Las vías llevan a través de Breslavia, con su famoso casco antiguo, y Cracovia, con su mercado central, su muralla antigua y las masas de turistas, hasta Leópolis y Vinnitsya, en el oeste de Ucrania. Los trenes siguen hasta Balti y Chisinau en Moldavia, Tiraspol en Transnistria y Odesa en Ucrania.

De Cracovia pasando la frontera hasta Ucrania
El tren desde Cracovia llega a Przemysl, una ciudad en el sudeste de Polonia con una historia milenaria. Aquí termina la Unión Europea. Los pasajeros van con su equipaje por el paso subterráneo hasta la otra parte de la estación.

Un paseo por Moldavia: verdura fresca en el mercado de Balti.

El largo tren de vagones que va hasta Leópolis ya está listo. La primera clase cuenta con asientos acolchados azules. Todos es moderno y espacioso.

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El tren para unos 15 minutos en la localidad fronteriza en Ucrania. Un uniformado revisa los documentos de viaje y asiente. Afuera se ven campos, bosques y pueblos. En las estaciones, las tiendas y las fábricas, las letras están en cirílico.

El tren proveniente de Moscú entra en la estación de Vinnytsia, en Ucrania.

Leópolis es puro esplendor
De repente se avista Leópolis. En el corazón de la ciudad, en la plaza de Rynok, suena música. Algunas parejas bailan al aire libre entre la alcaldía, una fuente, un museo y restaurantes. Los edificios de cientos de años de antigüedad del casco antiguo sobrevivieron a la guerra. ‘La Florencia del este’ apodaron sus admiradores a esta ciudad, un crisol de muchas etnias.

En una pequeña cantina en la plaza de Rynok se sirve vino de fruta en cantidades. Jóvenes y viejos charlan y beben en la acera. El paseo lleva a través de callejuelas intrincadas adoquinadas. Los patios interiores tienen un encanto sombrío.

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El tranvía recorre chirriando las calles de Leópolis, en Ucrania.

Los restaurantes buscan atraer la atención con nombres originales: Doctor Fausto, Hermandad y Mafia. Muchos están preparados para más turistas y el esperado ingreso en la Unión Europea.

Exploraciones más allá de la ruta turística
La siguiente escala tras cuatro horas y media de agradable viaje en primera clase es Vinnytsia. La ciudad tiene 380.000 habitantes y apenas hay turistas. Hoy el plan es recorrerla sin prolegómenos.

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Las parejas disfrutan bailando en la ciudad vieja de Leópolis.

Las torres de las iglesias y las cúpulas ofrecen cierta orientación. Detrás del puente y el río, comienza el centro. Sorprende con un pequeño casco antiguo, una zona peatonal y una torre de agua roja de óxido hecha de ladrillos.

A la estación llega el tren rápido procedente de Moscú. El D 47MZ es el más lento en este viaje en tren de un total de aproximadamente 1.700 kilómetros. Los vagones de color gris azulado tienen décadas encima. Provienen de épocas soviéticas. “Primera clase” dice el boleto, pero no la hay. El controlador lleva al pasajero sorprendido a un vagón vacío y con olor a moho con dos camas literas.

Una vieja locomotora a vapor aparcada en la estación central de Chisinau, la capital de Moldavia.

Ya espera el siguiente país
El viaje sigue rumbo a Moldavia. Los agricultores cultivan sus campos, se alternan bosques y barbechos. De vez en cuando aparecen pueblos y cúpulas de iglesias ortodoxas. Se pone el sol. El tren es puntual. Para llegar a Balti, en Moldavia, a 290 kilómetros, demora unas ocho horas, incluidos los controles fronterizos.

Balti es una pequeña ciudad industrial. Hay letras latinas junto a las cirílicas. Los nombres de calles y otras leyendas ya vuelven a ser comprensibles para los visitantes occidentales. El rumano es la lengua oficial en Moldavia. El ruso es la segunda. En el centro hay un bulevar para pasear, un monumento con un tanque y un centro comercial.

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Barato, limpio y aceptable para dos horas de viaje: la tercera clase del tren die Chisinau a Tiraspol.

Hacer trampa una vez está permitido. La recepcionista del hotel Elite recomienda un taxi para los 135 kilómetros de Balti a Chisinau por alrededor de 35 euros (unos 41 dólares). “Eso es mucho, mucho más rápido que su tren”.

El coche es confortable, el chófer amable. Habla sobre el país, su gente y su vino. Moldavia es uno de los países más pobres de Europa, pero es rico en buenas bebidas. Atractivos viñedos y enormes bodegas con botellas y barriles invitan a visitarlos.

Allí donde la vida de la gente se convierte en atracción
La capital de Moldavia es extensa. No es una belleza y no está repleta de turistas. Lo atractivo son las escenas de la vida cotidiana. Adolescentes saltan en un parque del centro completamente vestidos a una fuente de agua.

Un tanque soviético T-34 erigido como monumento en Tiraspol, la capital de Transnistria, un territorio separado de Moldavia que carece de reconocimiento internacional.

El recinto de la estación de tren en Chisinau ofrece bonitas imágenes para fotografiar, también una vieja locomotora a vapor. El deseo de los pasajeros en la boletería suena raro: tercera clase a Tiraspol y desde allí primera clase tres días después a Odesa. La mujer asiente.

Un país prácticamente desconocido
Casi nadie baja en Tiraspol, la capital de Transnistria. La estrecha franja de tierra se desprendió muy rápidamente de la joven Moldavia tras la caída de la Unión Soviética, pero no es reconocida internacionalmente. La falta de atracciones turísticas, así como el gran amor por Rusia, Putin, Lenin y Marx apenas atraen a extranjeros.

La mayoría permanece en el tren a Odesa, pero se pierden uno de los últimos secretos de Europa. La gente en Tiraspol es reservada, amable y servicial. En esta especie de museo al aire libre la Unión Soviética parece seguir viva.

El vagón comedor del tren de Vinnytsia a Balti es una herencia de los tiempos de la Unión Soviética.

La enorme plaza de Suvorov está rodeada de parques, banderas, edificios administrativos y monumentos. Muy cerca de allí unos niños trepan a un tanque soviético T-34, parte de un monumento. Por todos lados se ven bustos y estatuas de Lenin y otros héroes del comunismo.

Odesa es un cierre digno para el viaje
Dos apacibles horas de tren se demora hasta la estación de Odesa, quizá la más linda de todo el viaje. El histórico edificio principal tiene una imponente cúpula. En gran parte fue restaurado después de la guerra.

Un recorrido de 2 kilómetros desde la estación lleva hasta la ópera histórica y una famosa escalera. En el camino llaman la atención el Monasterio de San Pantaleón, la Catedral de la Santísima Virgen María, la sinagoga Or Sameakh y la mezquita Al Salam.

Cientos de visitantes suben diariamente los 192 escalones de la escalera de Potemkin. La vista al puerto y al mar de Odesa es espectacular. La historia aún más. En la película muda Acorazado Potemkin (1925) de Serguei Eisenstein la escalera es escenario de la sangrienta represión de un levantamiento contra el Ejército zarista.

Se acerca el fin de este viaje relajado. Quien quiera más historia, puede reservar el vuelo que sale desde Odesa y hace siete horas de escala en Kiev. Ese es tiempo suficiente para conocer la famosa plaza de Maidan y el centro de la capital ucraniana.