Alguna vez el sitio de las fotos y videos del bebé en la cuna, en el baño, las primeras palabras, los primeros pasos y el primer día de clases fue un álbum físico. Ahora esas imágenes están en una cuenta de red social. A veces, a nombre directo del niño o la niña. Manejado por un adulto. Cuando ese bebé crezca, aun si decide recrear por su cuenta una identidad en línea, no podrá evitar tener una nutrida (e involuntaria) huella digital tras de sí.

En español, esta práctica la llamaríamos sobreexposición. En inglés se ha formado el término sharenting, a partir de share (compartir) y parenting (paternidad). Son los padres que destinan buena parte de su tiempo a registrar y compartir en línea cada aspecto de la vida de sus hijos, sea para pedir consejos de crianza o para darlos, para mostrar su felicidad o para hacer reír a sus seguidores.

Las redes sociales tomaron auge al inicio del siglo XXI. Facebook creció a partir de 2004, Twitter (ahora X) en 2006 y la reina entre los padres de hoy, Instagram, hizo su llegada en 2010. De acuerdo con estas fechas, un joven de 20 años bien podría tener su infancia y adolescencia expuestas en la web.

Publicidad

El mejor consejo es no subir fotos de niños, sobre todo en perfiles abiertos. Foto: Shutterstock

Pueden ser fotos espontáneas o videos muy producidos; evidencias del crecimiento o de hitos alcanzados. El primer día de escuela, un disfraz, una respuesta ingeniosa, una rabieta. A veces el niño es consciente de que está frente a la cámara. Lo que no puede saber es adónde irá a parar ese contenido y quién lo verá.

La organización estadounidense sin fines de lucro Common Sense aconseja a los padres ser cuidadosos con la huella digital. “Algunos crean cuentas para sus bebés, con la idea de que estos los usen cuando cumplan 13 años (la edad de consentimiento en redes sociales). Pero lo que puede ser divertido para la familia invita a otros al rastreo de datos, marketing y otros problemas de privacidad. Si decide seguir, use información mínima, haga ajustes de privacidad estrictos y evite fotos potencialmente vergonzosas”.

Entre los riesgos de compartir la vida diaria está la ingeniería social que otros pueden hacer sobre el comportamiento del usuario (dónde va, qué marcas prefiere, su poder adquisitivo, su modelo de auto), utilizando esa información para objetivos legítimos como las ventas, o para conductas criminales como estafas, robos de identidad y secuestros, advierte el ingeniero Harold Villalba Melgar (@alphabyte.ec).

Publicidad

Cuando se difunden imágenes de menores de edad, los peligros escalan, con palabras que hemos aprendido a reconocer en los últimos años como acoso cibernético (cyberbullying), captación de menores con fines sexuales (grooming) y sexteo (envío de contenido sexual o sexting).

“La utilización despreocupada (de las redes sociales y otras aplicaciones) puede resultar una ventana a la identificación del menor de edad, y esto puede conllevar algún tipo de extorsión y acoso”, explica Villalba a este Diario.

Publicidad

Él también recuerda a las familias que el Código de la Niñez y Adolescencia (CONA) enfatiza el derecho de los niños, niñas y adolescentes a la privacidad y a la inviolabilidad del hogar y las formas de comunicación. Que los padres y maestros son los vigilantes de la intimidad de la vida privada y familiar, de su domicilio, su correspondencia y sus comunicaciones telefónicas y electrónicas. “Debemos hacer primar este derecho y evitar mostrar, compartir y comentar sobre la privacidad de los menores de edad”.

Lo que puede ser divertido para la familia invita a otros al rastreo de datos, marketing y otros problemas de privacidad. Foto: Shutterstock

Después de todo, señala el entrevistado, para un acosador es fácil hacerse con los nombres de los menores, sus aficiones (los juguetes que colecciona, los programas de TV que le gustan) o concurrencias (escuela, academias, clubes) para llegar a ellos. “Posterior a eso, crean perfiles falsos, y con la información obtenida se atribuyen gustos y tendencias afines, para ganarse la confianza, y a partir de ahí empiezan a acosarlos. Debemos crear conciencia y no involucrar a los menores en estas tendencias”.

