Tras 490 años de fundación, Quito ha ido evolucionando. Barrios, calles y personas han cambiado con la fuerza del tiempo. Esto ha dejado un amplio material que permite conocer a la capital desde la época colonial hasta la modernidad.
Planos que cuentan una historia desde 1534 se plasmaron en una pieza académica de más de 300 páginas.
El papel grueso y la letra cálida transportan a las calles del Quito antiguo, cuando la ciudad iniciaba en la avenida Colón y culminaba en el sector de La Magdalena.
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El precursor de esta investigación —que no ha tomado meses, sino años— es Alfonso Ortiz, nacido en el barrio de San Marcos, en el Centro Histórico. Arquitecto de profesión, con un gusto particular por las letras y la docencia.
De camisa turquesa y saco azul, este arquitecto sacó de una pequeña maleta negra el gran tomo. En letras grandes se podía leer Quito a través de sus planos.
Como si mimara a un hijo, lo sostuvo en sus manos, lo miró y empezó la explicación acariciando la primera hoja.
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Se graduó de arquitecto en la Universidad Central y se interesó mucho en la preservación de la arquitectura antigua. Trabajó en restauración de monumentos y como docente.
“A través de la historia, nace la idea de profundizar en los secretos que guarda Quito”, explicó Alfonso.
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Una taza de café frente a él bastó para que las palabras fluyeran. Los recuerdos del año 2000 vinieron a su mente al mencionar que, en su gran repositorio, descansaba información trascendental sobre planos históricos de la ciudad.
“Yo había reflexionado sobre esos planos, pero también sobre cómo ellos reflejan lo que es o no es la ciudad. Un plano puede leerse de distintas formas, por eso es necesario saber quién, cómo y cuándo lo hizo”, señaló.
Lo más llamativo de este viaje literario es la transformación significativa de Quito. Cada dibujo técnico muestra una época influenciada por culturas, tradiciones, costumbres y pensamientos que también se han ido modificando.
“Descubrí que un plano levantado en el siglo XVIII se sigue reproduciendo en el siglo XIX y, aparentemente, dije: ¿En 100 años la ciudad no cambió? Sí cambió, solo que se copió al pie de la letra un plano de 1740 y se reprodujo la misma información en 1840”, indicó Alfonso, con un brillo especial en los ojos al contar sobre dicho hallazgo.
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En cada pregunta, un sorbo de café le permite analizar el paso de los días. Al tocar el tema del intenso cambio que ha vivido Quito, Alfonso se sorprende, pues hoy ve una metrópoli extendida, pero a la vez invadida.
“No es sano que la ciudad crezca hacia las montañas, que ocupe espacios ecológicos o que tenga riesgos como las tragedias que hemos vivido con incendios e inundaciones”, apuntó con voz tenue.
Producto de estas invasiones, que han causado dolor en varias familias, la sociedad ha crecido. “Esta pequeña ciudad, que tenía 50.000 habitantes hace 120 años, es decir en 1905, ahora suma más de 2 millones”, dijo Alfonso, visiblemente preocupado por estos temas sociales, los cuales se evidencian en la redacción de su libro.
Quito a través de sus planos contiene piezas importantes sobre estructura urbana, geografía, cartografía, planos de agua potable y rellenos de quebradas que retratan a la capital como una urbe al pie del volcán Pichincha.
Desde San Juan hasta el Panecillo, y la modernidad que se expande hacia la Mitad del Mundo, los Valles de los Chillos, Cumbayá y el cantón Mejía.
La historia se va construyendo día a día. Alfonso aseguró que las investigaciones sobre el pasado son un punto de vista en un momento determinado.
“El historiador no tiene la última palabra”, afirmó. La relevancia del libro radica en que su primera edición, sobre la cartografía de Quito, se publicó en 2007.
“El libro se denominó Damero. Un tablero de damas era el esquema con el que los españoles fundaban las ciudades en el siglo XVI, en América. Todas las ciudades eran cuadriculadas”, contó con asombro.
Urbes del Ecuador como Cuenca, Guayaquil, Ibarra, o en el extranjero: Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires, compartían este estilo de planificación urbana, debido a que los españoles buscaban orden para poder gobernar.
“El libro se ha enriquecido con nuevos planos y, especialmente, análisis más profundos y nuevas visiones”, explicó el arquitecto.
Así, se expone el primer plano de Quito en 1537. Una plancha con técnicas lineales que representan calles, barrios, montañas y entradas. También se encuentra una cartografía realizada en 1846 por Alberto Salazar, en la que se observa claramente el último campo militar que se construyó por orden de la corona española para bombardear la ciudad si los quiteños intentaban sublevarse al poder.
El único vestigio de esta construcción es la olla del Panecillo. Esta gran estructura funcionaba, en ese entonces, como una cisterna, ya que al estar tan alejada no podían acceder al agua directamente y se aprovechaba la lluvia para abastecerse del líquido vital.
Todo este cuerpo investigativo no hubiese sido posible sin la presencia de cuatro estudios complementarios de la Universidad San Francisco (USFQ) y de personas externas que participaron en el examen de los hitos geográficos más importantes del Quito histórico, según Alfonso.
“Tenemos un artículo sobre el volcán Pichincha, por la Dra. Lucía Durán. Otro sobre el Itchimbía, por la Dra. Iza Sevilla y María Antonieta Vásquez. Uno sobre el Panecillo, por la arquitecta Cristina Bueno, y el último sobre el río Machángara, escrito por la vicerrectora Andrea Encalada y Blanca Ríos”, contó.
El inicio del libro trata sobre el uso de la cuadrícula en la época española: su origen, tratamiento y estilo en la Real Audiencia de Quito. Luego, está el estudio cronológico de los planos y, finalmente, se amplía la información sobre cómo hoy la gente ya tiene un plano en su celular, gracias a la aplicación de Google Maps.
El ejemplar será presentado el próximo jueves, 29 de mayo, a las 17:30 en el campus Santiago Gangotena de la USFQ, en el Teatro Calderón de la Barca, ubicado en el sector de Cumbayá.(I)