Guayaquil vive una fiesta interminable en el feriado que culmina hoy. Se cuentan historias de una fundación que no fue, pues nuestra ciudad nació el 15 de agosto de 1534 en las llanuras de Liribamba (cerca a la laguna de Colta, en Riobamba), verdad muy fundamentada por documentos indiscutibles. Lo que ocurrió en 1535 fue el primer traslado hasta llegar en 1547 al lugar en que está hoy ubicada. El 25 de julio lo que debe conmemorarse -y así se hizo desde los primeros años- es el día de Santiago el Mayor, patrono de la ciudad.

Dejemos esa discusión para otro día y lugar y hablemos de lo que nos interesa. El Guayaquil fiestero ha sido en estos ratos bullicio, sesiones solemnes, desfiles, carrozas, fuegos artificiales, parlantes a volúmenes infernales en el Malecón y otras calles, misas, conferencias, discusiones políticas que nunca faltan, licores y más. Nada de deportes que eran infaltables años atrás. Esta actividad murió hace mucho tiempo y hoy en la Federación Deportiva del Guayas solo se habla de negocios, construcciones para nadie, cesiones a una empresa que debe ser investigada como lo ha pedido un legislador, mientras los beneficiarios buscan protección política y aspiran a intentar prestar un paraguas al gobierno, algo que esperamos no ocurra porque el primer mandatario es guayaquileño y deportista, y conoce del olor a difunto sin formol que despide la antaño gloriosa Fedeguayas, símbolo de la excapital deportiva de Ecuador.

Humberto Montalván, expelotero del club Patria, tuvo la bondad de ponernos en contacto con un otrora crack: Harry Mawyin Cedeño, antiguo amigo al que vimos derrochar calidad en el elenco patricio. Con solo pronunciar ese apellido la memoria rebobina el carrete y vuelve a la década de los años 50 y 60, cuando todos los porteños sentíamos el orgullo de haber sido la puerta de ingreso de todos los deportes modernos y ser la primera fuerza deportiva del país.

Publicidad

“Eramos 15 hermanos, ocho varones y siete mujeres y casi todos nos dedicamos al deporte, Yo fui el número doce”, empieza contarnos Harry. Y de inmediato saltó el nombre de una de las más grandes atletas que se recuerden: Aída Mawyin, con quien empezó la dinastía deportiva familiar. Ella era especialista en 80 metros vallas y velocista.

La descubrió en el Colegio Guayaquil el inolvidable maestro Rómulo Viteri Baquerizo. Pronto sus tiempos revelaron su categoría internacional. Fue campeona bolivariana en vallas en 1951, e integró la delegación ecuatoriana a los I Juegos Panamericanos que se cumplieron en ese año en Buenos Aires, junto a Jacinta Sandiford, Leonor Esteves, Carmen Matos y Andrés Fernández Salvador, todos atletas.

En esa década aparecieron en las piscinas Mery, Anita y Eugenia Mawyin, todas integrantes del Náutico Guayas. Mery fue la que más destacó y fue por varios años campeona en estilo libre en un equipazo que integraban también Ruth Cajas, Meche Soriano, Mery Anormaliza, Martha Enderica y luego la campeonísima Nancy Coronel -la primera mujer en cruzar el lago San Pablo venciendo a los varones-, Nelly Coronel y Leonor Mantilla.

Publicidad

La temperatura que registraba el apellido subió muchos grados cuando apareció Jorge Mawyin, quien adquirió fama muy pronto por su gran habilidad y sus rapidísimas piernas. Debutó en 1961 en Chacarita Juniors y el ojo avizor de Mario Saeteros advirtió pronto que en el Chino, como empezaron a llamarlo, había un crack. Convenció a los dirigentes para que compren su pase y Jorge fue a recalar en Patria.

