Como geóloga he aprendido que las rocas cuentan historias fascinantes: los continentes se mueven, los océanos se han abierto, y el clima ha cambiado. En realidad, el cambio es lo único constante en el universo. Se evidencia en estratos que nos llevan hasta el mismo origen del planeta, 4.500 millones de años atrás. Supongo por tal motivo en 1995 tuve un profesor en Bélgica que insistía que el calentamiento global era una mini interface glacial natural.
Estamos en 2020, un cuarto de siglo desde entonces, y aproximadamente el 20% de la población mundial todavía cree que el cambio climático no constituye real amenaza para el planeta.
¿Pero cómo podría considerarse natural que la temperatura promedio de la superficie haya aumentado en casi 1 grado centígrado desde finales de 1800´s, con su mayor incremento en los últimos 35 años? ¿O que exista un incremento de 47% en la concentración de CO2 en la atmósfera, en el mismo período?
Además, a nivel planetario sufrimos de una terrible consecuencia: la pandemia por Covid-19. “Cinco nuevos virus infecciosos emergen cada año y muchos se transmiten de animales a humanos”. Explica el exvicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, en una de sus presentaciones.
Personalmente he notado el cambio climático a través de mi trabajo. La vida silvestre da testimonio del estado de nuestro planeta.
Viajé a Wrangel en septiembre de 2019, al norte de Siberia, el lugar con la mayor concentración de osos polares. Ahora permanecen en la isla por un mes más de lo regular debido a la falta de hielo en el mar, que les sirve para adentrarse en aguas alejadas de la costa en busca de focas.
El número de ballenas grises que migran desde el ártico a Baja California varía cada año, pero nunca vi menos que en 2020. Las ballenas se quedan más tiempo al norte porque permanece cálido por mayores intervalos. Muchos ballenatos nacen en el camino, por tanto, son más susceptibles a perecer ante sus depredadores en mar abierto, las Orcas. No alcanzan a llegar a las lagunas cálidas y protegidas de la costa Pacífica de Baja California.

La vida silvestre evidencia que las variaciones ocurren demasiado rápido. Podríamos estar perdiendo la mitad de las especies terrestres del planeta al final de este siglo".

Los pingüinos en la Antártica se reorganizan por el cambio climático. Algunas especies se benefician, como los pingüinos Gentoos de la península del oeste antártico, mientras que las poblaciones de pingüinos Adelie se muestran en terrible decline. Cabe mencionar que las temperaturas en Antárctica se han incrementado en tres veces más que el promedio a nivel global.
En Galápagos, nuestros pingüinos también son indicadores de que las condiciones del archipiélago cambian rápidamente. Datos de censos colectados entre 1970 y 2004 muestran que a pesar de que cada año la población se reproduce, los eventos fuertes de El Niño de 1982-1983 y 1997-1998, fueron seguidos por una pérdida de la población en más de un 60%, de la cual los pingüinos de Galápagos aun no se recuperan. Este es un evento natural, sin embargo, es más recurrente e intenso como consecuencia del cambio climático.
La vida silvestre evidencia que las variaciones ocurren demasiado rápido. Podríamos estar perdiendo la mitad de las especies terrestres del planeta al final de este siglo.
La mayor causa de cambio climático es la quema de combustibles fósiles que resulta en la emisión de gas CO2, que atrapa calor y crea el efecto invernadero. El 93% del calor extra es absorbido por los océanos. Se altera el ciclo del agua, las corrientes marinas, aumenta el nivel del mar.
En el acuerdo de Paris de 2015 cada nación concertó llegar a cero emisiones de gases de efecto invernadero para mediados del presente siglo. Debemos cerciorarnos de que ocurra, usando nuestras voces, nuestra decisión al momento de elegir lo que consumimos, nuestro voto. Exigir a los gobiernos el uso de energías renovables, de agricultura sostenible. Podemos lograrlo, por los osos polares, los pingüinos, las ballenas, y por nuestra propia especie. (O)