“Acabo de volver a casa… La Copa América ha sido una pesadilla. Ahora, que venga el Mundial 2026, esa debería ser otra historia”. La voz cansada, resignada, era de Rafael Crisóstomo, fotorreportero peruano de larga actuación en el Washington Post, con cuatro décadas de residencia en Estados Unidos y varios mundiales encima.

“Vergüenza se queda corto para definir todo lo que ha pasado aquí en materia de organización”, refrenda Eduardo Biscayart, periodista argentino de Fox Sports, también con domicilio en el país del norte. “Se juntaron dos factores muy adversos: la Conmebol y la ciudad de Miami. Perverso”, agrega el colega. Algo que no puede ser desmentido por los dirigentes de Conmebol porque Ramón Jesurún, presidente de la Federación Colombiana y director de la entidad sudamericana, sufrió en sus carnes un terrible insuceso: cuando bajaba al campo de juego para la entrega de premios, con todas sus credenciales en orden, fue impedido de hacerlo simplemente porque la persona que custodiaba la puerta respectiva no sabía, no entendía o creyó que ya habían pasado suficientes y se encerró en no dejarlo pasar. El dirigente colombiano se quejó, discutieron, lo empujaron, cayó al suelo, salió su hijo en defensa y terminaron ambos presos y con traje naranja. Un hombre de 71 años, violentado delante de su esposa y sus nietos. Su foto esposado recorrió el mundo. No era un periodista, era el número dos o tres de la organización. Conocemos a fondo a Ramón Jesurún, un hombre pacífico, supertranquilo.

Eso es producto de la incultura futbolística estadounidense. En cualquier parte del mundo se sabe que al final de un torneo los presidentes de asociaciones bajan a la ceremonia de clausura. Y si no lo saben, alguien del comité organizador debió advertir a los controles. (Ahora que lo pensamos: ¿hubo comité organizador…? Nunca lo nombraron). Más que nadie debía estar en la tarima del campo el presidente de la Federación Colombia, pues su selección recibía medallas y otros trofeos (Premio Fair Play y James Rodríguez mejor jugador de la Copa).

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Como nos dijo Sergio Levinsky, otro colega, “acá el que no es latino no sabe ni lo que es el offiside y eso conspira para resolver situaciones, porque no entienden. El día de la final es para escribir un libro con las cosas que pasaron, nunca viví nada igual en cuarenta y dos años de periodismo. Después de una lucha descomunal para llegar a la puerta de prensa, estaba cerrada y vallada. Insólito. Nadie sabía qué hacer, pasaba el tiempo y no podíamos ingresar a ver el partido, la desesperación era total. El contraste es más grande porque venimos de Qatar, donde todo fue magnífico”. No obstante, más contraste fue ver, por la tarde, una impecable jornada final de la Eurocopa, todo prolijo y en orden.

Nicolás Carvajal, un joven bogotano llegado hace dos años a Fort Lauderdale, asistió con un primo y pagaron 2.000 dólares cada uno por la entrada. Fue con toda la ilusión del mundo a ver campeonar a su Colombia. Nunca olvidará la horrenda experiencia vivida: “Fue un desastre todo. Empezando porque dijeron que debías pagar por el parqueo antes de llegar al estadio para asegurarte un lugar. Abonamos 80 dólares, pero al llegar comprobamos que entraba todo el mundo libremente. Ahí estuvo el primer error. Querer colarse está muy mal, pero hay formas de impedirlo, no se hizo nada”.

