Le ha tocado ver la codicia de cerca. Un departamento sin muebles pero lleno de maletas de dinero o escuchar charlas sobre entregas de dinero en cafés y hasta planes para sacar a presos de la cárcel.

De estatura mediana, cabellera blanca y andar pausado, el exfiscal general de Brasil Rodrigo Janot Monteiro de Barros es un hombre que inspira confianza. Quizás por la seguridad de haber desnudado la corrupción política y empresarial de Brasil, que ya se había extendido como un hongo por otros países: el caso Lava Jato.

Terminó su periodo de cuatro años en septiembre pasado, apenas tres días después de haber cumplido 61 años. La semana pasada estuvo en Quito para hablar sobre la cooperación eficaz y la lucha contra la corrupción.

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Esa tranquilidad se altera cuando sospecha que le quieren endilgar parcialidad. Un dejo de indignación matiza su voz cuando se le pregunta si Lava Jato fue eficaz para impedir que Luiz Inacio Lula da Silva sea candidato a la reelección. Se enciende.

“El caso Lava Jato ha sido eficaz para iniciar procesos contra cuatro expresidentes de Brasil, el actual presidente (Michel) Temer, líderes del legislativo, exgobernadores, actuales gobernadores y grandes empresarios”, responde con firmeza. Lula es solo uno de los acusados, que ha sido condenado dos veces, añade.

Defiende la independencia y autonomía de las instituciones. Está convencido que lo logrado en Brasil ha sido producto de esos factores. Llegó a la Fiscalía con casi 30 años de carrera a cuestas, y su nombre fue escogido de una terna propuesta por el Ministerio Público a la entonces presidenta Dilma Rousseff, la heredera de Lula. Luego tuvo que pasar una audiencia en el Senado. Solo después su nombramiento fue confirmado mediante votación secreta en el Senado.

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A la independencia y autonomía se sumó un nuevo Código Penal, aprobado en 2013, que le permitió llevar adelante las investigaciones contra la corrupción. Esa ley le abrió el camino para la colaboración eficaz, herramienta moderna en la lucha contra el crimen. Janot podría ser declarado su abanderado. En el caso Lava Jato se firmaron 80 delaciones premiadas.

Voy a hablar con absoluta sinceridad, les dijo a los periodistas, cuando comenzó a relatar lo duro que fueron las dos primeras colaboraciones: la del exdirector de Petrobras Paulo Roberto Costa, y la del empresario Alberto Youssef.

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Lo primero fue poner sobre el papel los criterios del Ministerio Público, era como fijar la barra para poder dar el salto. Yo creía que era el fin de mundo y me sentía tan pequeño, relató.

A pesar de su portuñol, sus palabras logran explicar las situaciones como imágenes. Llegar a un acuerdo de colaboración eficaz es como cortar un árbol, si se necesitan seis días para hacerlo, afilo el hacha durante cuatro días, porque sin preparación es imposible.

A veces combinaba sus dotes de estratega con reflexiones que buscan la sabiduría en un par de copas de vino. Eso fue lo que hizo en uno de los momentos más difíciles, cuando le tocó pedir la prisión preventiva de un senador. Era un delito que estaba cometiéndose en ese momento, tenía ochenta minutos de grabación que describían cómo el senador planificaba con dos personas un plan para sacar a un exdirector de Petrobras de la cárcel, llevarlo a Paraguay y de ahí a Europa, explica. Era un clásico de prisión preventiva, si hubiera sido un ciudadano común ya debía estar en la cárcel, se cuestionaba Janot. Decidió entonces ir donde el juez, le dejó la grabación y se despidió con un ‘Hablemos mañana’. Al día siguiente, el magistrado lo llamó y le dijo lo mismo “es un clásico de prisión preventiva”. Y entonces la solicitó.

Buscaron desacreditarme, recuerda cuando se le pregunta sobre el acoso político. Buscan ponerte trampas, te mandan mujeres, investigan tu patrimonio, me amenazaron de muerte y a veces me llamaban para preguntarme “¿cómo está tu hija?”. Por eso, encima de su velador suele tener un arma con tres cargadores.

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Lo que Lava Jato sí le arrebató fue su matrimonio.

En poco más de tres años pasó la prueba de fuego de 16 juicios políticos en el Senado, pero ahora están archivados. Desde que abandonó la Fiscalía le han iniciado varias acusaciones penales; la única abierta es la de violación del sigilo sobre las pruebas de Odebrecht. También tiene procesos administrativos, y abogados amigos que no le cobran por defenderlo.

Sus consejos: hay que ejercer un periodismo de investigación más vigoroso, publicar más reportajes sobre corrupción, preguntar a las autoridades ¿por qué no investigan?, y obligarlos a responder a los pedidos de acceso a la información. (I)