Sus ojos pardos y profundos —protegidos por sus tupidas cejas— brillan y tiemblan cuando habla de música, de poetas, de escritores y sus incontables luchas que, muchas veces, lo arrastraron a un rincón sucio y frío de una cárcel. Las señales de su rostro revelan sus 69 años. Con su voz grave, a veces, áspera —recurriendo a las celdas íntimas de su memoria y con amable generosidad— cuenta su historia.

¿Cómo prefiere que lo llamen: cantautor, músico, luchador social, anarquista?

—No me gustan los encasillamientos, prefiero que me digan: hola Chamo, ¿cómo estás?

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Es Jaime Guevara, conocido como El Chamo Guevara, un hombre que afirma que el anarquismo es el único camino a la libertad y que —con su música— ha defendido las causas de los desaparecidos —como los hermanos Restrepo— de los obreros, de los jóvenes, de los indígenas, de los GLBTI...

Junto con otros artistas crearon la Coordinadora de Artistas Populares (CAP), que con su lema: Si los ricos tienen artistas para sus fiestas, los pobres tienen artistas para sus luchas, hacían peñas o festivales para ayudar a restablecer la salud de amigos y apoyaban en la liberación de presos de la organización Alfaro Vive ¡Carajo! (AVC).

Jaime Guevara, 69 años, conocido como El Chamo Guevara, un hombre que afirma que el anarquismo es el único camino a la libertad y que —con su música— ha defendido las causas de los desaparecidos —como los hermanos Restrepo— de los obreros, de los jóvenes, de los indígenas, de los GLBTI... EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas.

¿Desde cuándo le dicen El Chamo Guevara?

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—Desde el inicio de la década de los 70. Teníamos una pata de jipis. Una tarde llegué donde estaba la pata y uno de ellos dijo: —ve, ahí viene el chamo —todos asintieron con una carcajada—. Desde ahí quedé bautizado como El Chamo Guevara. Nació el 21 de diciembre de 1954.

¿Cómo fue su infancia?

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—Muy bella. Mi infancia fue el parque de San Marcos. En la pileta solíamos jugar con barquichuelos de papel. Los elaborábamos con cubierta o sin cubierta. Al frente del parque estaba la iglesia donde fuimos bautizados la mayor parte de mis hermanos. Éramos siete, ahora somos seis, uno murió. A San Marcos lo recuerdo con particular deleite. La calle Junín, los balcones floridos como la canción: Balcón quiteño, balcón florido

En el parque no había columpios, ni sube y baja, ni resbaladera. Con frecuencia cruzábamos la quebrada donde hoy es La Marín, pasando por alto los terribles olores, viendo de paso las familias de minadores de basura que abundaban, íbamos hacia el barrio Obrero a jugar.

¿Cómo era en la escuela, rebelde?

—Mi primer maestro fue el licenciado Avellaneda, siempre lo recuerdo. El me enseñó a leer.

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Habían dos paralelos: el Bolívar y el Sucre. Yo era del Sucre. Los profesores calificaban la buena conducta, el paralelo ganador tenía derecho al paseo de fin de año.

¿Ganó el Sucre?

—No. Ganó el Bolívar. Con algunos amigos formamos el Club secreto, queríamos imitarle al FBI.

A la lumbre de una pequeña lámpara y en esa onda clandestina nos reunimos para planificar acciones. Con guantes del uniforme de parada, para que no nos copien las huellas —con mala letra y mala ortografía— ese viernes escribimos una carta de protesta al rector. El lunes, en la formación, el rector dice: pasen los niños: Pozo, Guevara... nos nombró a todos los del Club secreto. Ahí fue mi primer interrogatorio, dice riendo.

Pero, ¿cómo se enteró el rector?

—Ese fue el misterio, pero descubrimos al sapo y lo ejecutamos —dice con una carcajada.

¿Cómo se llamaba el sapo?

—Germán Rodas, el de la Secretaría Nacional Anticorrupción actual —dice entre risas.

Jaime Guevara, 69 años, conocido como El Chamo Guevara, un hombre que afirma que el anarquismo es el único camino a la libertad y que —con su música— ha defendido las causas de los desaparecidos —como los hermanos Restrepo— de los obreros, de los jóvenes, de los indígenas, de los GLBTI... EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas.

