Por Mónica Murga T.

Aún no tengo claro cómo llegué al Guaraguao. Pensaba en cómo la 1 naturaleza endémica del COVID-19 puso al descubierto la paradójica indiferencia ante la violencia y la muerte generalizada como una norma social. Así, mientras leía el último reporte del Ministerio de Salud Pública sobre el número de fallecidos: 4639, y de contagiados confirmados: 59 486; 2 la escena final del cuento de Joaquín Gallegos Lara comenzó a resultarme tan familiar como los cadáveres que fueron apropiándose de las calles de un Guayaquil aislado.

Si ustedes recuerdan, el cuento narra una historia del campo. Dentro de ese mundo habitan Chancho-rengo y su guaraguao. Juntos cazan garzas en el monte. Las plumas son compradas a un bajo costo por los chinos de las pulperías del pueblo, adonde se desplazan para obtener víveres y pólvora.

Publicidad

Un día Chancho Rengo vende más de cuatro libras de plumas. Los Sánchez, esbirros de un rico, deciden emboscarlos para robar el dinero de la venta. En ese instante, los lectores asistimos a un final que se dilata para invertir el orden de la naturaleza humana, mostrándonos la ambigüedad que entraña la monstruosidad del acto violento y grotesco.

En Vida precaria, Judith Buttler, afirma que “aunque luchemos por los derechos sobre nuestros propios cuerpos, los cuerpos por los que luchamos nunca son lo suficientemente nuestros” (2006: 52). Tienen una dimensión invariablemente pública. Precisamente, desde aquí proponemos una lectura del cuerpo que se mueve y desplaza ante la mirada pública; pero donde el contacto está atravesado por instancias de violencia simbólica, subjetiva y objetiva (Zizek, 2009: 22).

Así, en un primer momento, la presentación de Chancho-rengo responde a un ejercicio de categorización típico de la narrativa de los años 30 y el pensamiento positivista; mas, en su reverso, bajo la tipificación subyace una curiosa ambigüedad.

Publicidad

Me explico, el cuento de Gallegos Lara inicia con una frase que nos interroga sobre la condición de Chancho-rengo. “Era una especie de hombre. Huraño, solo: con una escopeta de cargar por la boca un guaraguao”. En este contexto, es posible interpretar que Chancho-rengo pertenece a una de las diferentes clases de seres humanos: el huraño, el solitario; mas, el lector detecta un sentido distinto. Esta “especie de hombre” apenas cuenta con un seudónimo. Es más, su apodo alude al fingimiento, pues significa simular ignorancia para eludir una situación.

Además, su caracterización queda Cuento de Joaquín Gallegos Lara, publicado en 1930 en Los que se van. 1 Datos publicados en el Diario EL UNIVERSO, según el informe del Ministerio de Salud Pública del 02 2 de julio. eclipsada ante la prominente descripción del guaraguao.

Publicidad

En el relato, son la animalidad y la precariedad las que predominan: “Un guaraguao es, naturalmente, un capitán de gallinazos. Es el que huele de más lejos la podredumbre de las bestias muertas para dirigir el enjambre […] Allá le decían “Chancho-rengo; […] Chancho-rengo lo sabía. Pero le daba pereza disputar. Además no necesitaba mucho para su vida. Vestía andrajos. Vagaba en el monte”. Expuesto a la mirada pública, Chancho-rengo es percibido como un cuerpo “extraño”, fórmula simbiótica del guaraguao. Sin embargo, dicha extrañeza es tolerada por la comunidad mientras obedece a una conducta asumida como natural por parte de esa “especie de hombre”: la vida solitaria, el tránsito montaraz y la holgazanería. Estas características, a su vez, sirven para justificar la pobreza en la que vive Chancho-rengo, quien desde el punto de vista de la voz narrativa carece de habilidades para debatir.

El statu quo del “indigente” se explica entonces a través de la descripción, que actúa como violencia simbólica y que oculta una violencia mayor, la sistémica; aquella que se ejerce para mantener un orden de interacción socioeconómica: “Cuando reunía siquiera dos libras de plumas se las iba a vender a los chinos dueños de pulperías. Ellos le daban quince o veinte sucres por lo que valía lo menos cien. Chancho-rengo lo sabía. Pero le daba pereza disputar.” Desde la mirada pública, la pobreza extrema es asunto de pereza verbal, aceptación pasiva y falta de aspiración económica.

