Hoy estoy cumpliendo 60 años de ejercicio profesional del periodismo. Y recuerdo con alegría el día en que Diario EL UNIVERSO me abrió su sala de redacción para iniciarme en “el oficio más bello del mundo”, como lo llamó Gabriel García Márquez. Esa fue mi escuela en la que viejos maestros me enseñaron el más preciado secreto: el culto a la verdad sin compromiso. Recuerdo mis largas charlas con Luis Hungría Guerrero, hombre de cultura universitaria y uno de los mejores futbolistas de nuestra historia.

En esa pequeña sala de redacción, conducida por otro gran personaje y querido amigo, Jaime Rodríguez Peñafiel (él me llevó al Diario), refulgía el aura de otro gran exdeportista: Víctor Caballito Zevallos Mata, gran consejero de los más jóvenes. Fuera de la redacción de EL UNIVERSO, mis formadores fueron Miguel Roque Salcedo y Manuel Chicken Palacios, a quienes recuerdo siempre con inmenso afecto.

Pero no es mi historia la que motiva esta columna, sino la verdad y la objetividad como esencia de nuestra profesión. Una de las razones que explican en qué consiste ser periodista, tal vez la más representativa, es contar a los demás lo que está pasando. El periodista es, por definición, el buscador y difusor de verdades, el que investiga, conoce y transmite a los demás la realidad, o al menos una parte de la realidad, del mundo. Esta ideología está siendo vulnerada en el deporte de hoy, y más que la verdad lo que impera es el negocio, la mercantilización, el gran dinero.

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No es solo la falta de ética y de pudor en algunas voces (¿la mayoría?), también entran en el juego la ignorancia, la soberbia, la arrogancia y el desprecio a la experiencia, la ética y sabiduría de periodistas que han vivido el deporte con intensidad y conocen sus misterios. No son únicamente muchos jovencitos que pasaron de los videojuegos al micrófono; también hay unos cuantos que dejaron de ser jóvenes hace bastante rato y aún llevan en su ropaje el fango por el que reptaron toda su carrera.

Las redes sociales, con su expansión, han creado una forma moderna de servilismo. La política de moda es mantener contenta a la audiencia con opiniones desmesuradas que bordean el ridículo. Predomina el lenguaje exagerado, ampuloso y la atribución de méritos falsos en ese reino de la mentira. Todo ese submundo de fábula no suele ser de elaboración gratuita. Aparentemente de por medio estaría una transferencia eventualmente vinculada a un llamado sorpresivo a la Selección, jugarreta utilizada con Gustavo Alfaro, conocido por ser obediente. José Hurtado y Kevin Rodríguez eran negociados cuando los citaron para la Copa América 2021 y el Mundial 2022, en ese orden. Lo mismo ocurrió con Kendry Páez –con Félix Sánchez Bas al mando–, al que lo precedió una campaña en los troles oficiales apodándolo la ‘joya’ y atribuyéndole una genialidad que hasta hoy no se ha puesto en evidencia. Tal vez sea una coincidencia que los tres futbolistas estuvieran ligados al mismo club.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua reconoce una acepción de joya: “Cosa o persona ponderada, de mucha valía. Persona o cosa más valorada dentro de un conjunto”. Para los locuaces chiquillos de micrófonos, Kendry Páez es una “joya” en el fútbol. Tal vez el volante guayaquileño de 17 años llegue a serlo algún día, pero hoy está lejos.

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Después de más de siete décadas de ver fútbol por el mundo, y leer revistas y libros, sé que una joya era Pelé, quien debutó a los 17 años en la Copa del Mundo Suecia 1958. Una crónica de la época dice que “la aparición de un futbolista como Pelé fue tan impactante que este deporte ya nunca fue igual. Porque nadie esperaba que este adolescente que estuvo a punto de quedarse afuera del torneo por una lesión en la rodilla se convirtiera en el principal responsable del título de Brasil. Con apenas 17 años, Edson Arantes do Nascimento fue mucho más que el mejor jugador de la Copa del Mundo. Fue el hombre que revolucionó el juego”. Seguir escribiendo acerca de la trascendencia de Pelé en el balompié universal es una obviedad.

Una joya fue Diego Armando Maradona desde que alguien vio lo que hacía con un balón. El 20 de octubre de 1976, a los 16 años, Maradona hacía su debut en la Primera División con la camiseta de Argentinos Juniors, frente a Talleres de Córdoba, en una jornada que dio inicio al quiebre que generó el astro albiceleste en la historia del fútbol. Su entrenador, Juan Carlos Montes, le dijo: “Entre y juegue como usted sabe. Si puede, tire un caño”. contó el propio Maradona muchos años más tarde: “Le hice caso. Recibí la pelota de espaldas a mi marcador, que era Juan Cabrera, le amagué y le tiré la pelota entre las piernas; pasó limpita y enseguida escuché el ‘¡Ooooole!’ de la gente, como una bienvenida”.

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En mayo de 1954, a los 16 años y 6 meses, en el estadio Valdez, de Milagro, debutó Alberto Spencer Herrera, un coloso de dimensión universal que muy difícilmente será igualado. Es la máxima joya de la historia de Peñarol y sus goles llevaron a ese club de Montevideo a ganar dos títulos intercontinentales y tres veces la Copa Libertadores, de la que Spencer es hoy inalcanzable goleador (54 tantos).

Aguinaga era una joya

Tuve la fortuna de presenciar una noche de julio de 1959, en el estadio George Capwell, el inicio de una historia inolvidable: el debut de Jorge Bolaños Carrasco. Le faltaba un mes para cumplir 16 años de edad. Muy pronto se adueñó del mando de Emelec, equipo que tenía jugadores de amplia trayectoria internacional. Contaba con la calidad de un concertista, era un incontenible gambeteador, tenía una creatividad inigualada y, pese a su edad, su temperamento era el de un líder, un guerrero que no dudaba en barrerse a los pies de un adversario. A mi juicio, Bolaños fue el mejor futbolista ecuatoriano que vi en nuestras canchas.

La última joya que tuvo Ecuador fue Álex Aguinaga, volante de grandes recursos técnicos, que debutó a los 16 años en Deportivo Quito y brilló luego en la selección nacional. Como Bolaños, era un maestro en todo lo que hacía y mostraba carácter indomable. En México es un ídolo, es símbolo del Necaxa, y está catalogado como uno de los tres mejores jugadores extranjeros de todos los tiempos en el país azteca.

Si usted quiere saber lo que es una “joya” en el fútbol, allí tiene a Lionel Messi, deslumbrante desde los 6 años y el mejor jugador del mundo en los últimos veinte. Y hágase su propio juicio viendo a Lamine Yamal, de 16 años, y la máxima figura de la Eurocopa. Es el dueño del combinado de España; es un espectáculo verlo tocar la pelota, gambetear y hacer goles. Será el Messi de las próximas dos décadas.

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Y un consejo a usted, joven que sigue las redes sociales: no coma cuento, que se puede indigestar con tanta palabrería vana. No tenemos una Selección que es una “potencia mundial”; lamentablemente no existe una “generación dorada”; Moisés Caicedo no será candidato al Balón de Oro (como dijo un periodista local) y no hay “joyas” en nuestro balompié. Todo eso es mentira y sueño (como quedó demostrado en la Copa América 2024). Es puro invento comercial para consumo de los giles. (O)