La foto de Emiliano Zapata junto a Pancho Villa y sus respectivos lugartenientes en el Palacio Nacional es la más emblemática de la Revolución mexicana (1910-1920). Fue tomada el domingo 6 de diciembre de 1914, al cabo de un desfile triunfal de sus respectivos ejércitos desde el Castillo de Chapultepec hasta el Zócalo de Ciudad de México por el paseo La Reforma.

Mientras Zapata luce hosco y receloso, como esperando que de la cámara no saliese un flash sino una bala, según el historiador Enrique Krause, Villa aparece en cambio sonriente y distendido. El uno con traje claro, con adornos de platería y su sombrero de charro de Morelos, de copa alta, ala ancha y reborde, distinto al común de Jalisco; el otro con uniforme de gala azul, gorra de visera corta y botas de montar. Los dos caudillos revolucionarios compartían un momento de humorada luego de haber ocupado la capital con sus milicias de campesinos, una suerte de culmen de la transformación social que se habían propuesto y por la que habían luchado a sangre y fuego.

Una mujer mira una fotografía del líder revolucionario mexicano Emiliano Zapata exhibida en el Museo Nacional de la Revolución en la Ciudad de México el 5 de abril de 2019. El 10 de abril marca el centenario de la muerte del revolucionario Emiliano Zapata, emboscado y asesinado en 1919 en la Hacienda de San Juan en Chinameca, estado de Morelos, donde dirigió la revolución campesina. / AFP / Alfredo ESTRELLA

Villa invitó a Zapata a tomarse también la instantánea en el solio presidencial, pero este rehusó a hacerlo al sentir repulsa por el oprobioso simbolismo, limitándose a comentar: “Deberíamos quemarla para acabar con las ambiciones”. Convidó a Villa a un brindis con una copa de coñac, sorbo con el que se atragantó este riguroso abstemio, ajeno en verdad a esa imagen de bandolero amante de copas.

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El momento histórico narrado significaba el final de la segunda fase de la revolución y a la vez el inicio de la tercera, que sería la más cruenta y decisiva. Además, marcaría el apogeo de su protagonismo, que pronto entraría en ciclo declinante.

Ambos aliados habían entrado en pugna por el poder con Venustiano Carranza, caudillo de Coahuila, quien había abandonado la capital con destino a Veracruz, donde fijaría su sede de Gobierno, a la espera de retomar la iniciativa. Carecía de la fuerza militar necesaria para enfrentar combinados al Ejército de Liberación del Sur y Centro de Zapata, de 20.000 efectivos, y a la División del Norte de Villa, con 40.000. Empero, se vio beneficiado por el apoyo del presidente norteamericano Woodrow Wilson, quien dispuso el retiro de un contingente de ocupación del puerto principal mexicano, entregándole su parque a quien consideraba la mejor opción para restaurar la paz y el orden.

Un hombre sostiene imágenes del líder revolucionario mexicano Emiliano Zapata en la comunidad de Chinameca, en el estado de Morelos. Foto: archivo.

¿Cómo era Zapata?

Emiliano Zapata Salazar nació en el poblado de Anenecuilco, al sureste de Cuernavaca, estado de Morelos, en 1879. Pertenecía a una familia de pequeños propietarios que había estado en conflicto por la posesión de terrenos comunales con los grandes hacendados de la zona. Esta disputa ancestral por la tierra marcaría su identidad, a la vez que su noción de justicia y su determinación de actuar en favor de los más desprotegidos.

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“Era valiente, buen jinete y tirador, atractivo para las mujeres, muy enamorado, aficionado a las peleas de gallos, a las corridas de toros y al rodeo; le gustaba beber con sus amigos, pero no era borracho”, al decir de su biógrafo Felipe Ávila. Apuesto, de regular estatura (1,70m), era orgulloso de su gran bigote, del que solía decir que lo diferenciaba de “los afeminados, los toreros y los frailes”.

“Charro entre charros”, hablaba náhuatl como una segunda lengua madre que le era útil para mantener ascendencia sobre las comunidades nativas lugareñas. Entró en la política como presidente del consejo municipal en 1909, año en el que se gestaba la séptima reelección del dictador Porfirio Díaz, que se había mantenido en el poder desde 1876.