El uso de la imagen del niño: advertencias para familias y para escuelas

La abogada Karen Moreira Aguilar, dedicada a casos de familia y niñez, quiere remarcar un punto para todos los adultos: los niños son las personas más importantes de la sociedad y tienen prioridad en todas las políticas del Estado.

“La sociedad, la familia, las instituciones educativas, todo debe girar en torno a proteger ese bien jurídico que son los derechos de los niños. Todo lo que decidan los órganos judiciales y administrativos del Estado debe ser en torno a ese interés superior del niño porque es vulnerable”.

Publicidad

La responsabilidad principal es de la familia (padre, madre o abuelos o tíos que estén criando al niño). “Es más, si los establecimientos educativos vulneran los derechos de los alumnos, pueden ser sometidos a clausura, como lo dice el Código Orgánico de la Niñez y de la Adolescencia; se puede poner una denuncia en el Ministerio de Educación”. Y el tercer elemento llamado a amparar los derechos de los menores es el Estado.

“Si como adultos no queremos que se publiquen nuestras fotografías, voz o videos, podemos decir: ‘No quiero’, pero el niño no está capacitado para manifestar su voluntad, por lo tanto son los padres quienes tienen que autorizar el uso de su imagen”.

Aquí cita el artículo 52 del CONA, que habla sobre el derecho a la identidad, a la dignidad y a la imagen. “Se prohíbe que los niños estén en programas o mensajes publicitarios con contenido para adultos, no adecuado a su edad. (...) Esto es obvio, pero en el último inciso dice que aún en los casos permitidos por la ley no se podrá utilizar públicamente la imagen de un adolescente o de un niño sin la autorización de su representante legal”.

Trabajo infantil en Ecuador: qué dice el Código de la Niñez y cómo afecta a los menores que trabajan en entretenimiento

Es decir, un video escolar de juegos o de una clase, positivo e inocente, no puede subir sin la autorización paterna. Y si hay autorización, pero la publicación hace uso indebido de la imagen del niño, se puede tomar acciones legales, “pues el padre solo puede aprobar contenido que no lesione los derechos de su representado”.

La abogada Moreira reconoce que es una práctica de las instituciones educativas pedir, al inicio del año escolar, que los padres firmen un consentimiento informado del uso de la imagen de sus hijos con fines educativos o promocionales, en los medios digitales de la escuela o colegio. “Pero usted tiene el completo derecho de negarse; usted no puede ser obligado”. Si a pesar de esto, la publicación ocurre, los padres pueden demostrar que se ha generado maltrato institucional (artículo 67 del CONA), “sin perjuicio de denunciar penalmente y pedir la sanción de clausura (artículo 79)”.

Moreira pide considerar que hay niños con situaciones familiares especiales. “El solo hecho de que los padres estén separados, y uno de ellos vea a su niño hablando en la página web o el Instagram del colegio, puede servirle para inventar algo en contra del niño (o del excónyuge)”, como que fue obligado a participar. “Hay niños que tienen doble protección por discapacidad o problemas de salud evidentes en fotos; es aún más grave porque puede hacerlos susceptibles de bullying cibernético, de burlas de gente que ni siquiera los conoce”.

Palabras que hemos aprendido a reconocer en los últimos años: acoso cibernético ('cyberbullying'), captación de menores con fines sexuales ('grooming)' y sexteo (envío de contenido sexual o 'sexting'). Foto: Shutterstock

La abogada también recalca que una vez que algo sube a la web, es casi imposible prevenir que alguien lo vea, lo descargue, le haga capturas. “Una vez que se ha publicado, ya no puedes revertir. Los depredadores sexuales se contactan con los niños por juegos de moda que tienen chat. Les piden el número, y una vez que lo tienen, los enamoran y se los llevan”, lamenta, señalando el aumento de casos de secuestro y abuso sexual a menores, conductas que empezaron en internet.

