“Era un viejo que pescaba solo en un bote en la corriente...”. Se inicia el relato de El viejo y el mar. Porque fue en el mar, (o “La mar” como la llamara el mismo viejo, explicando que así es como se la nombra cuando la quieren), donde un hombre, más bien joven, hizo amistad con una ballena.

Sergio Camacho salió a pescar al Pacífico, desde su pueblo López Mateos, ubicado al oeste de la península de Baja California. Navegó 20 millas al sur, manteniéndose a 2 millas de la costa.

Arribó al punto de pesca a las 800 am, y luego de trabajar durante treinta minutos levantando trampas de langosta, escuchó un ruido extraño bajo su embarcación, como si algo rozara el casco. Se asustó. Se hallaba en aguas ricas en tiburones, y no quería enfrentarse al reto (el mismo del Viejo y el mar)".

Zarpó a las seis y treinta de la mañana, con escasos rayos de luz difuminándose entre la densa niebla típica de marzo. Iba solo, en su panga de 22 pies de eslora, con motor fuera de borda de 115 caballos de fuerza.

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Arribó al punto de pesca a las 800 am, y luego de trabajar durante treinta minutos levantando trampas de langosta, escuchó un ruido extraño bajo su embarcación, como si algo rozara el casco. Se asustó. Se hallaba en aguas ricas en tiburones, y no quería enfrentarse al reto (el mismo del Viejo y el mar). Avistó remolinos en línea recta y regularmente espaciados. Supo entonces que se trataba de una ballena. Como Sergio ha crecido en un mundo donde reina el acuerdo tácito de respeto entre hombres y cetáceos, decide mover su bote hacia la orilla para no molestarla en su tránsito norte.

Sergio iba recogiendo las trampas de langosta que dejara días atrás, sumergidas a diez brazas de profundidad, con un peso
bruto de 25 kilos. No es fácil subirlas a la superficie, pero él se vale del movimiento de las olas y una polea.

Sergio deja un promedio de 50 trampas en cada salida, y en un buen día trabajan todas, aunque ya con 15 puede darse por satisfecho. En eso se hallaba Sergio, cuando volvió a aparecer la ballena. Entonces Sergio se contuvo de trabajar. No quería tirar la trampa y correr el riesgo de herir al animal, con el cabo o con la trampa misma, que está hecha de alambre acero forrado de hule.

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Yo la tocaba, mientras le platicaba, ella se veía contenta, salía al lado de babor, se metía, aparecía a estribor, y yo me cruzaba para volver a tocarla, mientras la corriente nos llevaba al sur. Estuve la primera vez 15 minutos, luego me moví al otro punto de pesca a un tercio de milla, la ballena me siguió y volvimos a interactuar. Arrastró el bote al sur, volví a tocarla, platicamos y jugamos. Casi se sube".

Se movió más hacia la orilla. Cuando se hallaba en faena por tercera vez, volvió la ballena. Le daba vueltas, movía la aleta lateral de un lado a otro, como saludando; la intuición de Sergio le dijo que definitivamente la ballena quería interactuar. Así que resignado, agitó el agua para que se acercara.

Ella llegó al instante: “Yo la tocaba, mientras le platicaba, ella se veía contenta, salía al lado de babor, se metía, aparecía a estribor, y yo me cruzaba para volver a tocarla, mientras la corriente nos llevaba al sur. Estuve la primera vez 15 minutos, luego me moví al otro punto de pesca a un tercio de milla, la ballena me siguió y volvimos a interactuar. Arrastró el bote al sur, volví a tocarla, platicamos y jugamos. Casi se sube. Estuve con ella como media hora más. No tenía intenciones de alejarse, así que me tuve que ir rápido, a una milla y media, y apagué el motor para que no me encontrara, porque yo tenía que trabajar. Cuando la miré pensé en Sonia, por la osa novia del rey Julián de la película Madagascar, que ven mis hijos, y como es muy tierna la osa le puse Sonya a la ballena. Esta es la primera vez que me pasa, una ballena tan dócil. Cada año las grises migran a laguna Magdalena, junto a mi pueblo, y las he visto interactuar con humanos, pero nunca de esta manera. Sonia tenía doce metros de largo. Le vi los ojos, estaba contenta, le hablé en inglés para ver si entendía. Pero ella quería seguir jugando”.

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Ojalá Sonia vuelva a encontrarse con Sergio en su migración anual a las costas de Baja California, y también pronto humanos y ballenas podamos juntarnos en largos y fuertes abrazos. (O)

nalutagle@yahoo.com