Que su contenido es sobre el poder, que es una obra con sabor a violencia de género, que puede ser una oda al #MeToo local que todavía no toma fuerza, una reflexión sobre el sistema educativo, un ojo seco a las relaciones interpersonales, la representación de una generación que se ofende por todo y no soporta a ninguna autoridad o ¿una apología al enjuiciamiento sin juicio y la difamación?  Muchas interpretaciones se van dando justo al salir de la obra de teatro que les comentaré a continuación.

Aunque también puede ser una maquiavélica propuesta para todo aquel que aplique el poder sobre los demás, sirviéndose de la supremacía del género masculino y a la vez una crítica a la oleada de acusaciones que puede sufrir una persona sin ninguna presunción de inocencia, Oleanna nos taladró la psiquis a todos los espectadores y con hoyuelos en la cabeza es que se están escribiendo las presentes líneas. 

Hoy es el último día que se muestra, en el Estudio Paulsen, esta maravillosa obra que enseña lo innecesario de agredir al espectador, causarle disgusto y ofenderle, para lograr la misión brechtiana de tener un teatro pedagógico. 

Publicidad

El dramaturgo David Mamet lo sabía al estrenar su Oleanna en el año  1992.  Aun veintisiete años después, esta dramaturgia fenomenal se encuentra hoy más vigente que nunca en nuestra actualidad, para poder decir ahora que aquí se está criticando la obra de uno de los genios de las artes escénicas.

Lewis Carrol decía que “la imaginación es la única arma en la guerra contra la realidad”; al entrar a la sala del Paulsen nos transportamos a otro lugar y los espectadores nos aunamos a los dos polos que dialogan frente a nosotros.  Pero esto no puede ser posible sin la escenografía y luces, a cargo de Stephanie Simmonds y Miguel Flor, respectivamente.  Un bello escenario logró aquella inmersión necesaria, para experimentar lo que Alicia cuando cayó al país maravilloso. Y no es casual, dentro de la obra nos chocamos con realidades... las nuestras.

Un dato interesante para ir apuntando es que la obra estuvo bajo la dirección del director de cine Javier Andrade. Esta, su primera vez detrás de una obra de teatro, puede ser catalogada como sobresaliente.  En maridaje con dos actores que nos tuvieron en tensión hasta el final: Alejandro Fajardo, en la carne del paternal profesor Juan; y Lorena Robalino, interpretando a la alumna Carolina.

Publicidad

Faltan palabras para describir la generosa actuación de ambos profesionales, que, destacándose por su credibilidad, contribuyen con el hundimiento del espectador en la historia.  Solo cabría acotar que la elección del casting fue más que acertada, concluyendo que hubo un gran trabajo de producción bajo la responsabilidad de Marlon Pantaleón.

Es así como ahí mismo donde hace un año se montó otra obra de Mamet, Una vida en el teatro, en el Paulsen somos testigos de cómo en cualquier cotidianidad se pueden practicar ejercicios de poder.  Y para ponerle más picante al asunto, se invita al público a tomar partido por un bando, ¿con quién te identificas? ¿Con Juan o Carolina?

Publicidad

En tres escenas vemos cómo un malentendido entre un profesor y una estudiante desencadena en batallar por la razón. Una obra de esta magnitud y con tremendos contenidos debe repetirse y tiene que discutirse en la esfera pública.  Porque para eso es el teatro y porque si tenemos a quien haga bien esta difícil y noble labor de ejercer dicha profesión, los espectadores tenemos la obligación íntima y personal de hacer algo con lo que vimos en las tablas. No se la pierdan. ¡Hasta la próxima, amigues! (O)