Acostumbrado a ir muy seguido a El Campín, pensó que este sería un evento mucho más organizado. “Viajé para la final reciente entre Santa Fe, mi equipo, y Bucaramanga, hace un mes. Hubo cuatro anillos de seguridad. Ningún problema, nada de cola ni de incidentes ni quejas, todo perfecto. En Miami tuvimos que esperar dos horas en la fila para poder entrar, con un calor de entre 38 y 42 grados y una humedad de 70/75 grados. Y eso con la gente empujándote, gritándote, y nadie de logística ni de policía daba una información. Cualquier cosa que te enterabas era a través del celular. Vi gente desmayarse, sobre todo mujeres y niños. De un momento a otro abrieron las puertas y dejaron entrar a todo el mundo, con entradas o sin, y luego volvieron a cerrarlas y se quedaron muchas personas fuera que habían pagado, incluso más que yo. No pudieron ver el partido. Y a nosotros nadie nos pidió que escaneáramos nuestra boleta, entramos en tropel, fue un caos…”

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Escribió Fernando Jiménez, director de Todosport, de Lima, en su columna ‘Una Copa sin aroma’: “Periodistas agotados de tanto dar vueltas porque nadie te sabía indicar, salas de prensa mezquinas en las cuales a veces no había ni agua. Mesas redondas como para un ágape o cena, en Kansas. Nada que ver con las mesas largas de trabajo con la clave de wifi. Con enchufes a distancia en los que no se podía conectar la laptop para escribir. Nos mandaban a una tribuna altísima con vidrios y lunas para ver el partido, en un codo. Con salas que abrían solo tres horas antes de iniciarse el partido y el cierre una hora después de finalizado el encuentro. ¿Cómo elucubrar en una hora para hacer el análisis del cotejo? Se tenía que escribir rápido ante ojos vigilantes que nos miraban como diciendo: ‘Oiga, apúrese que ya vamos a cerrar”. Parecía que estábamos en un país del tercer mundo, cuando este es una potencia mundial. Pero la culpa no es de ellos, la culpa es de la Conmebol. A los norteamericanos no les interesa el fútbol”.

Lo hemos escrito: Estados Unidos no pide la Copa, se la llevan por las inigualables condiciones para recaudar. Ellos alquilan el local, la fiesta la monta la Confederación que traslada su torneo. Y esta es la responsable de todo el espectáculo. La Conmebol culpó al Hard Rock Stadium, pero ella es la que contrató el estadio.

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Vuelve el colega limeño Fernando Jiménez: “De Miami no quiero ni acordarme. Nunca en mi vida demoré tanto para ingresar a un estadio. Los security me mandaban de un lado a otro lado. Y todo queda muy lejos. No tienen idea cómo odié al Hard Rock Stadium. Usted dirá, exagera. ¿Vio las imágenes por TV el domingo? Me decían vaya por allá, cuando llegaba al lugar indicado, no, es al otro lado. Y yo con mi mochila que pesaba como una bolsa de cemento”.

“Que le hayan pagado a Shakira lo mismo que a Perú, Chile, México o Costa Rica es un despropósito”, vuelve Biscayart. Justamente, que el espectáculo de clausura fuera en el entretiempo y no antes, privilegiando el entretenimiento sobre lo deportivo pareció otro desatino que deberá corregirse para 2028. A propósito, ¿dónde se hará la Copa dentro de cuatro años…?

  • El once ideal. Conmebol no dio el equipo oficial. Lo venía confeccionando cada semana y, curiosamente, no lo hizo al finalizar el torneo. Curioso.
  • Despidos. La Copa América se comió cinco técnicos: A Garnero (Paraguay), Berhalter (EE. UU.), Sánchez Bas (Ecuador) y Halgrimsson (Jamaica) se le sumó este jueves el brasileño Antonio Carlos Zago (Bolivia). Y quedaron tocados Fossati (Perú), Dorival (Brasil) y Lozano (México). La Copa ya no es un torneo “preparatorio”, como se decía antes, se le da máxima importancia. Fracasás, te vas.
  • Ascenso. En diciembre de 1992, cuando se instituyó el ranking mundial de la FIFA, la selección de Venezuela estaba en el puesto 125. Hoy accedió al 37°. Adelantó 88 lugares. Algo bien habrán hecho y estarán haciendo. Perú, Chile, Paraguay y Bolivia están detrás. Se retiró invicta de la Copa, con tres victorias y un empate, apenas eliminada en los penales por Canadá. Mientras otros duermen, la Vinotinto no para de crecer. (O)