“Por más inocente que sea la tecnología, por más que usted sea prudente, una vez que la información está colgada en la web, no hay mucho que pueda hacer”, dice la abogada. Ella reconoce que parte de vivir bien es tener libertad de expresión, incluso con fotos de la vida personal. “Pero debe saber que a pesar de que lo haga para una audiencia buena, hay otra audiencia que puede tener malas intenciones”. Recomienda:

  • No subir fotos en las que salga el nombre, uniforme, fachada o logo de la escuela de sus hijos.
  • Tampoco imágenes en las que se vea el modelo del auto y mucho menos la placa.
  • No compartir material en el que se vea los sitios que su hijo frecuenta para jugar: la cancha del barrio, su entrenamiento de fútbol o de natación, su academia de idiomas. Cualquier sitio público fácilmente identificable.
  • Tener un perfil privado, con acceso solo a personas de confianza.
  • No usar los nombres y apellidos completos de ustedes.

Y sin embargo, el mejor consejo es no subir, sobre todo en perfiles abiertos (los privados no son invulnerables), información de la persona más vulnerable que tenemos a nuestro lado, por más linda, expresiva y graciosa que esta sea. “Si no quiere tener ningún problema, simplemente no publique”.

Desde la escuela, un recordatorio a los educadores sobre el uso de las imágenes de menores

“Cuando se inició esto no sabíamos la magnitud que iba a tener. Comenzó como una novelería, pero hay que pararlo, porque me preocupa, con el uso de la inteligencia artificial, todo lo que se puede hacer con la imagen, con el cuerpo, con la voz del niño”, es la opinión de la doctora Patricia Zeas de Alarcón, especialista en Ciencias de la Educación. “¿Qué tal si hacen un montaje de la cara de su hijito, no diciendo ‘mamá’ ni ‘papá’, sino otras cosas?”.

Ella plantea que los adultos en general se hagan la siguiente pregunta: ¿por qué compartir esto? “¿Para que sepan que estoy de viaje, que tengo dinero, que me compré una casa? Estoy exponiendo públicamente mi intimidad, y luego me pregunto cómo saben dónde trabajo”.

Para los centros educativos también hay advertencias. “La Ley de Educación y el Código de Convivencia, y en el reglamento de cada colegio, existe la prohibición al profesor de tomar fotos de la cara de los alumnos sin permiso de los padres, aunque sea con fines académicos. Yo siempre he sabido que la toma se hace desde atrás, de la espalda”, para evitar algo tan básico como las bromas pesadas, que a un niño le pongan orejas de perro o bigotes de gato y se burlen de él ante la clase. O montajes peores. “Se sabe que en los colegios hay casos en los que ponen la cara de alguien y el cuerpo sin ropa de otra persona, algo que puede costar una situación disciplinaria”.

La doctora Zeas añade otra pregunta. “¿Y si fuera usted? ¿Le gustaría que suban información de cuando se baña, se cae, llora, está embarrado de pintura? Creemos que todo es gracia, e irrespetamos a los niños. Pero ese pequeño va a crecer, y esa foto puede reaparecer cuando sea un adolescente o joven profesional”, dice, aludiendo a la huella digital: todo el contenido relacionado a nosotros que se acumula en internet a lo largo de nuestra vida. “La huella digital es privada, es única e irrepetible, como el número de cédula”.

Además, da origen a otro fenómeno, el que los alumnos tomen fotos a los profesores y las suban a las redes o a aplicaciones que permiten añadir efectos y editar.

¿Necesita fotos para respaldar su trabajo? Haga tomas de espaldas, céntrese en la actividad, narre la acción, tome fotos de los materiales, de las manos, del resultado. “Pero no la cara de los niños; ellos no son modelos del colegio”.

La educadora es muy enfática en que no se está considerando los riesgos de difundir libremente cada pequeña instancia de la vida de los menores de edad. “Dejen de hacerlo. Los niños tienen futuro, y ese futuro puede ser mal utilizado por otros”. Su contrapropuesta es una campaña de concienciación digital en los colegios. “Dónde buscar información. Cómo discernirla. Cómo decodificarla”. (F)