Giovanni Boccaccio y el tartufo autor de esta columna, Mercucio, tienen algo en común: la admiración por lo amoroso, lo dramático, lo fantasioso, lo erótico y por las lecciones de vida que pueden ser expresadas a través del arte.  Mercucio cuenta con la formación y sensibilidad como para hacer de este espacio escrito una crítica legible para todos los públicos y sin caer en la simple opinión.