A veces se ha acusado a Kristen Stewart de limitarse a interpretar variaciones de sí misma, como si eso no fuera la mitad de lo que nos atrae de las estrellas de cine. En Crepúsculo (2008) aportó un atractivo específico y huraño a una heroína concebida como una pizarra en blanco para las lectoras; más tarde, en Personal Shopper (2017), cuando Stewart cambió sus camisetas polo por el vestido brillante de una clienta rica, se podía ver tanto a la estrella como al personaje contemplando su nuevo aspecto en el espejo: ¿soy yo?, ¿podría ser yo?