La familia Andrade Dessommes llegó a Los Ceibos por la atracción que generaba el entorno de la naturaleza, el verdor de sus árboles, el ambiente que era acompañado con el cántico de los pájaros y la majestuosidad de los cerros cercanos. Gran parte de estas motivaciones los mantiene de generación en generación en la zona.

Hace casi medio siglo, en 1972, Rodrigo Andrade y Silvia Dessommes se asentaron en la calle Primera cuando esa vía era uno de los límites de la ciudad y tenían un cerro en la parte posterior, el cual servía de patio trasero de sus cuatro hijos Rodrigo, Roberto, Sylvia y María de Lourdes.

“Llegamos en una época en que prácticamente toda la ciudadela estaba habitada, quedaban pocos lotes, entre ellos los de la calle Primera, donde tenemos nuestra casa. Detrás nuestro, en el patio, estaba un cerro muy lindo, con ardillas, muchos animalitos, mis hijos se pasaban allí a jugar, cogían cerezas, era una vida muy amable”, recuerda Silvia Dessommes, en compañía de parte de su grupo familiar.

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La pareja Andrade Dessommes y las dos hijas, con sus respectivas familias, continúan habitando en Los Ceibos, una de las ciudadelas tradicionales del norte porteño. Son tres generaciones que actualmente residen allí por su gusto con el ambiente y el entorno natural que ofrece el barrio del norte de la urbe, que este mes cumple 203 años de independencia.

Rodrigo Andrade, el líder de esta familia, apunta que la historia de Los Ceibos se remonta a alrededor de 1960 cuando se dio la construcción del sector impulsado desde la Junta de Beneficencia. En ese entonces, predominaban muchas áreas verdes y espacios naturales, muchos de los cuales aún se conservan.

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Conforme pasaron los años, la familia fue testigo de varios cambios y crecimiento del barrio. Por ejemplo, el cerro, ubicado detrás de su casa, desapareció por la constitución de un proyecto de más viviendas en la urbanización Los Cedros, y luego siguió más la expansión de otros sectores vecinos, como Ceibos Norte y Los Olivos.

Debido a su estrecha relación por su ciudadela, Andrade recuerda que con su socio Eduardo Crespo se encargaron de la construcción de la iglesia del sector y del edificio del comité, fundado en la época, para dar un servicio de la comunidad.

“Me ha tocado estar en varios directores y me ha tocado trabajar para mi ciudadela con el mejor de los gustos”, agrega el ingeniero civil.

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También Dessommes, como vecina, ha estado involucrada en el aporte ciudadano del barrio con su participación en el comité de Los Ceibos para realizar mejoras de ornato en viviendas, limpieza de aceras, y asimismo en la iglesia ha aportado en la parte espiritual con la catequesis.

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“Lo importante que había era la unión de los habitantes, nos conocíamos todos, éramos como una gran familia, hubo una circunstancia que nos unió más todavía”, dice Andrade y cuenta que esos lazos se fortalecieron cuando los moradores de Los Ceibos incursionaron con equipos (dos de sus cuatro hijos jugaban) en la liga de béisbol de Miraflores.

La familia Andrade Dessommes comparte en los exteriores del comité Los Ceibos. Rodrigo Andrade y Silvia Dessommes (centro), junto a sus hijas Sylvia y María de Lourdes, y además sus nietos Sergio y Emilia. Foto: El Universo

Él agrega que el deporte de béisbol se detuvo, pero la familiaridad y cercanía entre vecinos continuó. Hasta ahora, esa unión se refleja en las luchas e iniciativas conjuntas que proponen para mantener la tranquilidad del sector y evitar que se genere una proliferación desordenada de comercios, como ocurre en otras zonas, y también otros problemas que puedan generar inconvenientes, entre esos la seguridad.

“Tanto dentro de la ciudadela y todas las calles hay árboles por doquier y luego en el entorno, en los alrededores, está lleno de cerros bellísimos, llenos de verdor. El ambiente es muy grato. Los que habitamos acá vivimos principalmente por eso, por vivir en una zona tranquila, natural, que nos alegra el espíritu”, dice Andrade.

