Hay un lema que por añadidura se aprende cuando se labora en un medio impreso, y es ‘hay un periódico por imprimir’. Esto quiere decir que pese a cualquier situación, la rotativa no puede parar y por ende la información tampoco. En marzo de 2020, específicamente el 16, los periodistas, fotógrafos y personal de producción de EL UNIVERSO comprendieron más que nunca este lema. Mientras todos se confinaban en sus hogares para evitar propagar los contagios del COVID-19, un equipo de este Diario salía a las calles en búsqueda de respuestas, historias, datos, información.
Durante esos días, y ese año, se encontraron cara a cara con el dolor, la impotencia, la injusticia, la desesperación, la muerte, el olor a podredumbre, el silencio, y la desolación de una pandemia que se llevó de la manera más cruel la vida de más de 30.000 personas.
Luego de cinco años desde que se anunció el confinamiento en Ecuador, cinco de nuestros trabajadores comparten su testimonio de cómo vivieron esta dolorosa época en medio de su oficio.
‘Nos confinamos una semana antes que todo el país’
El 29 de febrero de 2020 el Ministerio de Salud de Ecuador anunciaba el primer caso de coronavirus (como al inicio se le conocía al COVID-19), una adulta mayor que llegaba desde España. Este primer contagio fue identificado como el ‘paciente cero’. Días después el periodista Félix Castellanos y su equipo, viajaban hasta Babahoyo para obtener más datos al respecto.
“Fue una cobertura bastante complicada, pues había incertidumbre porque era un virus totalmente nuevo, del cual se desconocían incluso protocolos de bioseguridad, de protección. Pero en cumplimiento del trabajo periodístico viajamos”, relata el comunicador que llegó hasta el IESS de Babahoyo, donde estuvo la paciente internada.
“Recuerdo que conversamos con el director del Hospital General Babahoyo. Él nos comentaba un poco cuáles habían sido los protocolos que se habían realizado ahí en el hospital”, añade Castellanos, quien también recorrió el centro de la ciudad y visitó el lugar cercano donde vivía la paciente. “El propósito allí era verificar si es que había el tema del cerco epidemiológico, que era algo de lo que ya se empezaba a hablar y la preocupación de toda la ciudadanía giraba en torno a eso”.
“Regresamos a la redacción el mismo día y allí ya tocó escribir la página que salió publicada el día siguiente”, indica.
Culminada su jornada le dieron la disposición de hacer confinamiento por una cuestión de seguridad a sus compañeros. Y tiempo después, el 16 de marzo anunciaron oficialmente la cuarentena en el país. “Nos confinamos una semana antes de que se confine todo el país, justamente por esa situación de seguridad para todo el personal acá de la redacción también”.
Nunca pensó en dejar de hacer su trabajo, pero reconoce que al inicio sí tuvo temor. “Tuve mucho miedo. Más que por mí, por mi papá, porque vive conmigo. Él es paciente cardiaco y yo siempre temía por él todo el tiempo. Mi temor era ese, porque las personas más vulnerables al virus eran los adultos mayores o las personas con enfermedades preexistentes. Y mi papá tenía todo ese perfil, es adulto mayor y tenía esta enfermedad preexistente”, confiesa el profesional con 14 años de experiencia.
“Se murieron familiares, amigos, conocidos del sector en el que yo vivo, pero finalmente yo todavía estoy acá para contar la historia”, apunta el ahora editor de la sección de Deportes.
‘Cuando me tocaba ir a esas coberturas pensaba en mi familia’
En sus 23 años de experiencia como fotógrafo profesional, Francisco Verni ha palpado de cerca muchas realidades en cada cobertura, pero ninguna como la que vivió en la pandemia del COVID-19. Recuerda que estuvo cubriendo la rueda de prensa donde se anunció el cierre total en Ecuador, ese solo fue el inicio de la tragedia.
“Después del anuncio nos tocó dirigirnos a las distribuidoras farmacéuticas, donde se pusieron escasas las cajas de mascarillas y muy costosas. La gente salía asustada a las calles a comprar”, recuerda.
“Me tocó dirigirme al hospital de Los Ceibos, donde era penoso ver en las afueras del hospital largas filas con las cajas, los ataúdes...”, añade.
Confiesa que en cada salida pensaba en su familia y en el peligro que esta podía representarle a la vida de cada uno de los integrantes de su hogar. “Cuando me tocaba ir a esas coberturas pensaba en mi familia, en mi madre, en mis hijos. El temor de llegar a casa y tal vez poder contagiarlos por el hecho de que uno estaba en la calle, en coberturas”.
Rememora una de sus últimas coberturas, un sobrevuelo en Guayaquil. “Era bien triste el ver la ciudad vacía, ver solo carros de la policía circulando por la ciudad”.
‘Era tan desolador salir de coberturas y ver las calles vacías’
La periodista Jazmín Solís recuerda que tuvo que armarse de mucha fuerza emocional para continuar con su trabajo, mientras el dolor en la calle no tenía piedad alguna. “La fuerza con la que llegó el COVID-19 al Puerto Principal fue algo muy impresionante. Muchas personas no creían en la magnitud hasta poder ya ser testigos de los contagios, de las muertes”, dice.
“Los periodistas tuvimos que tener mucho soporte emocional para afrontar esa situación tan grave y también las medidas de seguridad para cuidarnos”, menciona la comunicadora.
En sus trece años de ejercicio periodístico jamás imaginó que en sus coberturas tenía que empezar a portar mascarillas y guantes, y que el contacto con los entrevistados tenía que ser a distancia.
“Lo más trágico, las peores coberturas fue poder palpar la tristeza de las personas en los exteriores, en los hospitales, incluso en la búsqueda de los cuerpos de sus familiares. Fue algo muy triste”.
Conocía del riesgo que demandaba su trabajo diario, pero su espíritu periodístico la motivaba a continuar con todos los protocolos respectivos. “Considero que la necesidad de información era demasiada (...) nunca dudé en poder realizar las coberturas pese al riesgo”, expresa.
“Era tan desolador salir de coberturas y ver las calles vacías, no ver nadie o ver las filas en exteriores de farmacias, filas en exteriores de supermercados, toda la gente con todo su mecanismo de bioseguridad. Era terrible, sobre todo en Guayaquil, que estamos acostumbrados a ver el comercio, a ver las calles llenas de emprendedores, de vendedores. Era un contraste muy, muy desgarrador”.
‘Éramos los que estábamos encargados de imprimir en la máquina día a día’
Para Líster Figueroa, quien tiene 20 años como supervisor de rotativa, el teletrabajo no era una posibilidad. Su labor es netamente en la planta principal de EL UNIVERSO, con los periódicos imprimiéndose. Así que pese al confinamiento, él debía continuar asistiendo a la oficina porque ‘había un periódico por imprimir’. “Nosotros éramos los que estábamos encargados de imprimir en la máquina día a día... eso no se puede trasladar a nuestro hogar”.
“Nos facilitaron los expresos. Nos iban a recoger al pie de la casa y nos dejaban aquí. Se redujo también el personal, puesto a que se necesitaba que mientras menos personas vengan, menos era la probabilidad de que nos contagiáramos”.
Señala que en ese primer año de trabajo no contrajo el virus, sino un año después, en el 2021. “Me tuvieron que intubar y sí la pasé bastante difícil. Me recuperé gracias a Dios”, expresa. (I)