“No alardeó nunca de grandeza. No enseñó nunca la camiseta en ademán histérico. No lloró ni se tiró al suelo nunca, mientras no fueran los rivales los que lo revolcaron en ademán agresivo. Los árbitros lo recuerdan por su sencillez, por su nunca desmentida hombría. No les dio problemas con quejas y lamentos.