Gradualmente, la violencia simbólica va configurando el carácter desechable del cuerpo. Así, para la voz narrativa, Chancho-rengo “…no necesitaba mucho para su vida” nómada. Vestía andrajos. Vagaba en el monte”. La mirada que pesa sobre él va caracterizando y ubicando el lugar del cuerpo que “no importa” en el margen. Y es que la justificación moral es central, pues aceptarla implica ignorar la vulnerabilidad humana que está en la base de los actos violentos que se cometen contra quienes no son reconocidos como humanos.

El cuerpo no reconocido se va convirtiendo entonces paralelamente en un cuerpo en riesgo. Despojado de humanidad, se vuelve desechable y entra en un estado de riesgo cuando se produce un giro en la interacción socioeconómica.

Publicidad

Un día, Chancho-rengo aparece con 4 libras de plumas que vende a los chinos de la pulpería. Si bien “nuestra especie de hombre” acepta las condiciones de cambio, que el sistema económico del mercado chino ha definido, el aumento en la cantidad de la mercancía altera el valor en la transacción. Chancho-rengo recibe más dinero y comienza a comprender precariamente la lógica del nuevo mercado.

En este contexto, ¿cómo se resuelve el cambio abrupto en las relaciones de interacción económica? Chancho-rengo, es un “negro de finas facciones” que ante la mirada pública ha perdido la condición de humanidad. Dicho de otro modo: es ese “otro” cuya presencia es tolerable mientras no sea “invasiva”. Pero, en el momento que entiende la lógica básica del capitalismo es aniquilado por él.

Los Sánchez -como agentes de la violencia subjetiva acechan en el camino a Chancho- rengo y lo asaltan. El robo culmina con un acto violento y desmedido: “Nada iguala la crueldad de lo ciego y el machete meneado ciegamente le dejó un mechoncillo de hilachas de vida”; pero, ¿qué sensaciones experimentamos ante el cuerpo asaltado, desmembrado y descompuesto de la víctima? El cuento, progresivamente muestra de modo soterrado cómo la pobreza se constituye en una violencia estructural y sistémica (Zizek,2009: 32).

Se teje, por un lado, en una cotidianidad rural que normaliza la condición humana vulnerable del sujeto excluido. Sus excesos aunque resultan grotescos (vivir con un gallinazo) se constituyen en parte de una praxis socialmente aceptada.

Y, por otro lado, dicha violencia objetiva configura el carácter desechable del cuerpo que “no importa”. Un cuerpo que finalmente es lacerado mediante la violencia subjetiva que ejercen los Sánchez. De esta situación violenta, tanto evidente como oculta, el cuerpo padece la injusticia económica de un sistema cruel impuesto, que recrudece en ese final dilatado en el que el guaraguao defiende con celo los despojos del cuerpo vulnerado por la violencia grotesca; una violencia que no radica únicamente en la criminalidad de los machetazos, sino en la exposición solitaria e invisible del cuerpo descompuesto: “Alfonso perdió el ojo derecho pero mató a su enemigo de un espolazo en el cráneo. Y prosiguió espantando a sus congéneres. Volvió la noche a sentarse sobre la sabana. Fue así como...Ocho días más tarde encontraron el cadáver de Chancho-rengo. Podrido y con un guaraguao terriblemente flaco -hueso y pluma- muerto a su lado. Estaba comido de gusanos y dé hormigas no tenía la huella de un solo picotazo. ¿Cómo pensar el duelo en estas condiciones? Y cuando estoy por cerrar esta larga reflexión vuelvo a la escena final de este cuento que se replica se extiende en el presente en un nuevo contexto de “distanciamientos sociales”.

Así, la opinión general que circuló con vehemencia por redes sociales y a través de los medios de comunicación durante la primera fase de contagio por coronavirus hacía visible la violencia simbólica detrás del lema: “Quédate en casa”; que para Chancho-rengo hubiera resultado algo así como: “Quédate en el campo o en el páramo”. Pero la pobreza ha dejado atrás los “labios sonrientes que hablaban poco”.

En tiempos de coronavirus circula por las calles con el hedor de los cadáveres de las víctimas del virus, en forma de un trabajo informal que grita inquisitivamente: ¿De qué me sirve quedarme en casa si dentro de ella no hay comida, seguridad, comodidad ni paz? Pasado más de tres meses, cuando el desempleo golpea las puertas, las cuentas llegan, los precios de los medicamentos se disparan y los grillos pestilentes de la corrupción salen de sus ollas: ¿quién se atreve a detener el tránsito y acaso el cambio? ¿Quiénes se atreven a dejar en el abandono los cuerpos descompuestos de Chancho-rengo y su guaraguao? (O)