Las calles de Guayaquil eran muy activas. El auge de las exportaciones había dinamizado la economía. Los autos importados iban nutriendo un parque en crecimiento y los comercios copaban parte de las principales avenidas del centro porteño.

Para finales de los años veinte, en Guayaquil estaban ya instalados algunos edificios emblemáticos, como el del Municipio y la Gobernación, además de monumentos, como el de Vicente Rocafuerte y la columna de los Próceres, ícono del 9 de octubre.

Los guayaquileños disfrutaban por esos años del American Park, un parque acuático ubicado junto al estero Salado. Era el sitio de distracción de los fines de semana, donde los jóvenes hacían clavados en las aguas del estero.

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Parte de la actividad comercial se desplegaba en los alrededores de la calle Seis de Marzo, donde estaba el enorme mercado Central.

Una acuarela que muestra a una mujer vendedora de cangrejos cocinados.

Situado en la manzana de las calles Clemente Ballén, 10 de Agosto, Lorenzo de Garaicoa y 6 de Marzo, el mercado había sido levantado por los italianos Luigi Fratta y Óscar Bataglia en 1923.

Carlos Endara, un ecuatoriano radicado en Panamá, captó en un filme el movimiento que se generaba en ese mercado en 1929. Había un ajetreo no solo dentro del mercado, sino en el cuadrante.

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Había vendedores de ropa, telas y otros artículos que se expendían en las veredas. Las imágenes de Endara registran esos contrates que se marcaban en esos años: gente con sombreros y trajes que compraba en medio de vendedores y personas de condición humilde.

Entre esas imágenes de la vida del mercado resalta una secuencia en la que se ve un puesto de madera en el que se exhiben cangrejos con patas gordas. Detrás del puesto cangrejero, instalado en las calles que rodean el mercado Central, se ve a cuatro chiquillos jugando.

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Es, probablemente, una de las inéditas piezas fílmicas de esa época en la que se puede ver que el cangrejo ya era parte de los platillos que se degustaban en el Puerto Principal.

De hecho, el mercado Central fue por años uno de los puntos donde se comercializaba el cangrejo que se extraía de los esteros del golfo de Guayaquil.

Luis Walpher, quien fue pintor y escultor, elaboró una serie de acuarelas de los oficios populares del Guayaquil de antaño. En una de esas acuarelas, pintadas entre 1920 y 1930, incluyó a una mujer llevando cangrejos en una lavacara.

“El cangrejo, mano gorda, ofrecía la típica montubia que, con su sapallo grande (el cesto), recorría los barrios de la urbe. Siempre fue esperada la viejita vendedora porque, a pesar de su voz socarrona (Cangrejooooooooo!!!), sus cangrejos eran exquisitos; mujer de alma fuerte, no se arredró ni se dejó vencer por la dura tarea; encontrando encanto en su peregrinaje diario, se alentaba a si misma con tesón, luciendo altiva su caricaturesca figura...”, escribió el pintor, según reseña el blog Mono Cangrejero.

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En la calle Panamá hay varias esculturas de los oficios de antaño. Una de ellas es el cangrejero.

La historiadora Jenny Estrada, quien falleció en febrero del 2024, dijo años atrás a este Diario que el cangrejo estaba arraigado en la ciudad porque era un producto del golfo.

Décadas atrás se veía a hombres que sobre sus hombros llevaban un palo con atados de cangrejos. Ellos voceaban por la noche: “Cangrejo, cangrejero, los manos gordas”.

Ella también mencionaba a las mujeres cangrejeras que vendían los crustáceos cocinados. Llevaban los charoles con cangrejos cocinados y los vendían con ají.

Pero si bien en el siglo XX ya esta actividad movía la economía de decenas de familias porteñas, el cangrejo era parte de la dieta desde la Colonia.

El fallecido historiador José Antonio Gómez Iturralde, quien por años fue director del Archivo Histórico del Guayas, señalaba que este crustáceo era parte de la dieta de los primitivos habitantes de la provincia.

En la Colonia y la Independencia comenzó a forjarse la tradición de juntar a la familia los domingos para degustar el crustáceo en diferentes formas.

Hasta la década de los setenta del siglo pasado, los atados de cangrejos llegaban al puente Portete y de allí se los trasladaba a vender en el mercado Central. Los recolectores salían en lanchas desde los esteros del sur hasta zonas como el estero de Chupadero Chico para capturar.

Los cangrejeros se metían forrados al manglar e introducían la mano en las cuevas para sacar a los crustáceos.

Un atado de cangrejos hace cincuenta años costaba 25 sucres en la zona de captura y, al pasar por la cadena hasta llegar al mercado, se los vendía por entre 45 y 50 sucres.

Con el paso de los años, la venta de cangrejo en charolas se fue formalizando en negocios, que luego se llegaron a conocer como cangrejales.

Años atrás, Jorge Briones, más conocido como 'Ochipinti'. Él empezó vendiendo cangrejos cocinados en los alrededores del mercado Sur.

Jorge Briones Monserrate, quien nació en 1935, fue uno de esos vendedores de cangrejos en charol cuando aún era un muchacho.

Conocido como Ochipinti, Briones Monserrate fue uno de los primeros que construyeron su cangrejal en la zona del sur. La familia de Briones fue reproduciendo la tradición con varios locales.

Otro de los conocidos es Marthita, que nació en la zona del centro y tiene varios locales en el norte de Guayaquil.

Al menos en Guayaquil se cuentan unas tres zonas cangrejeras: entre Alcedo y Ayacucho, en Miraflores y en la zona de Sauces 6 y 9, donde los últimos años se han expandido.