El potente sol de finales de marzo inunda las calles de Quito, las edificaciones de La Mariscal no logran amainar el calor con su pequeña sombra de las 14:00. El ambiente es sofocante y la brisa se ha ido. De pronto, el Chamo Guevara se baja de un taxi con una mochila y su infaltable guitarra. Cuando llega al ascensor del edificio descubre que está en mantenimiento.

—Llegaste como mandado de Dios, dice.

—¿Qué quiere que le ayude?

—La maleta, por favor.

Empieza a subir. Se detiene en el tercer piso para reponerse.

¿Le ayudo con la guitarra también?

—No, no. A mi mujer te puedo prestar, pero no a mi guitarra —dice riendo.

Finalmente llega al octavo piso con la respiración acelerada. Apenas entra agarra una pastilla y un vaso con agua. “Soy esclavo de esta botica”, dice señalando un espacio con varios frascos de medicamentos.

Su pequeño departamento tiene una pared llena de libros y otra, repleta de afiches de conciertos: Rock del huracán, Por los hermanos Restrepo, Rock bajo el agua, Blues al grano, Canto solar... Junto a la ventana esta un sofá grande, su sillón está sembrado debajo de los afiches. La guitarra que a ido la cárcel esta junto a él. Otras dos descansan entre los libros y la ventana. Hay una grabadora, discos compactos y casetes...

¿Cómo fue su acercamiento a la música?

—Desde niño estuve pegado a la radio de mi padre, un aparato grande de caoba. Mi tío me decía: ahí está el edificio de Obras Públicas, acá está el Palacio de gobierno…, tienen prendidas las luces, porque para ellos es de noche. Veía una ciudad dentro del aparato con esa imaginación que te da la infancia.

Después escuché una canción que me impactó. Sonó la voz de un cantautor vasco, Patxi Andión, cantando Rogelio. Habla de la relación humana entre dos amigos. A uno le había ido muy bien en la vida y al otro, no tanto. “Rogelio era una buena persona y un buen amigo, y pudo haber seguido siéndolo, pero la amistad es cosa de los hombres y los hombres cambiamos”, Patxi Andión.

Cuando crecí escuché a los Beatles. Mi familia es muy querida, está en mi alma, pero era muy conservadora, que iba a haber discos de los Beatles en la casa. Las pocas veces que lograba pescar en la radio, tomaba frases literales como: Is bin a jar deir nais—dice riendo—. No era inglés, para nada, pero me ilusionaba. Se trata de la canción “A Hard Day´s Night”.

Después escuché Led Zeppelin, Black Sabbath, mucho después llegó Pink Floyd. Los discos los traíamos importados de Colombia. En mi pata hacíamos cuota para ir a comprar un disco a Ipiales, Colombia jalando dedo. Nuestro primer disco fue The Doors, nos reuníamos a escuchar en una especie de ritual, todos en silencio, con respeto absoluto para el rock.

Jaime Guevara, 69 años, conocido como El Chamo Guevara, un hombre que afirma que el anarquismo es el único camino a la libertad y que —con su música— ha defendido las causas de los desaparecidos —como los hermanos Restrepo— de los obreros, de los jóvenes, de los indígenas, de los GLBTI... EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas.

Me dice que soñaba con una guitarra, ¿cómo llegó una a sus manos?

—Mi sueño mayor era la guitarra, pero mi madre me decía que todos los músicos se hacen borrachos, mi padre, que se hacen un montón de vagos.

Mi padre era abogado. En ese tiempo se decía que la familia ideal debe tener un militar, un sacerdote, un médico, un ingeniero.

Entonces, ¿cómo lo logró?

—Cierto día, apareció mi cuñada con una pequeña guitarra argentina, con cuerdas de metal.

—Jaime —dijo—, esto es tuyo, en la casa nadie la usa.

La cogí y me puse a practicar. En ese tiempo vendían —en las esquinas— libritos de guitarra fácil y cancioneros.

Mi guitarra siempre estaba salpicada de sangre, porque tocaba con mis uñas en las cuerdas de metal. Mis dedos sangraban. No sabía que existían vitelas ni uñetas.

A los 13 entré al colegio Montúfar y en el recreo escuché: Vengo, desde el barrio chico, desde mi cuadra de calles alargadas, de Piero. Pasado el tiempo llegué a conocerlo y canté con él varias veces.

En 1974, a los 20 años, presentó su Recital sonidos del viento, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Le costó mucho conseguir el aula Benjamín Carrión por su aspecto de jipi.