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La primera fase de la revolución tuvo inicio el 20 de noviembre de 1910, cuando Francisco Ignacio Madero, un político y próspero empresario de Coahuila, que había cobrado celebridad al publicar un libro sobre la sucesión presidencial, hizo un llamado a un levantamiento armado que tuvo eco en el México profundo de la ruralidad. Zapata no fue ajeno a este envite, siendo elegido líder de los insurrectos en Morelos, con influjo posterior sobre otros estados limítrofes, como Puebla y Guerrero.

Maestros gritan consignas con una pancarta que representa al líder revolucionario mexicano Emiliano Zapata durante una protesta en la Ciudad de México el 10 de abril de 2019. El 10 de abril marca el centenario de la muerte del revolucionario Emiliano Zapata, emboscado y asesinado en 1919 en la Hacienda de San Juan en Chinameca, estado de Morelos, donde lideró la revolución campesina. / AFP / RODRIGO ARANGUA

Para evitar un mayor derramamiento de sangre, Díaz se vio obligado a renunciar en mayo de 1911, convocándose a una nueva elección de la que resultó triunfador Madero, quien se posesionó en noviembre del mismo año. Durante quince meses en el poder, la gobernabilidad fue precaria debido a bandas armadas dispersas por el territorio nacional, cuyos cabecillas presionaban por una serie de demandas sociales.

El más insumiso de todos fue Zapata, que se negó a entregar las armas y que desconoció al Gobierno elegido democráticamente, proclamando el Plan de Ayala, que promovía una profunda reforma agraria en el país. Los intentos por someterlo mediante el despliegue del ejército federal fracasaron, obligándolo a replegarse a las montañas, donde condujo una implacable guerra de guerrillas en contra de la autoridad nacional.

Esta situación dio un vuelco con el derrocamiento y asesinato de Madero el 18 de febrero de 1913, fraguado por su comandante en jefe, general Victoriano Huerta, quien con engaños e hipocresía consiguió sucederlo en el cargo con la aprobación del Congreso y un sector de la opinión pública que exigía el fin de tanto conflicto.

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Fue el inicio de la segunda etapa de la Revolución mexicana. Al mes, por iniciativa de Carranza, fue pregonado el Plan de Guadalupe, que desconocía la legitimidad del régimen de Huerta, proponiendo convocar a nuevas elecciones presidenciales, a lo que se adhirieron, entusiastas, Zapata y Villa, entre otros caudillos. Al cabo de 16 meses, en julio de 1914, las derrotas militares en los distintos frentes obligaron a renunciar al odiado usurpador.

La Convención de Aguas Calientes intentó poner de acuerdo a las facciones victoriosas, pero la insistencia de que Carranza como jefe del ejército “constitucionalista” desempeñara la presidencia provisional los dividió. Zapata y Villa querían que fuera un tercero, viéndose obligados a conformar un ejército “convencionista” que, en choque con el primero, inició la última fase de la guerra civil.

Malas decisiones

El “centauro del norte”, tal como se lo conocía a Villa, cometió el error de dividir su ejército en tres columnas para dirigirlos a objetivos estratégicos de los estados del centro-norte a fin de aislar a Carranza en Veracruz. El encargado de hacerle frente fue el hábil general sonorense Álvaro Obregón (después presidente de México), que entre abril y agosto de 1915, en las dos batallas de Celaya, Aguas Calientes y León, lo derrotó sin atenuantes y lo puso en fuga.

Al ser desbaratado su aliado, Zapata quedó reducido a una guerra de resistencia en espacios cada vez más reducidos en su estado natal, siempre escaso de armas y comida para su hueste, que se fue reduciendo lenta e inexorablemente. Agobiado por las deserciones y sintiéndose perdido, cayó en una emboscada tendida por los carrancistas en la hacienda de Chinameca, Morelos, el 10 de abril de 1919.

Pese a su derrota, la posteridad no olvidaría al charro revolucionario cuyo legado continúa vigente en el imaginario de jóvenes idealistas que siguen soñando con una sociedad más justa e igualitaria. (I)