Su estreno fue todo un suceso. Fue contra Barcelona (el equipo de sus amores). Harry recuerda que su hermano le dijo: “Mañana ponte la camiseta de Patria porque vamos a ganarle a Barcelona”. Y así fue. Patria venció 3-1 y Jorge hizo el primer gol. El hecho histórico de ese suceso fue el nacimiento de un duelo que se alargó por tres temporadas entre Vicente Lecaro, el mejor zaguero central de nuestra historia, y el Chino Mawyin. Dentro del área el Ministro Lecaro no perdía un balón, pero Jorge era un rayo. En las pelotas en profundidad, picaba, llegaba sin custodia y provocaba que el defensa torero saliera a marcarlo. Cintura de goma, dominio del esférico y gambetas geniales hacían que Lecaro pidiera aspirina para el dolor de cabeza.

Publicidad

Barcelona optó por una solución: en 1965 compró el pase del joven delantero guayaquileño, pero lo mandó al banco. “Jorge me dijo que su peor error en el fútbol fue haber recalado en Barcelona”, cuenta Harry. Fue llamado a la selección nacional en 1965, pero el director técnico uruguayo José María Rodríguez, que también lo era de Barcelona, no le dio ninguna oportunidad siendo como era uno de los mejores delanteros del país.

El segundo en debutar en primera fue Vicente Mawyin, bueno para jugar en cualquier puesto del ataque, preferentemente como interior derecho o centrodelantero. Brilló en Patria desde el inicio y Emelec lo llevó pronto a sus filas. Destacó internacionalmente en dos ediciones de Copa Libertadores.

Los hermanos Mawyin, con la camiseta del Club Sport Patria. Vicente (i), Jorge y Harry (d). Foto: El Universo

En 1964 los patricios consiguieron el concurso de Alfredo Bonnard para la custodia del marco y para que asumiera al mismo tiempo la dirección técnica. El profundo conocimiento del balompié y su propensión a la docencia hicieron que Bonnard diera nacimiento a una formación que quedó en la historia como ‘Los Carasucias’. Era una combinación de experiencia y veteranía en la retaguardia; de marca y creación en la línea medular y una deslumbrante y eficaz vanguardia de puros jovencitos que dieron lugar al sobrenombre. “Y hay una anécdota: la columna nuestra atrás era Fortunato Chalén. El Cholo, en la mañana del partido nos llevaba una olla de caldo de bagre para que estemos fuertes”, relata Harry con una carcajada.

Casi todos provenían del barrio de Sucre y Boyacá donde vivían. De aquel sector de Guayaquil que surgieron grandes valores del fútbol porteño. Esa delantera la integraron William Ortega, Vicente Mawyin, Roberto Briones, Benito Valdez y Harry Mawyin.

Publicidad

“Yo era un pelotero de la calle y fui fichado por Luq San, adonde me llevó mi cuñado Walter Espinel, que era el arquero. En el barrio me encontré con Bonnard y me dijo que me quería en el equipo. Por 1.500 sucres nos compraron a Humberto Montalván y a mí. Fuimos al equipo juvenil y a jugar en el campeonato de reservas. En mi debut en juveniles ganamos 5-0 y los cinco goles fueron míos. En 1965 Bonnard me pasó al primer equipo y desde entonces fui titular, hasta que me retiré para continuar mi carrera de ingeniería mecánica en la Politécnica”, nos relata Harry Mawyin.

“Guayaquil era una ciudad que vivía intensamente el deporte, especialmente en los barrios. Las familias nos alentaban, siempre que no descuidáramos los estudios. Cuando volvíamos de la calle con los pantalones rotos, mi mamá nos amenazaba con un látigo. Después no faltaba a ningún partido y era la jefe de la barra de los Mawyin. Hoy han desaparecido los barrios, las ligas de novatos, los torneos intercolegiales, campeonatos de la Federación. Entonces, ¿de dónde va a sacar Guayaquil sus deportistas?”, dice con un dejo de nostalgia Harry. Compartimos ese sentimiento. (O)