Tengo una anécdota que me llena de ternura el corazón. Mi padre se había opuesto con tanta vehemencia a que yo fuera un cantor, sin embargo, cuando uno de mis hermanos consiguió una guitarra de muy buena factura y aún no la terminaba de pagar, el fabricante dijo que, si no le pagan ese día, iba a pasar retirándola. Con el dolor del alma dejé la guitarra y me fui al colegio. Cuando regresé la guitarra seguía ahí. Pregunté —¿Por qué no se ha llevado la guitarra? —Tu papá pagó —dijo mi madre—. Tengo una canción llamada El padre del músico, que habla de eso, dice mientras le brillan sus ojos.

La guitarra que me regaló mi cuñada, terminó estrellada bajo un ladrillazo cuando intentamos hacer el primer festival de rock en la universidad Central, en 1974 mismo. Ahí salió la canción Señor prohibicionista.

Tenía cierto conflicto entre ser pintor o ser músico. Estuve de oyente en la facultad de Artes de la universidad Central. Hice una exposición de plumillas grandes en la Casa de la Cultura, en ese tiempo, gracias al yoga, aborrecía el alcohol y en la inauguración no di alcohol, ni el típico vino de honor, nada. Di agua de vieja, cuenta sonriendo.

¿Cuántas canciones ha grabado el Chamo Guevara?

—Más de 500 de todo tipo, color y sabor.

¿Cómo era su casa en aquel tiempo?

—Era un tiempo influido por la religión. En mi casa, tres de mis tías eran monjitas franciscanas y por parte de mi papá, había un tío sacerdote domínico. Los queríamos mucho, pero el tema religioso no se lo podía topar para cuestionarlo. Antes de comer nos hacían rezar.

El comunismo era mala palabra. Cuando alguien hablaba de comunismo era para denostarlo.

La palabra sexo era impronunciable en la casa.

Jaime Guevara, 69 años, conocido como El Chamo Guevara, un hombre que afirma que el anarquismo es el único camino a la libertad y que —con su música— ha defendido las causas de los desaparecidos —como los hermanos Restrepo— de los obreros, de los jóvenes, de los indígenas, de los GLBTI... EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas.

¿A qué edad tuvo su primera novia?

A mis 15 años, se llamaba Silvana.

¿Le cantaba?

—Claro. Le daba serenatas desde la cocina de mi casa.

¿Está de acuerdo con ser anarquista?

Desde luego que si. El anarquismo es lucha. Es el ideal de una sociedad libre, solidaria, sin necesidad de Estado ni de gobierno. Nos oponemos a la autoridad, porque la autoridad genera corrupción.

¿Cree que el socialismo ha funcionado, sobre todo, el llamado del Siglo 21?

—Pienso que la humanidad ha buscado el modo más armonioso de vivir. En ciertos momentos ha estado en absoluta contradicción con el socialismo y se ha pasado al lado del fascismo.

En el caso de los representantes del Socialismo del Siglo 21, lo hicieron con ilusión, pero llegaron al poder y empezaron a circular los milloncitos y dijeron: esto está bonito, aquí me quedo otro período, mejor dos, luego tres. El poder corrompe y el poder total corrompe totalmente.

El Chamo Guevara enfrenta al poder:

Tuve un enfrentamiento fuerte con (Rafael) Correa. Yo acababa de salir de una panadería comprando leche y pan. Vi la caravana real, dice con ironía. Entonces, lancé un yucazo. Los carros y las motos pararon a raya haciendo chirrear las piedras de la calle Yaguachi. Bajaron tres policías con fusiles, me encañonaron. —Quédate quieto —dijeron—, mientras se bajó Correa. —Borracho, marihuanero, que te crees, si tienes algo conmigo ven acá —gritó su magestad, mientras se ponía en pose de pelea callejera. —Déjenme atenderle al señor —les dije a los policías. —Si te mueves te reventamos los huevos —me amenazaron. —Me quedé quieto porque todavía los quería tener completos. —Este borracho va preso —gritó su magestad—. —Crees que te tengo miedo —también grité. —Yo mismo me subo al carro —dije—, caminé unos pasos y quise subir a la caravana presidencial. —No, éste que vaya en patrulla nomás —dijo alguien de adentro. Me dejaron con dos policías, la patrulla nunca llegó. Hablaban en clave, repetían SPR, SPR, luego supe que era Señor Presidente de la República.

El Chamo Guevara en la cárcel.

