Fuerza latina sobre el escenario (y detrás de él). La adrenalina, agilidad y determinación que el público pudo apreciar durante la primera temporada de Se vale todo, espectáculo de danza-teatro presentado en enero de este año en el Teatro Sánchez Aguilar, tiene su fuente también en la inagotable energía y creatividad que despliega cada miembro de su versátil equipo de producción, convocado por el coreógrafo, director y creador Pedro Moscoso.

La confianza en su staff permite a Pedro sumarse al elenco sobre el escenario en esta segunda temporada, que tendrá 4 funciones a partir del viernes 9 de julio.

“Siempre he estado en contra de dirigir y estar en escena”, admite. “Pero en esta ocasión ha sido mucho confiar en mi equipo, tanto de bailarines como de producción, y de cómo ellos van a seguir cuidando del proyecto cuando mis ojos no estén. La verdad, estoy muy feliz y veo que ellos también disfrutan y aprecian el espectáculo”. También quiere darle una oportunidad a sus habilidades de bailarín.

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Para estas nuevas presentaciones se han agregado dos números nuevos (“muy probablemente serán tres, aún estamos en proceso”), manteniendo esa misma actitud extravagante y desafiante que cautivó al público e hizo que en enero los aplaudieran de pie (además de haber tenido que agregar una función adicional el último día debido a la demanda de entradas).

“Queremos romper más tabúes, agregar elementos que quizás nos faltaron, sin pedir permiso a nadie. Aunque realmente no se trata de portarse mal, sino de portarse con libertad”, dice Moscoso. “Lo que pasa es que hay esta idea de que ser libre está mal”.

La magia detrás del telón

Tal como un bailarín sostiene y acompaña a su compañera en una cargada (ofreciéndole seguridad y la fuerza para brillar), estos son los nombres de quienes, gracias a sus habilidades, hacen realidad el show (y las ideas siempre arriesgadas de Pedro): Angie González, dirección de arte y creativa; Eli Rosales, producción general; Tatiana Palma, producción artística; Roberto Moscoso y Leonardo Loor; asistencia de producción; David Morejón, iluminación; y André Rangel, diseño conceptual y styling.

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Pero más allá de ajustarse a solo un cargo oficial dentro de la obra, este grupo de jóvenes creativos se sumó al proyecto con una actitud muy recursiva (¡ahora hasta ya son expertos en nuevas profesiones!).

En honor al presupuesto, estas tareas abarcaron desde aprender a peinar y maquillar a los bailarines, reparar sus atuendos, hasta organizar una audición de 200 personas en pandemia y manteniendo las medidas de bioseguridad.

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Angie González (i), Pedro Moscoso, Eli Rosales, Leo Loor, Roberto Moscoso y David Grijalva.

“OK, Pedro, yo no sé hacer eso, pero ¡vamos, yo te ayudo! Lo resolvemos”, recuerda haber respondido Leonardo cuando el director le pidió que se encargara de la imagen de los bailarines en su primera sesión de fotos, antes del estreno. Se trata de apoyarse. “Muy aparte de la presión de tener que resolver algo, hemos aprendido a mantener la calma, que todo siempre tendrá una solución”, dice Tatiana.

El gusto por su trabajo y la oportunidad de participar en un proyecto presencial luego de haber estado meses en cuarentena es parte del combustible que los enciende para sacar adelante este espectáculo.

“Se vale todo es un proyecto que todos necesitábamos. Había esa necesidad de volver a hacer lo que nos gusta, pensando que tal vez luego haya un nuevo encierro y no podamos repetirlo. En años anteriores, tal vez uno lo dejaba pasar porque siempre había nuevos proyectos, pero ahora la vida cambió definitivamente”, comenta David, quien desde la iluminación terminó de darle forma al show. “La idea de las luces siempre es potenciar, queríamos buscar la forma de maximizar lo que se está contando desde la danza, así que todos los colores de las luces tienen su significado y también logramos que estén programadas, hasta para los más mínimos movimientos”.

Personajes sacados de un sombrero

Pedro recuerda que sus bocetos del espectáculo comenzaron siendo dibujos con bolitas y palitos (“que es lo que yo sé hacer”). Luego, llegaron Angie y André y, junto con ellos, los personajes y escenas comenzaron a materializarse gracias a los recursos que fueron encontrando en la bodega del Teatro Sánchez Aguilar. “Pedro tenía también algunas canciones con las que quería trabajar, así que nos reunimos y escuchamos canción por canción para ver qué nos transmitían y poder contar una historia a partir de eso”, recuerda Angie. “Y en tres semanas ya estuvo montado el 90 % del show”. Justo a tiempo para el primer ensayo privado, que los deslumbró.

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“Desde el día uno le dije a Pedro que esto iba a reventar, que Guayaquil iba a alucinar porque era una visión novedosa, desde nuestra generación, con un planteamiento muy puntual y pertinente para el momento que se está viviendo en la escena guayaquileña”, comenta André. " Finalmente aterrizamos en estos personajes alegóricos, extravagantes y dispuestos a comerse el mundo. Cobraron vida”.

El profesionalismo y versatilidad de los bailarines elegidos también facilitó la puesta en escena. “Este show se trata de dar la cara desde una microindustria cultural como lo es la danza, así que necesitábamos personas muy comprometidas, queríamos hacerlo bien”, recuerda Eli. “Para la primera temporada, los chicos ensayaron de lunes a viernes todas las mañanas, entre 3 y 5 horas, y casi nunca faltaron”.

Música, baile, vestuario, luces y, sobre todo, una gran energía y entusiasmo. Todos los ingredientes han vuelto a juntarse para las cuatro nuevas funciones. “¡Pero si el público quiere más, nosotros regresaremos!”, exclama Pedro. Recuerden, ¡aquí se vale todo!