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El ingeniero enfatiza que la tranquilidad y belleza de la misma ciudadela hace que quiera seguir habitando su vivienda de Los Ceibos, que fue concebida al estilo mexicano por el origen de su esposa.

“En estos momentos ha sucedido algo interesante, éramos la última calle (en sus inicios) y ahora somos el centro porque el desarrollo que hay hacia vía a la costa es inmenso, cantidades de ciudadelas, lugares de diversión y comida, y aquí estamos muy cerca de Urdesa; desgraciadamente el centro ha bajado su intensidad de ocupación”, reflexiona Andrade.

En tanto, Sylvia Andrade, hija del matrimonio Andrade-Dessommes, reside en ese sector con su esposo y su hijo Lucas.

Entre los recuerdos de su niñez, ella tiene la imagen del cerro ubicado atrás de su casa. Este espacio era considerado como el patio posterior, donde se trepaban a los árboles, y estaban atentas al canto de los pájaros puesto que aquello marcaba la hora para retornar a su casa. Era una época que tenían más libertad para asistir a casas de sus vecinos sin ningún tipo de rejas y había facilidad de jugar entre los corredores de peatonales, dice.

“Vivíamos en un patio sin límites, uno cada día exploraba un lugar nuevo. La consigna era que antes que oscurezca ustedes están de vuelta, cuando escuchábamos a los pájaros que regresaban a la hora de dormir volvíamos a la casa, tuvimos una suerte muy grande de estar en esa época de inicios de Los Ceibos”, rememora.

Esa suerte de mantenerse en contacto con la naturaleza ha marcado su vida. Y por eso, actualmente, ella y su hermana María de Lourdes, quien también reside en Los Ceibos, suelen realizar excursiones en espacios naturales de la zona y entorno como los cerros Paraíso, Azul, Blanco y Prosperina.

Entre las bondades del sector, Sylvia menciona que la sensación térmica puede llegar a ser menor que el resto de la ciudad por el hecho de estar en una zona rodeada de montañas. Frente a ese escenario, aspira a que se pueda conservar la tranquilidad, el cuidado medioambiental, protección de zonas naturales y la permanencia del concepto residencial del barrio.

“Hoy siempre buscamos ese contacto, de estar junto a los árboles y pájaros, tanto así que tenemos un grupo de senderismo. Exploramos más allá de esos límites que eran antes al lado de la casa, tenemos esa suerte de estar en este corredor montañoso que permite ese tipo de prácticas deportivas, eso nos llama a mantenernos aquí, estar en un lugar céntrico y tener a la mano estos sitios naturales”, dice la ciudadana.

María de Lourdes decidió volver a Los Ceibos hace dos años debido a las complicaciones que tenía en el anterior sector donde residía, en una urbanización de la vía a la costa. En esa zona, durante trece años, debió lidiar con problemas de tránsito y la falta de tranquilidad debido a la operación de canteras.

Entre los puntos que marcaron su retorno y estadía en Los Ceibos, ella resalta que vivir allí implica que sus hijos Sergio y Emilia puedan estar cerca de su colegio, de sus familiares e incluso de los amigos.

“Siento una magia en el ambiente, en mi barrio, eso es lo que quiero que se mantenga, ese orden de tema, y si hay un progreso donde está planteado”, cuenta.

Referente a sus añoranzas, ella recuerda que en su niñez solía salir a su colegio sin necesidad de ir con sus padres y además salir con tranquilidad a visitar a sus amigas. Además, ella se dirigía cada jueves al grupo juvenil de la iglesia, bajo la tutela del padre Federico Gagliardo.

“Ese es mi recuerdo que añoro y que quisiera que mis hijos lo puedan vivir, pero es muy difícil ahora decirle que vayan a la tienda solitos, ahora lo hacemos en compañía”, dice María de Lourdes, quien también, como sus familiares, aspiran a que la armonía, seguridad y derecho de estar paz permanezcan en la zona y replicarse en otras áreas de la urbe. (I)