Pude haber redondeado las diez veces en la cárcel, pero no. Estuve cerca. Mi guitarra estuvo unas cinco —dice entre risas. Mencionamos algunas.

La primera vez ocurrió a los quince años, por mi aspecto, entre otras cosas, lo del pelo largo. La gente me veía mal. Alguien había llamado a la policía. Ese fue mi primer carcelazo.

La segunda fue en las huelgas nacionales en tiempos del Triunvirato militar.

Otra vez, en una protesta en el gobierno de (Oswaldo) Hurtado, me apresaron y me pusieron en trípode (las piernas abiertas, las manos entrelazadas en la espalda y la cabeza en el piso como formando una tercera pierna), y ahí sí, palo contigo. Palazos, toletazos, escupitajos, insultos, hasta que alguno me atinó en el cráneo. Vi luces hasta que me di cuenta que estaba siendo cargado por un policía rumbo a la celda. Me había desmayado. Tenía unos 28 años. A partir de ahí me detectaron un angioma cavernoso en la cabeza y me provocó epilepsia.

—En el CDP nos hacían formar todas las mañanas, adelante estaba un guía que preguntaba: cómo te llamas, por qué estás aquí. Respondían por robo, por muerte, por manifestante. Atrás iba otro guía susurrando: por acá las ayoras (sucres, dinero) si es que quieren marica en la celda. En ese tiempo la homosexualidad estaba prohibida y era considerada un delito. A los gays los llevaban a cierto segmento del CDP y los sacaban a la fuerza y los encerraban para que sean violados por los demás presos.

Me gustaba mucho ir a la cárcel con otros artistas. En junio, antiguamente, antes de la década, disqué, ganada —dice dibujando comillas en el aire, había la semana del preso, llevaban artistas, había bailache entre presos y recuerdo que me pedían que cante Los fluviomarinos, una canción que compuse en base al informe científico de los policías sobre la desaparición y muerte de los hermanos Restrepo, que decía: los chicos se precipitaron al río Machángara en el carro Trooper de la familia y ahí fueron devorados por la fauna fluviomarina.

¿Qué piensa de la libertad?

Sin libertad no hay vida. Es, prácticamente, la muerte.

¿Y de la democracia?

Es una conquista, un cierto paso que dio la humanidad luego del período feudal pero, como siempre, quienes estuvieron en el poder desdijeron de la democracia totalmente.

¿En qué presidencia fue más difícil participar en protestas?

—Sin duda en la de León Febres Cordero. Correa fue un represivo más.

Jaime Guevara, 69 años, conocido como El Chamo Guevara, un hombre que afirma que el anarquismo es el único camino a la libertad y que —con su música— ha defendido las causas de los desaparecidos —como los hermanos Restrepo— de los obreros, de los jóvenes, de los indígenas, de los GLBTI... EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas.

La salud de El Chamo Guevara:

Tuve un mal karma en mi salud. La epilepsia, heredada en prisión, por un golpe en la cabeza. Hace diez años, iba rumbo a El Dorado en un bus —no sabía que estaba en carreras con otro— pegó un brinco feísimo y varios pasajeros —a pesar de que estábamos sentados— salimos disparados de los asientos. Caí de espaldas y me rompí la columna y la rodilla. Me recuperé de la columna, pero quedé mal de la rodilla. Hice una canción llamada Pobrecitos los buseros, es una especie de desquite. Tuve hepatitis B, fue una enfermedad muy difícil de superar, pero lo hice.

Después de tantas vivencias, canciones, enfermedades, ¿qué más le queda por hacer?

—Quiero grabar muchas canciones que están hechas y también adaptaciones de otros cantautores de otros países.

Grabé un tango hace poco, que se llama El extremista, dice y de inmediato canta a capela.

El extremista es el único culpable de estos días inestables para nuestra bella paz...

Tengo en mente hacer una canción que se llame El muñeco de cartón, refiriéndose al presidente Daniel Noboa Azin.

La pálida luz que atraviesa la ventana, advierte la lluvia de aquel día de finales de marzo. La conversación termina, se levanta y enseña sus piernas larguísimas metidas en un jean, sus zapatos de caña alta como de montaña, su chompa negra, su pañuelo palestino rojo con negro, su cabello canoso que cae hasta media espalda y su infaltable boina negra. Luce algo cansado, respira hondo y estira su brazo derecho como diciendo es todo por hoy.