Formar una orquesta, juntando numerosas y diversas personalidades, cada una singular a la manera como solo un artista lo puede ser, corrigiendo los excesos de los egos más fuertes, y empujando a aquellos con las voluntades más débiles a rendir más, es una ardua tarea. Prepararlos para tocar una obra como la Inacabada de Schubert implica una diferencia de categoría antes que de grado.