A Valentín Imba Cuzco le llegó el apuro. Subió a la tarima y de prisa se dirigió a la mesa central del sonido. Por favor, este corte, decía. Ya está, le contestaban. Pero él insistía en escuchar la pista con la cual debía cantar en cuestión de minutos. Por los altoparlantes se mencionó su actuación y comenzó a sudar. Y frente al público, ya como Valentino, su nombre artístico, se puso a cantar y los nervios se desvanecieron.

El pasado sábado, Imba tuvo un encuentro con sus creencias, con su santuario, con su público, consigo mismo. Este es un sueño cumplido, dijo cuando terminó su canto y se alejó del escenario escuchando como un susurro lo que la gente le coreaba: Otra... otra... otra... Era el público que había asistido para la fiesta de los 414 años de la llegada de la Virgen a su santuario de El Quinche, adonde fue llevada desde Oyacachi (Napo).

Valentino arregló una canción para agradecer a la Virgen; la autoría del tema es del argentino Leo Dan. Y vestido con traje gris brilloso, camisa blanca y zapatos negros, le cantó a la Virgen. Varias veces se puso de rodillas durante su actuación.

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Valentino terminó de cantar y se retiró. Tuvieron que pasar unos minutos para que el artista asimilara lo que ocurrió: había cumplido la promesa que le hizo a la Virgen cuando esta le salvó la vida después de un accidente que lo mantuvo en coma por varios días.

El accidente ocurrió en el 2011, en Roma (Italia), adonde migró en busca de un mejor futuro. Ese día de mayo era especial para él: fue elegido vicepresidente de los artistas ecuatorianos residentes en Italia, cantó y recibió abrazos y palabras bondadosas por su cumpleaños. Luego de la velada artística, Valentino se retiraba a su casa. Cruzaba por un túnel. Se encontró con una curva y, a poca distancia, miró una mancha en el piso; es agua, se dijo. Y frenó. La moto derrapó y se impactó contra la pared. Lo demás es un vacío en su memoria.

La dolorosa noticia se sintió profundamente en su familia. Y el dolor fue más intenso cuando los médicos no aseguraban que su joven migrante y artista volvería a la normalidad. Si salva su vida quedará con alguna deficiencia, decían. Y lejos quedaba el trabajo de Valentino en Roma: labores de limpieza y la música, esa afición por el canto que llevó desde Ecuador, donde tenía largas jornadas de pasillos, valses, yaravíes, baladas y tecnocumbias.

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De su paso por Europa al Ruiseñor de la tecnocumbia le queda el recuerdo de haberse presentado en casi toda Italia, Suecia, Suiza y Francia, donde lo extrañan y a donde volverá para reunirse con la gente a la que quiso mucho mientras fue parte de los migrantes ecuatorianos que nunca olvidan a su tierra. (I)