A las 23:30 hay policías en el aeropuerto de Manta. Están alineados cerca de un patrullero a la espera de que los dejen ingresar.

Un avión con 30 migrantes deportados desde Panamá acaba de llegar, pero ellos, los policías, van por una persona en particular. Entran a la sala de desembarque y minutos después salen con un hombre esposado.

El sujeto lleva la cabeza gacha, viste jeans y camiseta. Lo dirigen directo al patrullero y de allí a una celda. Los sueños de migrar terminan de maneras distintas.

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“El causa tenía cuentas con la ley”, dirá minutos después un migrante que viajó con el detenido en el mismo avión que los trajo a Ecuador.

El muchacho es flaco, tiene tatuajes en varias partes del cuerpo y un acento singular. Cuenta que así como sacaron al detenido esposado, así los tenían a ellos en un albergue los agentes de Migración de Panamá.

“Hasta para ir al baño íbamos con las esposas”, agrega, pero no quiere dar su nombre; lo suyo no es mostrarse en público.

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La noche es gélida. Un bus está parqueado a la salida del aeropuerto y los migrantes salen del edificio con chompas, abrigos, algunos tapándose el rostro, y suben de a poco al transporte que los llevará hasta el terminal terrestre para que viajen a sus ciudades.

Al lado del muchacho flaco se encuentra Víctor, de 21 años, padre de una niña de dos meses, migrante deportado.

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Dice que viajar por la selva del Darién no es una buena opción. Allí vivió los peores momentos de su vida y vio situaciones inimaginables.

“En medio de la selva aparecen unos hombres encapuchados. Dicen por allá que son los mismos indios que viven allí. Ellos te piden plata, te roban todo; allí secuestran y violan a las mujeres”, expresa.

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La ruta es muy peligrosa. Está llena de abismos y rocas gigantes donde, si das un mal paso, podrías caer y morir. Allí, en medio de esas piedras, se esconden también los encapuchados, cuenta Víctor.

“Te piden $ 300 para dejarte pasar. Si no tienes, te hacen creer que se les ablanda el corazón y te dicen: ‘Pasa $ 100’. Pero es mentira. Si te ven plata, te la quitan toda. Hay gente a la que le quitaron $ 2.000 o $ 3.000″, señala el muchacho y agrega que hizo el viaje para buscar una mejor vida para su esposa y su bebé, pero ya no lo volverá a intentar. Lo mejor es trabajar en una barbería, que es lo suyo, comenta.

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Lo que vivió en el Darién fue terrible. “Lo peor son las violaciones de mujeres y hasta niñas”, dice Víctor y enseguida lo secunda el muchacho flaco, el de tatuajes: “Hasta a los hombres violaban allá en la selva, causa, basta que le diga eso”.

El grupo de migrantes ecuatorianos que fue deportado desde Panamá la noche del jueves 30 de agosto fue capturado en la selva o al salir del Darién.

Este es el cuarto vuelo de repatriación de migrantes irregulares con base en un acuerdo migratorio entre Panamá y Estados Unidos.

Los ecuatorianos fueron deportados por evadir puestos de control y avanzar de manera irregular, según un comunicado del Servicio Nacional de Migración de Panamá.

Juan, quien vive en Quito, dice que a su esposa y a sus dos hijas sí las dejaron pasar. Eso al menos le da una esperanza. Él prestó $ 3.000 para el viaje. Le robaron una parte de ese dinero en la selva.

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“Estuvimos cuatro días metidos allí, nos robaron, nos desmantelaron. Les aconsejo que no vayan por allí, es muy peligroso, con experiencia le digo. Los desnudan y a las mujeres les revisan las partes íntimas para ver si no esconden dinero”, indica Juan, tal vez de unos 30 años o más.

Ahora está endeudado porque tiene que pagar los $ 3.000 y sin un centavo para regresar a su ciudad: “¿Me podrían regalar para el pasaje del bus?”.

Kléber, otro migrante, comenta que en Panamá fueron tratados como animales. Dijo que supuestamente los llevaban a un albergue, pero eso no es. Hasta para ir al baño tenían que ir esposados y duermen en el suelo.

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“Lamentablemente, nosotros queríamos ir a buscar un futuro mejor, pero Panamá cerró la frontera. Los ecuatorianos, por favor, no vayan por Panamá; todo ecuatoriano que vaya por allí lo retiene la migración”, expresa Kléber, quien se despide y se sube en el bus, pero antes dice que va a seguir intentándolo. Obviamente, ya no por la selva del Darién. Buscará otras rutas menos peligrosas. (I)