Durante 3.983 días, contados desde su estreno hasta su último partido, Alberto Spencer fue dueño, símbolo, motor y alma de Peñarol, equipo al que con goles que todavía se gritan encumbró como uno de los mejores de todas las épocas. El genial ecuatoriano fue todo eso porque en 1960 arribó “como un predestinado” para liderar, en el club aurinegro de Montevideo, “todo un cambio de rumbo: del fútbol de comarca se pasó al fútbol mundial”, sentenció el periodista uruguayo Ricardo Lombardo en 1969.