Estaba el torero en el casi religioso ritual de ponerse el traje de luces tradicional, moldeado de oro y grana, con ayuda de los subalternos (algunos eran periodistas acomedidos) cuando se acercó su representante para decirle al oído que el toro al que debía enfrentar (quinto de la tarde) no era tal sino apenas un novillo que no había alcanzado su madurez física y carecía de la bravura de un toro rejoneado. Tenía pitones pequeños, curvos, pero no peligrosos y carecía de mañas. Se le notaba en los corrales. Podía el diestro salir confiado a las dos plazas: la Centenario y la Monumental (para referirnos en términos taurinos a los estadios).

Se ha olvidado la historia. Los barrenderos de la memoria que inundan los medios de comunicación se niegan a aceptar que el torero se hizo ídolo de los aficionados por su valentía; por acercarse al toro con la emoción del arte de torear, la embriaguez del peligro, el brillo siempre evasivo de la gloria. Por todo eso llenaban las plazas. Fue siempre así hasta que llegaron los que enlodaron lo que se llamaba “la fiesta”.

El matador fue perdiendo donaire al pensar solo en los billetes; ya no pegaba esos muletazos de pitón a rabo y lo que sentía era lo que el escritor taurino Andrés Amorós describe así: “Algunas veces los toreros sienten un misterioso olor a cera, que presagia una cornada mortal; la cera de los cirios de la capilla ardiente”.

Publicidad

Por la sangre catalana, mezclada con la criolla del barrio del Astillero, Barcelona fue siempre llamado “el equipo torero”. El citado Amorós agrega: “El valor es la cualidad más espontáneamente admirada –y exigida– en el torero.

El público se muestra cruel, por ello, con el torero notoriamente cobarde –aunque no suela emplear esta palabra–. Con lógica implacable, todos están pensando, en el fondo: si tiene miedo, que no se meta a torero”. Esa valentía, ese arrojo, esa osadía que le valió a Barcelona el amor del pueblo quedó radicada en el pasado solo mora en el recuerdo de los que vimos en el viejo estadio Capwell, el Modelo y algunas veces en el Monumental. Sirvió para poner en evidencia el espíritu bravío e indomable del Cholo Sigifredo Chuchuca, de Carlos Pibe Sánchez, del Zambo Juan Benítez, del Ministro Vicente Lecaro, del Pollo Luciano Macías, y tantos otros jugadores amarillos que exhibían, con la arrogancia de los que se suponían invencibles, el escudo del club y aquella limpia camiseta amarilla de seda –sin el ultraje de la propaganda– que es hoy pieza de museo.

El modesto novillo del que le hablaron al torero era el Montevideo City Torque, que resultó un miura, y por poco provoca una gran sorpresa. Estuvo a punto de dejar fuera de la Copa Libertadores a su experimentado rival, finalista en dos ediciones y semifinalista en el 2021. Torque es un club nuevo, sin historia, clasificado, como Barcelona, gracias a ese tumulto que es hoy la Libertadores nacida como una competencia entre campeones de cada país, a la que se le agregó luego los subcampeones y más tarde los que ocupan puestos inferiores en los torneos nacionales. No está lejos el día en que jueguen hasta los colistas.

Publicidad

¿Qué es lo que mostró Barcelona en los dos encuentros frente al Torque? Ganas en modestas cuotas; actitud y altivez en algunos futbolistas como Byron Castillo y Michael Carcelén. ¿Juego? Nada. Ganas, pero cero ideas de juego. Imposible esperar más en un equipo dirigido por Fabián Bustos y que tiene como principal recurso de conducción, de creación, de habilidad e inteligencia para llegar al gol a Damián Díaz, cuyos mejores momentos pasaron hace rato. Para colmo se hizo expulsar siendo el capitán y sin estar en la cancha. Sus transgresiones son constantes e impropias de quien representa al club y a sus compañeros en la competencia. Barcelona tuvo en su historia capitanes de conducta irreprochable: Fausto Montalván, Luciano Macías, Víctor Peláez, Jimmy Montanero.

Jugador de redes sociales

Tener a Díaz de capitán es un descrédito. Seamos sinceros: este jugador solo existe en las redes sociales pobladas de fanáticos imberbes, en el favor rentado de cierto sector del periodismo y en la contabilidad de Barcelona con un jugoso sueldo. Después de media hora de partido en los que se muestra poco, empieza a ser un estorbo más que un aporte. Carlos Alfaro Moreno le renovó el contrato porque no puede pagarle la deuda que recién será finiquitada en el 2027, cuando Damián Díaz habrá pasado largo los 40 años de edad.

Publicidad

¿Lo mejor del partido? La garra de los hombres del City Torque, que no se dejaron meter el cuento de la fama de Barcelona. Fueron un ejemplo de vergüenza deportiva, de pasión por su novísima camiseta. En el Monumental estuvieron a punto de eliminar al ídolo de no ser por dos tapadas monumentales del arquero Javier Burrai, el salvador de Barcelona. Y luego, la serie de penales. Concuerdo con nuestro compañero Ernesto Cruz, quien publicó un artículo sobre las más emocionantes series de penales en la Copa y recordó aquel duelo de semifinales en 1995 entre River Plate, de Argentina, y Atlético Nacional, de Colombia, en el que se ejecutaron 16 penales. Una gran atajada de René Higuita dio el pase a los colombianos a la final que después perdieron contra Gremio, de Brasil.

El ‘Tapa penal’

Incomparable la emoción de los penales con impecable ejecución de cada uno de los actores. Hace años que no se veía tanta calidad y certeza en los envíos de los ejecutantes. Hasta que tocó el turno a Gabriel Chocobar y surgió el acierto de Burrai, quien se va convirtiendo de a poco en el Luis Alberto Alayón del siglo 21. Para los que conocen la historia el uruguayo Alayón llegó a Barcelona en 1970, fichado por Galo Roggiero. Su pase costó $ 1.500 . Hoy valdría los millones que a veces, o casi siempre, se paga por paquetes. Alayón se hizo famoso por su pericia para contener penales. El público y la prensa lo bautizaron para siempre como Tapa penal. La atajada de Burrai al disparo número 16 de la noche le valió la clasificación de Barcelona al segundo turno de la ronda preliminar, ante Universitario de Deportes, de Perú, otro que, como nuestro ídolo, es más historia que realidad actual.

Superar el escollo del Torque lo ha celebrado el club, aunque lo más festejado debe haber sido los $ 900.000 que paga Conmebol por la participación inicial de Barcelona en este invento de la ‘preprefase’ antes de llegar a la etapa de grupos. Para la castigada economía del ídolo es una aspirina apenas, porque pese a los millones de su pasivo no deja de pagar enormes sueldos, como en el caso de Díaz, rebajados hoy, pero enormes para lo que aportan en calidad algunos cracks de juguete, no de juego, con músculos envejecidos que a veces claman por una roja directa, o doble amarilla, para descansar y tener fuelle para acudir al banco a engordar la cuenta corriente. (O)


Publicidad