Unidos pone en serio riesgo que volvamos a ver la Copa en Sudamérica, o que la veamos espaciadamente, por una sencilla razón económica: una Copa América en Estados Unidos —ya se vio en 2016— es una caja de resonancia fabulosa y su valor de comercialización está muy por encima del de cualquier país del sur. En especial con 16 equipos, entre los cuales hay 10 títulos mundiales, los de Brasil, Argentina y Uruguay, más representativos de alto predicamento, como Chile, Colombia, México, Paraguay, el tan respetable Ecuador, el ascendente Estados Unidos, el siempre animador Costa Rica… Es un mini-Mundial. Esto hace que el reparto monetario para nuestras asociaciones sea verdaderamente atractivo. Por ello, en el futuro ¿quién va a querer organizar una Copa América…? Conlleva un trabajo gigantesco, desgastante, de mínimo dos o tres años, lidiando con mil temas, como construcción o remodelación de estadios, seguridad, campos de entrenamiento, alojamiento de delegaciones, transportación, boletería, turismo, prensa, atención a los visitantes… Mejor es llevarla al norte, garantizarse un suculento ingreso y pasarse unos días de órdago viendo partidos y viajando con tratamiento vip. Y ahora que se disputa cada cuatro años, va a ser muy difícil que la fiesta vuelva a ciertos países del sur. Porque Estados Unidos pone la vara muy alta, lo cual es bueno, pero acá abajo hay pocos lugares que puedan cumplir ciertos niveles de exigencia.

El país del béisbol ofrece instalaciones óptimas en ciudades modernas, escenarios gigantescos que seguro se llenarán porque, a 2022, se contaban 62 millones de residentes hispanos en la patria de Washington, según informe de hispanicstar.org, una plataforma de ayuda a los hispanos en iueséi. Solo con ese segmento se agotarían las entradas, dada la pasión latina por el fútbol. Ni siquiera necesitan que vaya nadie de fuera; tampoco que acudan estadounidenses no hispanos. No hacen falta. El éxito de público está asegurado. La Copa es en cierto modo un correlato de lo que acontece con los futbolistas en nuestro subcontinente: los producimos y, apenas despuntan sus virtudes, se van a agradar a otros públicos. Ahora exportamos la Copa América. No sería para nada extraño que en 2028 solicite México ser el anfitrión, otro mercado poderoso y apetecible. Puede que a Uruguay, Venezuela, Bolivia, Perú, Paraguay o Ecuador les toque dentro de treinta años ver una copa en su tierra. A propósito de Ecuador: ¿perdió su turno…? ¿Debe ponerse detrás de todos en la fila…? Porque, si es así, tal vez deba esperar medio siglo más.

Lo que más seduce del anuncio de Estados Unidos 2024 es su formato: 16 equipos, los 10 de Conmebol, 6 de Concacaf, cuatro zonas de cuatro, primero y segundo de cada una a cuartos de final; 32 partidos, 24/25 días de disputa. Así debiera ser siempre, incluso cuando se juega en el cono sur. Es perfecto y se les permite a los del norte entrar en un torneo más importante que el de ellos, con repercusión planetaria y con posibilidades de crecimiento. Ahora, preguntamos: ¿vendrá Estados Unidos a jugar en Sudamérica cuando toque acá…? Porque más de una vez lo invitaron y se negó. La fusión de ambas confederaciones en la competencia agranda la celebridad de la Copa América, le da carácter universal. Nadie quiere jugar la Copa Oro, pero todos desean intervenir en la Copa América.

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Además, será probablemente la última oportunidad de ver a Messi con la selección argentina, pues ya tendrá 37 años. Y ese será otro gancho marketinero que la torne imperdible. Pero hay otros tópicos promocionales, pues también será, de seguro, la ocasión postrera de Neymar de consagrarse campeón continental. Y no olvidemos que Argentina acudirá como campeón del mundo vigente. A su vez, la Albiceleste tiene la oportunidad de quebrar la paridad con Uruguay de quince títulos cada uno, porque el equipo de Scaloni luce joven y fuerte. Y otra final Argentina-Brasil paralizaría al mundo. Igualmente, será la función final de la generación dorada de Chile (Vidal, Alexis, Isla, Vargas, Claudio Bravo) y de la de plata de Colombia (Falcao, James, Cuadrado, Ospina). Es una copa que se vende sola. Seguro romperá todos sus récords de audiencia.

A lo largo de la historia, el público ha sido reacio a los cambios (el periodismo ni hablar…), pero en su mayoría han resultado positivos y mejoraron el fútbol. Nos encanta el torneo tal como está planteado; también nos gustaría volver a verlo en tierras sudamericanas. (O)