Antaño, el ejercicio del periodismo deportivo exigía una alta dosis de cultura general y de especialidad en una o varias ramas del deporte. Hoy, el posmodernismo ha borrado el requisito de la intelectualidad para ejercer la delicada tarea de la comunicación social. Basta un teléfono ‘inteligente’, un léxico limitado a varias expresiones relacionadas con la estrategia y la táctica en un campo de fútbol, un discurso contra la lectura y la ilustración y una campaña para desacreditar el valor de la historia.

“Leer un libro no sirve para nada porque soy de la generación TikTok”, “yo no leo libros porque esta es la época de la inmediatez” y “la historia es una ciencia que no sirve para nada porque todo el pasado es un desperdicio” son las frases más usadas por una banda de semianalfabetos apoderados de micrófonos, pantallas y ese estercolero llamado redes sociales. Y aunque usted no lo crea, hay universidades que los llaman para que “instruyan” a los que aspiran a ser profesionales de la educación.

Venimos luchando durante muchos años por el respeto a la historia y la valorización de hazañas y gestas protagonizadas por deportistas ecuatorianos. Y no hemos arado en el mar. Hay intelectuales y periodistas que han producido artículos y libros que han dado perennidad a los hechos relevantes del pasado. Mi amigo Carlos Luis Lecaro, continuador de la pasión familiar por el velerismo, me hizo llegar un elegante libro titulado Historia de la vela en el Ecuador. Del río al estero; del estero al mar. Lo produjo Carlos Luis con el apoyo investigativo de la prestigiosa historiadora María Antonieta Palacios Jara, miembro de número de la Academia Nacional de Historia. Estoy debiendo una página sobre esta valiosa obra y prometo relatar pormenores del magnífico contenido literario y fotográfico de este libro que reivindica el interés de las personas inteligentes sobre nuestro pasado deportivo.

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Hoy la historia del deporte es una materia de estudio en muchas universidades del mundo. Hace poco leí con interés sobre un simposio sobre esta especialidad celebrado en la Universidad Isabel I, de España. Tres ponentes, doctores en ciencias del deporte, analizaron la importancia que tiene el deporte como fenómeno social que puede explicar, desde un enfoque historiográfico, la evolución de una sociedad a lo largo del tiempo. Coincidieron en destacar la relevancia de investigar sobre esta rama de la historia porque la figura del historiador tiene mucho que aportar al deporte, gracias a la metodología que utiliza en sus trabajos de investigación. Indudablemente el grado de intelectualidad de los españoles difiere con la mínima ilustración de los ‘periodistas’ nuestros.

Revisé con interés hace unos días algunas páginas del libro 100 años de historia del tenis ecuatoriano, publicado en 2000 por Mario Canessa Oneto, quien ha vivido intensamente este deporte. Y reparé en que habían cumplido 40 años de la gran victoria de nuestros tenistas ante Argentina en nuestra 35.ª participación en Copa Davis. En un ambiente caldeado en el Buenos Aires Lawn Tennis, con la capitanía del recordado Pepín Ante, Andrés Gómez, Raúl Viver y Ricardo Ycaza derrotaron por 4-1 a José Luis Clerc, Martín Jaite y Roberto Argüello, manteniéndose nuestro país en el grupo mundial.

Fue uno de los grandes momentos que nos permitió vivir el tenis, deporte cuyo auge había empezado en 1938 con Pancho Segura Cano, campeón bolivariano y luego campeón sudamericano y tres veces campeón mundial de profesionales. Más tarde llegaron Miguel Olvera y Eduardo Zuleta, monarcas sudamericanos en 1962, y el mismo Olvera con Pancho Guzmán eliminando a Estados Unidos de la Copa Davis en 1967. Ricardo Ycaza surgió en los años 70 para ganar el US Open júnior venciendo a John Mc Enroe y a José Luis Clerc; poco después fue Raúl Viver el que ganó el título mundial júnior en Orange Bowl en 1979. En 1990 Andrés Gómez conquistó el Grand Slam de Roland Garros, doblegando a André Agassi y arribando a la cumbre luego de grandes victorias que lo llevaron a figurar en el top five del tenis universal.

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Después de Gómez apareció en el escalafón mundial Nicolás Lapentti, quien, como todos los grandes tenistas, había nacido en las escuelas del Guayaquil Tenis Club. Lapentti ganó cinco títulos ATP y estuvo clasificado en el sexto lugar en el mundo en el 2000 luego de llegar a semifinales en el Abierto de Australia y el ATP de Indian Wells. Para la Copa Davis del 2000 ya no estaba Andrés Gómez. El otro singlista era Luis Adrián Morejón, más dos tenistas juveniles: Giovanni Lapentti, el hermano menor de Nicolás, de 17 años, que aún no jugaba en profesionales, y Andrés Intriago. En la capitanía estaba el experimentado Raúl Viver.

Las predicciones no eran favorables al equipo nacional. Nuestros tenistas se habían formado en canchas de arcilla, pero la serie se disputaba en el césped de Wimbledon ante dos especialistas: Tim Henman, Greg Rusedski y Arvind Parmar, los tres ubicados en la élite del tenis del planeta. Viver había leído en la prensa inglesa que el capitán local, David Lloyd, había declarado que “jugar contra Ecuador en cancha de césped era como jugar contra un colegio de ciegos”. La prensa inglesa avizoraba una paliza a favor de su equipo.

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'Catedralazo', libro de Kenny Castro en conmemoración de la gesta deportiva del triunfo de Ecuador en Copa Davis del 2000, en Wimbledon.

Nico Lapentti salió a jugar el primer partido contra Rusedski y para asombro del periodismo y el público puso en ventaja a Ecuador al ganar 6-3, 6-7 (3-7), 7-5, 6-4 y 7-5. “A partir de ahí empezamos a creer mucho más que se podría ganar la serie”, dijo después Viver. Henman derrotó a Morejón y vino al siguiente día el doble. Viver eligió a los hermanos Lapentti contra Henman y Parmar, inmensamente favoritos. El estupor inglés era enorme: los Lapentti se hicieron del punto por 6-3, 7-5 y 6-3 y colocaron a Ecuador en ventaja 2-1.

El último día, 16 de julio de 2000, Raúl Viver se la jugó entero. Nico Lapentti perdió con Henman y la serie se puso 2-2. ¿Quién iba a jugar el punto decisivo? En una decisión riesgosa y audaz, Viver eligió a Giovanni Lapentti, juvenil, novato en Copa Davis, que aún no jugaba en el tour ATP y recién pasó a profesionales en 2002. Al frente iba a tener a Arvind Parmar, jugador experimentado, de 22 años. El joven guayaquileño cumplió una jornada histórica. Después de ir perdiendo los dos primeros sets y estar a punto de ser derrotado, levantó su juego y consiguió ganar tres sets seguidos para lograr una victoria que asombró al mundo del tenis. Ecuador venció 3-2 a Gran Bretaña, la inmensa favorita.

Kenny Castro González, notable periodista e investigador de la historia del tenis, con amplio recorrido por el mundo y quien estuvo presente en el Catedralazo, como se llama a esta página de lujo del deporte nacional (ocurrió en La catedral del tenis), acaba de presentar un libro que inmortaliza la gesta de nuestros tenistas. El discurso de los iletrados contra la historia caerá siempre en el barro. Siempre habrá escritores como Kenny dispuestos a realzar los grandes sucesos deportivos. ¡Aplausos, Kenny! (O)