Su cerebro trabaja en modo supervivencia siempre. Antes del COVID-19, ya estaba en modo supervivencia. Y en poco tiempo se adaptó a la nueva realidad pandémica.

Cuarentena. Cierre de fronteras. Uso de mascarilla. Distanciamiento. Lavado de manos. Nueva cuarentena. Medidas de bioseguridad. Vivimos un gran experimento social de condicionamiento del miedo. Muchas acciones, omisiones y actividades que parecían benignas, hoy son una amenaza.

¿Mucha gente en el cine? Es una amenaza.

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¿Un concierto masivo? No, gracias.

¿Transporte público (masivo) o privado? Menos gente, mejor.

Somos seres sociales; por ello, el miedo a multitudes no era inherente a nuestros mecanismos de supervivencia. El nivel de tolerancia proxémico personal pasó –por necesidad– de menos de un metro de distancia a más de metro y medio.

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Usted es como un conejillo de indias en un experimento pavloviano.

Ahora los mecanismos de respuesta psicológica al miedo (cansancio, estrés, sudoración, respiración superficial y entrecortada, palpitaciones aceleradas) se disparan activados por el exceso de gente alrededor.

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Estudios han descubierto que ahora incluso se activan con escenas de masas de gente en la televisión. Nadie se va a contagiar de un virus viendo la tele; sin embargo, el aprendizaje asociativo ha sido intenso luego de meses de cuarentena, distanciamiento y medidas de bioseguridad.

¿Más gente, más probabilidades de contagio; ergo, más miedo?

Como sostuvo Cialdini, no hay ideas huérfanas. “Las asociaciones son los 'ladrillos' del pensamiento”, escribió en Pre-suasión. Y Tyron determinó que los “procesos asociativos o conexionistas están en el núcleo de toda forma de operación mental animal, incluida la humana”.

¿Saludo con un estrechón de manos, codo contra codo o golpear puños?

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Habíamos aprendido que el tacto generaba metáforas influyentes (manipular un billete sucio está asociado a engaño o estafa). Siete estudios diferentes demostraron que quienes recibieron un billete manchado estaban propensos a hacer trampas en las siguientes transacciones.

Y sin embargo, aún se celebran matrimonios grandes y los jóvenes se reúnen y comparten el pico de la botella de cerveza o el vape. ¿Por qué? ¿Aprendieron a no temer?

Según David Ropiek, autor de How Risky is it, Really?, cuando nos enfrentamos a peligros nuestro cerebro cae en el sesgo de optimismo.

¿Qué es más fuerte? ¿El miedo condicionado por el COVID-19 o el sesgo de optimismo?

No necesitamos la ciencia para entender que usar mascarillas, lavarse las manos y mantener la distancia evitan el contagio. (O)