La idea generalizada de que el hígado no duele pese a que está en mal estado se reflejó en la historia de Alfonso Sornoza, de 59 años de edad, un arquitecto ya jubilado que vive en Portoviejo, en Manabí.

En agosto del 2015 ingresó al hospital por un problema de vesícula y allí se percatan que tenía el hígado en mal estado. Le diagnosticaron cirrosis hepática.

Luego empezaron las complicaciones e ingresó a la lista de espera para un trasplante en enero del 2017 que finalmente se hizo en abril de ese año.

Publicidad

“Tuve la suerte de que Dios me acompañó y solo esperé tres meses”, dice.

El hígado le pertenecía a un joven de 18 años fallecido que tenía 1,80 metros de estatura. Solo eso conoce. La identificación es confidencial.

“El ingreso a la lista, en el caso del hígado, es de acuerdo a una tabla que mide el nivel del daño del órgano. Hay quienes mueren sin llegar al listado”, señala. (I)