¿Por qué dejamos que las inteligencias artificiales (IA) y las empresas que nos las facilitan penetren en nuestra intimidad? ¿Son una ayuda o potencian nuestros problemas? ¿Podemos poner límites? Esa es la interrogante que se plantea ante la idea de que un tercero nos pueda estar escuchando, incluso mirando, a través de los dispositivos inteligentes que hay en casa.