Italia: Florencia cruza al pasado en el puente Vecchio

La solicitud fue clara. ¡Clarísima! (creo). Y en dos idiomas: ¿Puede tomarme una foto? Can you take me a picture? Para ver con cuál frase me daba a entender mejor. Pero los resultados de mi pedido, aunque sorpresivos, fueron mejor de lo esperado.El caballero, de unos 70 años de edad, me miró, me sonrió y con voz alta organizó a toda la familia que lo acompañaba para posar alegremente ante mi cámara. Requerí un segundo para decidir: ¿le aclaro mi requerimiento o levanto mi Nikon para captarles la imagen? La lógica me llevó a mantener la cordialidad que siempre busco entregar en cada ruta, quizás con el mezquino propósito de que el camino me devuelva la misma generosidad.Disparé dos fotos. Inmediatamente después, tres o cuatro de ellos se acercaron a abrazarme con alegría, el hombre mayor me dijo algo con tono cariñoso en su idioma (no entendí), también me abrazó, y todos despidiéndose con la mano se marcharon dejándome dos fotos inesperadas en la cámara y una sensación de alegría en el corazón.Cada día de viaje en el extranjero, especialmente cuando es en solitario, puede traernos curiosas relaciones con los desconocidos, que a veces se detonan por la necesidad de llevarnos esa fotito del recuerdo en algún lugar especialmente destacado. Las joyerías llegaron al puente Vecchio después de haber expulsado a un mercado de carnes. Foto: Moisés Pinchevsky. Finalmente conseguí que otro extraño caminante me tome la foto teniendo como fondo el Puente Vecchio (viejo, en italiano). Habían pasado pocos minutos desde que esa estructura se me asomaba atravesada sobre el río Arno. Me estaba acercando. Pero ya lo había observado dos horas antes desde un ventanal de los pisos superiores de la galería Uffizi, el mayor museo de Florencia, llamándome la atención por la gran cantidad de inmuebles que ocupan su superficie. Se lo conoce como uno de los pocos puentes habitados en el mundo, lo cual puede sugerirse ya que algunas joyerías tienen balcones.La primera impresión no genera aplausos por la estética ni el diseño arquitectónico. Sus inmuebles lucen, digamos, algo apiñados sobre una larga plataforma sostenida por tres arcos. Sobre ese conjunto sobresale una larga galería que es parte del denominado Corredor Vasariano, construido en 1565 –en solo cinco meses– bajo diseño del arquitecto y artista Giorgio Vasari y debido a una orden del Gran Duque Cosme I de Médici. El oro deslumbra en las vitrinas de las joyerías a lo largo del puente Vecchio. Foto: Moisés Pinchevsky. La idea del monarca era moverse libremente desde su residencia hasta el palacio de gobierno, distancia que abarcaba aproximadamente 1 kilómetro, incluido el puente. Con esta obra no necesitaría bajar a la calle para cubrir ese trayecto, sino que podría caminar en privado y mantenerse alejado del desprecio de sus súbditos.A través de ese paso elevado logró distanciarse de la ciudadanía, pero no se libró del intenso olor que despedía el mercado de carnes apostado pocos metros abajo, sobre la superficie del puente. Ese mercado operó allí desde 1442, cuando las autoridades obligaron a los carniceros de Florencia a ubicarse sobre el puente para no molestar con su pestilencia a los pobladores en sus viviendas. Además, esos pequeños comerciantes tenían la facilidad de poder lanzar sus desperdicios cárnicos directamente al río Arno cada vez que quisieran.La monarquía de los Médici soportó el olor durante 28 años, pero en 1593 ordenó que esos comerciantes fueran con sus carnes y huesos para otro sitio, bien lejos, tras lo cual ese espacio comenzó a ser ocupado por negocios más limpios y pelucones: joyerías y orfebrerías. El oro solo brilla. No huele.Y eso es precisamente lo que encontré cuando, por fin, ingresé al Puente Vecchio. Mucho oro. Muchísimo. Una lluvia tímida acompañó mi caminata para contemplar una serie de joyerías de vitrinas iluminadas por el brillo de una gran cantidad de cadenas, anillos, pulseras, aretes y etiquetas con elevados precios en euros. Busto al célebre orfebre, escultor y escritor, Benvenuto Cellini (1500-1571), discípulo de Miguel Ángel. Foto: Moisés Pinchevsky. Los transeúntes bajo paraguas de todo color deambulaban por este ambiente medieval sobre un piso rústicamente empedrado, el cual es parte de este espectáculo comercial que debe dejar en contratiempos a los ingenuos hombres que llegan con sus esposas. Sin duda, cada día habrá mujeres que con todo derecho deseen llevarse como recuerdo alguna joyita que cueste, digamos, entre 200 y 400 euros. Pero seguramente llegan acompañadas de igual número de esposos que intenten convencerlas de que opten mejor por una tacita con la leyenda ‘Ponte Vecchio, Firenze’ (Puente Vecchio, Florencia).La ruta sobre el puente lucía flanqueada por los comercios de metales preciosos, pero en el centro había un espacio tipo mirador que permite asomarse sobre el río Arno. Allí también hay un busto en homenaje a un personaje que luce importante. Es un célebre orfebre, escultor y escritor, Benvenuto Cellini (1500-1571), discípulo de Miguel Ángel que ganó reputación durante el Renacimiento italiano por haber realizado monedas labradas, joyas, floreros y adornos de gran valor. También elaboró estatuas en mármol, como el Cristo crucificado que hoy se levanta dentro de la basílica de El Escorial, cerca de Madrid, España. Algunos inmuebles exhiben pisos altos y balcones. ¿Será que también funcionan como viviendas? Foto: Moisés Pinchevsky. Dentro del puente todo lucía ordenado, dispuesto exquisitamente como si hubiéramos estado dentro de la vitrina de una joyería. La lluvia seguía cayendo. Le solicité amablemente a una pareja que me tome una foto para capturar el momento. El hombre simplemente disparó la imagen y me devolvió la Nikon. Ambos se marcharon. No hubo griterío ni abrazos. Tampoco la inentendible palabra de un amable extraño.A veces, solo a veces, la vida nos entrega regalos inesperados.

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