Lamentablemente, los repudiados hechos que se suscitaron esta semana se llevaron la vida de un gran artista nacional. Diego Gallardo, quien fuera más conocido por su proyecto Aire del Golfo, fue alguien que a mediados de la década anterior dio origen a un sonido único en Guayaquil. Algo que yo empecé a llamar música porteña; la fusión entre son, folk, rock, sonidos tropicales y todo aquello que proviene de influencias de ciudades como Río de Janeiro, Buenos Aires, La Habana y similares.

En aquel momento, su trabajo empezó a hacer eco de a poco. Recuerdo haberlo escuchado por el 2016 acompañado únicamente por su guitarra de palo, pero eso no impedía que pusiera a todos a bailar. Sus canciones tocaban la fibra de quienes las escuchaban. Esto lo llevó a sonar en radios locales y tener shows en algunos de los lugares más relevantes de la urbe.

Sin duda, un punto clave antes del lanzamiento de su álbum fue el sencillo Mujer pitahaya, que contó con la colaboración de una todavía aun más joven Shalom Mendieta. Esa canción que, justo como su letra menciona, traía una eléctrica onda que estalla y fue un hit desde la primera vez que sonó.

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En 2019, contando ya con una banda de primera, fue publicado Dejar zumbar 1, su primer y único álbum que en planes sería una edición doble. Una bomba completa que contó con temas que seguramente ahora serán himnos, como Segundos y horas, Pirámides y mi favorita, Sin embargo. Es inevitable moverte al ritmo de todo ese trabajo.

Para aquel entonces, me iniciaba como el columnista de música de Diario EL UNIVERSO. Recuerdo que algunos de mis primeros artículos fueron una reseña que titulé El Aire que zumba en el Golfo y el listado de los álbumes más destacados del 2019, en el que por supuesto incluí al debut de Aire del Golfo.

Posterior a eso, conocí a Diego Gallardo, alguien amable y cálido, también muy tímido y gracioso. No entendía cómo a esta persona un tanto reservada simplemente le bastaban el micrófono y la guitarra para armar la fiesta. Esas cosas de la vida.

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Algunos amigos en común le habían comentado sobre mis textos y pese a no desarrollar una amistad, siempre hubo mucho respeto y cordialidad entre ambos. Recuerdo haber tenido múltiples conversaciones en las que le insistía sobre el lanzamiento de Dejar zumbar 2, la mencionada segunda parte de su primera producción discográfica.

Obteniendo frecuentemente como respuesta un Hay que ver, es un poco complicado, seguido de un par de sonrisas y una larga conversación sobre la música local que siempre terminaba en el origen de su identidad sonora y sus influencias. El timbre de salida solía ser el inicio de un show que en ese momento lo llevaba al escenario.

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Muchos de sus pares lo nombran como alguien incomparable, que influenció a otros que en la actualidad son quienes llevan la bandera de la música en Guayaquil. Después de algunos años de ver el panorama musical en el país, puedo dar fe de eso. Aire del Golfo trajo esa onda que todos los músicos empezaron a explorar. La fiesta, el baile, las camisas floreadas, la meticulosa banda y las letras que te daban un mensaje que te impactaban más cuando eras alguien que no se prestaba mucho para el jolgorio, como yo.

Recuerdo justamente haber destacado aquella frase de su cancionero que dice: La vida se mide en segundos y horas.

Es lamentable tener que despedir así a un artista tan prometedor como Aire del Golfo, que en plena pandemia levantó a muchos con un himno como De pie, y más aún a una persona tan admirable como Diego Gallardo; un padre, un hijo, un amigo. Sin embargo, como él mismo tituló una de sus canciones, ahora estará presente, siendo el aire que siempre zumbará en el golfo. (O)